El chico y la garza no es una película cualquiera. Es el regreso de Hayao Miyazaki, uno de los directores más grandes de la historia del cine. Diez años han pasado entre esta y El viento se levanta, su anterior cinta, que vio la luz allá por 2013. Y no solo eso, el filme que nos ocupa llegaba con la promesa de la enésima despedida del artista. Un último adiós a sus espectadores con el objetivo de hacer que su nieto se acuerde siempre de él cuando ya no esté. Finalmente, se ha revelado que el cineasta se ha reencontrado con la ilusión y, lo que iba a ser su retiro definitivo, al final podría dar paso a otra película en la que ya está trabajando. Pero esa será otra historia.

El autor de obras como El viaje de Chihiro o Mi vecino Totoro adapta en El chico y la garza, una novela de 1937 titulada ¿Cómo vives? A través de su argumento, Miyazaki deja aflorar su perspectiva única de la vida. Tanto sabor a despedida le imprimió que en Japón, donde se estrenó meses atrás, la cinta llegó a los cines habiendo sacado únicamente un enigmático póster blanco en el que se intuía una garza. No había sinopsis, tráileres ni ningún tipo de campaña de promoción. La vuelta del hijo pródigo de la animación japonesa era una ocasión especial. Batió récords en taquilla.

El chico y la garza

En El chico y la garza, Hayao Miyazaki propone una nueva aventura rebosante de fantasía para hablar sobre la importancia de aprender a vivir. Una preciosa fábula sobre la superación del duelo que esconde en su interior decenas de temas y lecturas ante los que es imposible no sentirse sobrepasado. Una de las obras más complejas y especiales de este irrepetible genio de la animación.

Puntuación: 4 de 5.

El protagonista de la historia es el joven Mahito, un niño de 12 años que vive en Japón en plena Segunda Guerra Mundial. El chico y la garza comienza el día que la madre del pequeño muere en un incendio. Sin tiempo para poder procesarlo, se muda con su padre y su nueva esposa —la hermana de su madre— a una finca en el campo. Desolado, Mahito no consigue superar la terrible pérdida. Pero allí se cruza con una misteriosa garza que le asegura que le estaba esperando y no dejará de molestarle. Al seguirla, acabará descubriendo todo un mundo de fantasía.

El sello Miyazaki

El chico y la garza

La película comienza como un drama coming-of-age al uso. El pequeño protagonista de El chico y la garza está atravesando importantes cambios en su vida y se ve sobrepasado. Esta narrativa clásica dura apenas 20 minutos. Tiempo suficiente para que Mahito empiece a descubrir el nuevo mundo en el que se ha visto obligado a vivir. Allí conoce a su tía —su nueva madre—, a un simpático grupo de adorables ancianas. También se deja patente, de fondo, el conflicto bélico, pues el padre del muchacho se dedica a la industria armamentística construyendo piezas de aviones.

Pero una vez asentados esos conceptos básicos, arranca la aventura y Miyazaki da rienda suelta a su magia. Esa que ha enamorado a varias generaciones con Totoro, Chihiro, Mononoke o Ponyo, por citar algunas de sus mejores historias. Primero lo hace a cuentagotas, lentamente. Pero en su segunda mitad se libera en un festín mitológico extremadamente rico. La capacidad para subvertir sus filmes realistas en una oda a la fantasía es algo que ningún otro director ha podido ni podrá lograr jamás. El sello Miyazaki es único y en El chico y la garza vuelve a hacer gala de ello con una grandilocuencia solo al alcance de los genios. En enero cumplirá 83 años.

El ideario de Miyazaki es prácticamente ilimitado. Por El chico y la garza desfilan criaturas de otros mundos y también del nuestro. Aves gigantes, meteoritos y diminutos seres gordinflones. Siempre arraigado a su amor por la naturaleza, el director incluso se permite hacerse algunos guiños a sí mismo. Tal es el caso, por ejemplo, de ese paso al mundo de fantasía a través de un túnel, como en el arranque de El viaje de Chihiro. Pero también está la desbordante épica naturalista de La princesa Mononke. Por no hablar de los numerosos temas que trata, desde el deseo ingobernable de vivir hasta la necesidad de crecer y dejar atrás la infancia. Todo en la película resuena a ecos del pasado del cineasta. Y por recargada que esté, de nuevo, no se pierde en sí misma en ningún momento. Su trama vuelve a ser impecablemente clara.

La complejidad de El chico y la garza

El chico y la garza

Bien es cierto que, como le ocurre a la mayoría de directores veteranos, lo que antaño era pura electricidad y energía ahora son reflexiones más profundas teñidas por la melancolía de la experiencia. En El chico y la garza hay bastante acción, porque Miyazaki no sería Miyazaki sin sus inyecciones de desbordante adrenalina. Pero la cinta también se permite el lujo de pensar, sobre todo en su inicial tramo costumbrista, cuando el ritmo es más sereno. Es algo que ha hecho en anteriores ocasiones y que, sobre todo en Chihiro, aportaba un empaque descomunal a la película. Aquí, aunque no llega a aquellos niveles, también lo ejerce de manera efectiva.

La sensación cuando termina la película es de abrumación. Porque Miyazaki siempre ha escondido dobles lecturas en sus obras. Pero El chico y la garza es quizá la más compleja de todas ellas. El revestimiento principal, el tema sobre el que gira toda la historia de Mahito, es la superación del duelo. Pero por debajo de la aventura se habla de una infinidad de temas. De la depresión, del nacimiento, de la muerte, del destino, de la honestidad, de la valentía, del tiempo, del caos, el equilibrio y hasta de la alienación militarista. Pero sobre todo de la vida, de aprender a vivir. Eso que al director le ha interesado tanto durante toda su trayectoria.

Al final, son tantas capas las que El chico y la garza guarda en su interior que el espectador no puede hacer otra cosa que deleitarse en lo que ve, aunque sea imposible entenderlo todo. Su voluminosa ambición tiene como consecuencia que no sea tan redonda como esas obras maestras que tanto reconocimiento le han dado. Pero no le hace falta. Porque, como decíamos, es una película especial. Y, sobre todo, sensorial. De aroma muy fino y con un regusto que se prolonga hasta la eternidad una vez que la pantalla se apaga y las luces de la sala se encienden. El tiempo será el encargado de ponerla en el lugar que merece en la vida de cada espectador.

El prodigio de Studio Ghibli

El chico y la garza

Si a nivel narrativo El chico y la garza es extraordinariamente grande, a nivel técnico también recupera el nivel de los mejores filmes de Studio Ghibli. La compañía había estrenado su anterior cinta, Erwig y la bruja, con el experimento del 3D digital. El resultado fue terrible. Por eso, Miyazaki ha retomado la senda del 2D clásico. Una vez más, se ha rebelado contra las tendencias actuales del cine de animación para apostar por la estética tradicional. Una decisión con la que impregna a su nuevo universo de un toque indescriptiblemente bello. Incluso en lo desagradable y en lo desgarrador se esconde la fascinación de un cuento a la antigua usanza.

Ojalá en Ghibli reconfirmen que ese es el camino a seguir. Porque, cuando ponen a trabajar a sus artistas, no tienen rival. La ecuación imaginación, talento, vitalidad y magia es una fórmula que han perfeccionado a lo largo de cuarenta años. Es la verdadera herencia que Miyazaki les deja, se retire ahora, en 2013 o dentro de otros diez años. Guillermo del Toro ha sido en el último curso el adalid de un lema fundamental: "La animación no es un género". Es decir, la animación es cine, a secas. Y en esta batalla, Miyazaki es uno de los mejores soldados. Larga vida a sus películas.

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