Napoleón estaba destinada a ser una de las grandes películas del final de 2023. El laureado Ridley Scott se reencontraba con Joaquin Phoenix, con quien ya trabajó en Gladiator. Juntos, regresaban a un género similar, el del drama histórico y épico. El ambicioso plan, llevar a la gran pantalla toda la vida de uno de los personajes más importantes de la historia de la humanidad. Un macroproyecto con el que Apple TV+ lo ha vuelto a dar todo para seguir ganando prestigio dentro de la industria.

La cinta comienza con Napoleón Bonaparte viviendo los últimos coletazos de la Revolución Francesa. En aquella nación en constante cambio, con revueltas políticas, ciudadanos enfadados y guillotinas, este pequeño estratega militar quiere ascender a lo más alto. Totalmente seguro de sí mismo, va haciéndose un hueco y un nombre hasta acabar conquistando media Europa y autoproclamarse Emperador. Sus hazañas -o crímenes según los ojos de quien los vea- aparecen en todos los libros de Historia y son estudiados en todas las escuelas y universidades del planeta.

Napoleón

De la mano de un Joaquin Phoenix imponente y contenido, Ridley Scott retrata toda la vida de un hombre que quiso ser grande y acabó coronándose Emperador. Napoleón no convierte a su protagonista en héroe ni en villano, aunque su drama humano se desdibuja por la labor de recorte en una película que debería durar el doble. Por fortuna, todo se alivia con impresionantes escenas bélicas al más puro estilo del director.

Puntuación: 4 de 5.

La tijera de Napoleón

En los últimos meses, Ridley Scott ha insistido en varias ocasiones que el Napoleón que el público podrá ver en cines no es exactamente la película que él había concebido. Como en casi cualquier proyecto, el estudio es quien tiene la última palabra sobre el montaje final. Y el director quería estrenar una versión de la cinta de más de 4 horas de duración, pero Apple lo ha dejado en 2 horas y 40 minutos. Es decir, lo que podrá verse en salas es, aproximadamente, la mitad de la historia que el director quería contar.

Napoleón

En muchas ocasiones, estos recortes acaban salvando las películas de ser obras excesivamente largas que puedan generar rechazo en el público. Pero esta vez ha jugado totalmente en contra de Napoleón. Sobre todo en su primera hora y media, la película es una consecución de escenas y secuencias aisladas, independientes unas de otras. Todas ellas interesantes por sí mismas, claro, la vida de Bonaparte es lo que tiene. Pero el hilo conductor es muy difuso. Sí, se retrata el ascenso del general y su ambición por expandirse en nuevos territorios. También su compleja relación con Josefina. Pero no hay una narrativa central que conduzca el filme.

Todo va pasando ante la mirada del espectador, que lo disfrutará, especialmente, si es amante de la historia. Sin embargo, la labor en la sala de edición se nota demasiado. Puede que el problema sea de la propia premisa de la película. Querer abarcar algo tan denso y prolífico como la figura de Napoleón Bonaparte de principio a fin requiere un esfuerzo titánico de compresión. Y para hacerlo bien se necesita más tiempo de metraje del que le han dejado a Scott. Al final, el ritmo resulta tan acelerado como irregular. No se ofrece la posibilidad de empatizar con los personajes tanto como se debería. Existe, además, un inesperado regusto cómico en muchos momentos que cuando funciona, alivia e imprime suavidad. Pero cuando no lo hace, saca de la película.

Es cierto que todo el caos se suaviza en el acto final. La película se toma a sí misma con mucha más calma y paciencia, asentando mucho mejor las ideas sobre el declive del personaje. El desenlace está más equilibrado y permite saborearlo con gusto. Clave para que una película tan larga no se haga pesada. El desarrollo de los últimos años de Napoleón es bastante bueno y compensa el torpe y precipitado planteamiento inicial de su llegada al poder.

Napoleón

Épica y sin juzgar

Para paliar el brochazo gordo en la historia que provoca el montaje, Ridey Scott cuenta con su mejor baza, la épica. Tiene 85 años y sigue siendo el director que mejor y más fácil lo consigue en la industria. El filme puede pasarse media hora con escenas sobre Napoleón en París o en cualquier otro lado, ajetreado con sus quehaceres públicos y privados. Pero es llegar al campo de batalla, y todo cobra un nuevo significado. La película sube de nivel y se convierte en un brutal espectáculo lleno de acción, tensión, muertes y sangre. Ideal para verse en la pantalla grande.

De la mano de un diseño de producción cuidadísimo, una banda sonora mastodóntica y una habilidad única con la cámara, Scott confecciona secuencias demencialmente entretenidas. Ver a Napoleón planificando la estrategia, anticipándose a los movimientos de sus adversarios, es sumamente divertido. El director no pierde su magia para realizar con gracia este tipo de escenas. La única pena es que no haya incluso más batallas, pues el director tenía un catálogo único donde elegir.

Además, hay algo muy interesante en Napoleón y es su punto de vista. Se trata de una figura histórica cuya percepción es muy dispar según a quién se pregunte. Por eso, para evitar malentendidos, Scott decide observarle desde fuera. Le mira con la misma distancia en sus grandes éxitos y en sus momentos más deleznables. Es un personaje con una coraza muy difícil de atravesar, y el director no necesita hacerle demasiado permeable. No existe ninguna intención de glorificarlo, que era el temor de una parte del público. Tampoco lo ridiculiza en exceso, aunque lo humaniza y muestra sin problema sus momentos más bajos.

Napoleón

Solo en algunas escenas íntimas con Josefina -y no en todas- el personaje queda al desnudo, vulnerable para que el espectador le pueda ver de verdad. Probablemente, estos instantes sean más numerosos en el montaje del director, pero en esta versión lo que vemos es a un hombre orgulloso, frío, temible, a ratos admirable y a ratos detestable y patético. De nuevo, el guion falla al presentarle actuando sin exponer a las claras cuáles son los motivos que le impulsan a ser así. Se aprecia abiertamente su sed de conquista, pero no se explica por qué.

Josefina y la comedia de Phoenix

Había muchas ganas de ver a Joaquin Phoenix en Napoleón. El oscarizado intérprete de Joker volvía a encabezar un proyecto de enorme envergadura. Y da la talla, básicamente porque es un gran actor en un impertérrito estado de forma. Su Bonaparte es un hombre estoico y serio, y eso lo clava, añadiendo sutiles matices en cada secuencia. Cuenta con el problema de que el personaje está concebido desde el guion como alguien poco expresivo. Eso le resta garra para brillar con más fuerza. Es una gran interpretación desde la contención, pero no es exultante y visceral, como podía haberse anticipado.

La contraparte es la Josefina de Beauharnais de Vanessa Kirby. Scott había avisado de que quería darle mucha importancia en la historia a la esposa de Napoleón. La decisión es acertadísima y la elección de la actriz un pilar clave para la película. Su drama humano es mucho más profundo y coherente que el del Emperador. La construcción de su historia daría para un proyecto propio. En una cinta tan distante de lo que se cuenta, Kirby desgarra todas las costuras con unos ojos llenos de tristeza, melancolía e inconformismo. Un trabajo excelso por parte de la intérprete en la genial relectura de Scott.

Como conjunto, Napoleón es una gran película que aspirará a ser totémica con el montaje del director. La versión de cines derrocha espectáculo y épica en sus sangrientas batallas, pero se pierde entre elipsis inconexas de un drama que no alcanza a presentar con claridad las motivaciones de su protagonista. El resultado es muy disfrutable, aunque su ritmo irregular hace que quede lejos de la obra magna del cine histórico que podría ser. En cualquier caso, Ridley Scott vuelve a agrandar su leyenda con un filme muy notable. El director, de nuevo, no defrauda.