M3GAN es el más reciente estreno del cine de terror. El androide siniestro es, también, la versión contemporánea de uno de los temas favoritos del género. Los muñecos de terror, malditos, poseídos o directamente peligrosos, han sido parte de varias de las historias cinematográficas más escalofriantes. Pero, en especial, tienen un peso importante en la forma en que se analiza, desde un punto de vista siniestro, a objetos en apariencia ingenuos.
Tal vez por ese motivo, la película del director Gerard Johnstone se convirtió en un inmediato éxito de taquilla y crítica. La historia de M3GAN, la muñeca de terror construida para proteger a una niña y que termina por ser una amenaza, es la quintaesencia del llamado toy exploitation. El género que analiza a los artefactos infantiles como símbolo del mal y el peligro tiene numerosos exponentes en el cine. Particularmente, cuando se convierten en una reflexión sobre la ambigüedad de los terrores más primitivos del ser humano.
Por supuesto, M3GAN no es la primera producción en mostrar una pieza entrañable que pasa a ser un arma o emblema de lo inexplicable. Los muñecos de terror son un clásico del cine. La película está precedida por una ilustre lista de relatos similares, la mayoría partes esenciales del cine de terror. La evolución de un concepto que intenta abarcar la percepción de lo pérfido como parte del entorno corriente.
Un muñeco de terror en el centro de la escena
En 1929, los directores alemanes Erich von Stroheim y James Cruze llevaron a la pantalla grande la primera gran historia de toy exploitation conocida. El Gran Gabbo relata cómo un muñeco de ventrílocuo se convierte en la única forma de comunicación del hombre que lo manipula. Pero el terrorífico Otto — una pequeña réplica en madera de su dueño — comienza a dar muestras que ser algo más que un objeto.
Durante sus primeras escenas, el argumento dejaba claro que una fuerza sobrenatural actuaba en torno a la puesta en escena del acto del artista. No obstante, el guion de la película no es tan sencillo.
De hecho, no responsabiliza solamente al muñeco de terror de los sucesos inexplicables que ocurren alrededor del ventrílocuo. Pronto se hace evidente que Gabbo expresa sus peores pulsiones a través de la voz de Otto. Además, que su oscuridad espiritual es una puerta a regiones terroríficas del mundo de lo desconocido.
El giro argumental volvió a repetirse en Al morir la noche, de 1945. En uno de los segmentos de la antología de historias de misterio, un maniquí de madera cobra vida a través de la voz de su propietario, un artista solitario. Pero, poco a poco, lo que parecía un milagro — con paralelismos con el cuento para niños Pinocho — se convierte en un relato sobre un muñeco de terror en toda regla.
No obstante, el punto más alto de la premisa llegó con El muñeco diabólico, de 1964. La película de la directora Lindsay Shonteff narra cómo un acto de circo que involucra a una marioneta se convierte en un escenario sangriento. Mucho más cuando, en esta ocasión, es evidente que el objeto es el medio a través del cual se manifiesta el mal en estado puro. Se considera a esta película como precursora del subgénero de terror como lo conocemos en la actualidad.
Las muñecas de terror y los secretos que pueden esconder
La idea acerca del muñeco de terror tuvo una evolución de considerable interés en Rojo profundo, de 1975. Bajo la dirección de Dario Argento, se hizo más complicada y extraña. No solo se trataba de un mecanismo a través del cual podían manifestarse fuerzas desconocidas. También de que un muñeco de terror podía ser la expresión misma del horror al cobrar vida y matar. Se considera que la película abrió las puertas para un nuevo tipo de argumento sobre objetos infantiles capaces de ser una amenaza.
En Magic: El muñeco diabólico, de Richard Attenborough, la premisa del muñeco de terror y el objeto poseído se mezclan. Por un lado, se trata de un juguete asesino, manejado por fuerzas temibles. Pero también de una criatura que logra obtener vida propia, proporcionada por rituales misteriosos. La historia no resultó del todo sólida, pero fue un éxito de taquilla que afianzó al toy exploitation como un género importante dentro del cine de terror.
Ya para Muñecos malditos, de 1987, la idea del objeto del mundo infantil vinculado a un lado diabólico toma un cariz experimental. En el largometraje de Stuart Gordon no se trata únicamente de muñecos de terror. También es un recorrido a través de la deshumanización que provocan el asesinato y la violencia. Conceptos que después serían incorporados a películas semejantes con un éxito considerable.
Llegan los clásicos al mundo de los juguetes malditos
En 1988, Chucky: Muñeco diabólico llevó al cine uno de los grandes iconos del terror. El director Lars Klevberg convirtió a Chucky en un inesperado símbolo espeluznante. También al concepto que le rodeaba en una franquicia que se extiende por ocho películas, un reboot y una serie.
En esta ocasión, la historia se reinventó para hacerse más retorcida. Un criminal consigue trasladar su espíritu a un muñeco y convertirse en una especie de feroz criatura desconocida. Un híbrido entre su antigua personalidad y una entidad nueva.
La premisa se hizo tan popular que la saga profundizó en su mitología en varios niveles. Desde la forma en que Chucky se manifiesta — incluyendo adquirir la capacidad para engendrar un hijo — hasta el mecanismo que le permite regresar a la vida.
Como era de esperar, el triunfo de la producción abrió toda una serie de historias semejantes. El amo de las marionetas, de 1989, dirigida por David Schmoeller, combina lo esencial del argumento de Chucky con creencias sobre el inframundo egipcio. El resultado fue una nueva franquicia que se extiende a lo largo de diez películas, todas basadas en la noción de los muñecos de terror capaces de contener vida. Y por si eso no fuera suficiente, de cometer las peores atrocidades y crímenes.
Chucky es la versión ochentera de M3GAN. O mejor dicho: M3GAN es la versión contemporanea, tecnológica, renovada, diseñada para una nueva generación, que infunde tanto terror como Chucky.
La reina de los muñecos de terror
En 2013, James Wan incluyó en Expediente Warren: El Conjuro un pequeño prólogo que incluía una historia independiente a la de la película. Se trataba de cómo una muñeca se había convertido en un objeto de terror. Uno, además, capaz de contener una maldición, lo que obligó a los Warren a ocultarlo en su ya célebre museo de objetos siniestros.
Los diez minutos de argumento dieron origen a una trilogía que explora los orígenes y el contexto de Annabelle. Basada en una historia real sobre una muñeca supuestamente poseída por el demonio, la subfranquicia se convirtió en un éxito. Pero, más allá de su relación con el llamado warrenverso, se trata también de un recorrido de interés por la premisa de los muñecos de terror. Wan logró renovar la percepción del peligro, la amenaza y el elemento turbio que rodea al inanimado personaje. Pero, mucho más, logró convertirlo en el centro de una serie de ideas singulares sobre el mal.
En más de una ocasión, se insiste en que Annabelle no es otra cosa que un “vínculo” con lo sobrenatural. Algo que queda demostrado en una de las escenas más terroríficas de la saga. En ella, puede verse a la muñeca sostenida por lo que parece ser un demonio. Lo cual termina por confirmar la premisa de todas películas relacionadas con el universo terrorífico de Wan.
M3GAN, un rostro y una idea novedosos para un viejo escenario
M3GAN podría considerarse una combinación de todos los viejos tropos sobre muñecos de terror. Solo que aplicados al mundo contemporáneo. La perspectiva reaviva el interés en las tradicionales historias sobre objetos infantiles con la capacidad de aterrorizar. Pero, además, también vincula la idea a algo más profundo. ¿Puede ser la tecnología la nueva expresión del mal incontrolable?
Con una secuela ya en producción y, con toda seguridad, una saga a punto de desarrollarse, la premisa de M3GAN seguramente profundizará en la posibilidad. Lo que deja claro que la más nueva integrante del selecto grupo de muñecos de terror abrió la puerta a un universo por completo nuevo.