Cuando los adultos actuales íbamos de excursión al campo de pequeños, disfrutábamos del espectáculo de luces nocturnas de las luciérnagas como algo habitual. Hoy en día, en cambio, los niños que vean a una sola luciérnaga volando despistada pueden sentirse afortunados. Las luces de las luciérnagas se han ido apagando con el paso de los años, convirtiéndose en una rareza y lo cierto es que la culpa la tenemos, sin darnos cuenta, nosotros. Los mismos que de niños disfrutábamos observando su baile de colores.

Hay aproximadamente 2.000 especies de luciérnagas en todo el mundo. Buena parte de ellas están en diferentes niveles de peligro en la Lista Roja de la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza. Y las causas, aunque pueden variar de unas a otras, son básicamente tres: la destrucción de sus hábitats, el uso de pesticidas y la contaminación lumínica.

Estos tres impulsores de la extinción de las luciérnagas están directamente relacionados con la actividad de los seres humanos. Por eso, los científicos especializados en la conservación de estos insectos ya han puesto en marcha campañas de concienciación para intentar poner freno a su declive y que, con suerte, nuestros hijos y los hijos de nuestros hijos puedan disfrutar también de aquellas luces voladoras que tanto nos fascinaron cuando nosotros éramos niños.

La ciencia de la luz de las luciérnagas

Las luciérnagas son insectos coleópteros, por lo que, aunque no lo parezca, están emparentados con los escarabajos. Su mayor peculiaridad es la luz que les sirve para comunicarse entre ellas y, sobre todo, para que los machos y las hembras de una misma especie se encuentren y puedan empezar su ritual de apareamiento.

También se cree que la luz les sirve como defensa, pues confundiría a los depredadores que quisiesen comerlas. Esta hipótesis se sostiene en el hecho de que las larvas también tienen luz, a pesar de que todavía no necesitan aparearse. 

En cuanto al origen de la luz, se debe a un fenómeno conocido como bioluminiscencia. Estos insectos tienen en su abdomen una molécula llamada luciferina, que se oxida en presencia de oxígeno. Con un mínimo gasto de energía, esta reacción, potenciada por una enzima llamada luciferasa, produce luz de una forma muy eficiente. La luciferina se excita al oxidarse y, cuando vuelve a su estado original, libera luz, sin apenas producir calor.

Una forma de ver su eficiencia es compararla con una bombilla. Normalmente, en este invento que consideramos la panacea de la iluminación el 90% de la energía que consume se libera en forma de calor, y solo un 10% va dirigido a producir luz. En cambio, en las luciérnagas casi el 100% de la energía se invierte en producir luz.

Cada especie tiene patrones e incluso colores diferentes de luz. Puede ser azul, verde o roja, con patrones continuos o intermitentes, más o menos espaciados. Esto permite a las luciérnagas de una misma especie reconocerse entre sí y a la vez es un quebradero de cabeza para los científicos, pues no saben cómo lo hacen.

¿Por qué no es siempre del mismo color?

Uno de los misterios más estudiados es como, con una misma molécula, que es la luciferina, emiten luz de diferentes colores. Durante muchos años se pensó que la causa del cambio de calor era el tamaño de la cavidad del sitio activo de la luciferasa. Las enzimas son proteínas que catalizan las reacciones, como herramientas que facilitan que se produzcan. Esto es gracias a varios componentes, entre los que se encuentra el sitio activo, una cavidad a la que se une el sustrato sobre el que actúan. En este caso la luciferina. Se pensaba que una cavidad más grande permitía la pérdida de más energía, de modo que se emitiría en longitudes de onda más altas, correspondientes al rojo. En cambio, si esta fuese más pequeña, la luz sería azul o verde, como corresponde a longitudes de onda menores.

Sin embargo, un estudio llevado a cabo en 2010, contradice esta hipótesis y señala que, si bien está relacionado con la cavidad del sitio activo, parece deberse más bien al microambiente que se forma en este. Es decir, a la presencia de, por ejemplo, moléculas de agua o residuos de otras proteínas.

Sea como sea, está claro que cada especie de luciérnaga es única y que eso es lo que les ayuda a comunicarse. Las claves siguen siendo un misterio para los humanos que las hace aún más fascinantes.

luciérnagas
La bioluminiscencia se produce en el abdomen de las luciérnagas. Crédito: Tero Keski-Valkama (Wikimedia Commons)

Así estamos favoreciendo la extinción de las luciérnagas

Sara Lewis, profesora de biología en la Universidad de Tufts, en Estados Unidos, lleva años estudiando los factores que están conduciendo a la extinción de muchas especies de luciérnagas. Según su investigación, hay tres causas principales: la destrucción del hábitat, la contaminación lumínica y el uso de pesticidas. ¿Pero cómo lleva todo esto a su muerte y cómo puede evitarse?

La destrucción del hábitat, el peor enemigo de las luciérnagas

Durante el día, las luciérnagas permanecen cobijadas de la luz del Sol y de cualquier otra iluminación bajo los doseles vegetales de los bosques. Así, cuando llega la noche, pueden salir a la oscuridad y empezar su ritual de luces. Esas plantas no solo las esconden de la luz, también les dan un lugar en el que vivir. Por eso, cuando los árboles se talan y los arbustos se cortan para construir campos de cultivo, granjas o edificios, se acaba indirectamente con la vida de las luciérnagas.

Un buen ejemplo de todo esto es el de Pteroptyx tener, una luciérnaga que suele vivir en Malasia, en manglares que con el paso de los años se han destruido para instalar granjas acuícolas y cultivos de palma para la extracción de aceite. 

El problema de la contaminación lumínica

En la medida de lo posible, las luciérnagas necesitan oscuridad casi absoluta. Por eso durante el día se resguardan del sol. Pueden convivir bajo la luz de la Luna, pero poco más. En cuanto todo se llena de farolas y otras luces artificiales, ellas se confunden, no diferencian sus propias luces de las de las bombillas, y pueden correr dos destinos diferentes. Bien volar hasta las farolas y morir achicharradas, o bien no encontrar nunca a sus compañeros de apareamiento. Esto, como es lógico, puede terminar con especies enteras.


Además, se ha comprobado que cuando las luciérnagas pasan mucho tiempo bajo luces artificiales pierden intensidad en su propia iluminación. Por todo esto, la contaminación lumínica, ya de por sí peligrosa para otros insectos, se ha convertido en un serio problema para las luciérnagas.

El caso de los pesticidas

Los pesticidas se usan generalmente para matar a las plagas de insectos que atacan a los cultivos. Pero hay un gran problema y es que no suelen ser específicos. Incluso cuando son naturales, como la toxina Bt, atacan a los insectos en general, liberándose la toxina al pH de su sistema digestivo. Por eso, pueden caer muertas otras especies que no estaban dañando a los cultivos, como las propias luciérnagas. 

¿Qué podemos hacer?

Es imposible cambiar al completo nuestro estilo de vida para salvar a las luciérnagas. No obstante, sí que podemos tomar algunas medidas, como no contribuir a la contaminación lumínica, evitando iluminar innecesariamente las zonas de campo. 

También se pueden buscar opciones para las plagas como el control biológico, basado en insectos que atacan a otros insectos causantes de plagas. 

En cuanto a la deforestación, es más bien un tema en manos de las multinacionales, pero sí podemos intentar reducir el consumo de alimentos con ingredientes como el aceite de palma, que requieren estos macrocultivos que destruyen el hábitat de animales como las luciérnagas. 

Se trata de pequeñas acciones para que llegue un día en que el ver el mágico baile nocturno de las luciérnagas sea de nuevo una costumbre y no un golpe de suerte. 

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