En varias de las escenas fundamentales de Mundo Extraño, que acaba de llegar a Disney+, la familia es el centro de la acción. Los Clade, un clan con una larga historia de aventuras, deberán salvar a la ciudad de Avalonia de su destrucción. Pero antes de que eso ocurra, necesitan encontrar un punto de unión con el que puedan comprenderse entre sí.

En esta ocasión, en la historia no hay un gran romance en puertas — aunque sí mucho amor fraternal—, tampoco una suerte predestinada. Y mucho menos una princesa en peligro o a punto de sucumbir en la desgracia. En realidad, en la película más reciente de Disney hay un largo trayecto hacia la importancia de perdonar, crecer y madurar en familia. 

Se trata de un cambio relevante en las más reciente película de Disney, Mundo Extraño. Desde Encanto, y su historia acerca de la reconciliación y la herencia, hasta Raya y el último dragón, que atraviesa el reconocimiento y la identidad. Los grandes temas de Disney han crecido y madurado.

También se han hecho mucho más elaborados, sensibles y enfocados a una idea común. La necesidad de mirar los vínculos familiares en toda su importancia. Una vuelta de tuerca que tiene un amplio propósito: narrar relatos en los que el amor sea algo más que una idea romántica.

La evolución de Disney: de princesas desgraciadas a familias preocupadas

Mundo Extraño ya está disponible en Disney+

La evolución del punto de vista de Disney sobre sus historias ha sido lenta, pero constante. Durante los últimos veinte años, las princesas pasaron de ser estereotipos acartonados a importantes símbolos femeninos de la cultura pop.

La transformación conllevó un cambio en el tono y en la forma en que el estudio explora sus grandes ideas. Pero, a la vez, en nuevos escenarios para debatir y profundizar sobre tópicos de considerable interés colectivo.

De Mérida a Elsa en busca de identidad

Mundo Extraño

Quizás por ese motivo, la película Frozen, de Jennifer Lee y Chris Buck, estrenada en el 2013, resultó paradigmática. La producción se convirtió en un símbolo de la nueva forma en que el estudio comprendía a sus personajes.

Elsa de Arendelle, reina por derecho propio y traumatizada por un poder inexplicable, se liberó del interés romántico y tradicional para sostener su contexto. El resultado fue un éxito sin precedentes para Disney que abrió las puertas a la experimentación acerca de cómo analizaba a sus clásicas princesas.

Curiosamente, un año antes, Mérida en Brave, de Brenda Chapman y Mark Andrews, lo intentaba sin demasiado éxito. La historia de la princesa rebelde, que solo quería ser libre en medio de imposiciones dinásticas, no llenó las expectativas. A pesar de que causó revuelo y despertó la curiosidad del público. Sin embargo, no llegó a convertirse en el éxito de taquilla y crítica que la dupla Pixar/Disney esperaba.

Brave de Disney

Pero Frozen se convirtió en un suceso y también en un mensaje a la industria: el poder de las heroínas. Hasta entonces, resultaba impensable que una de las clásicas princesas pudiera sostener una historia sin un interés amoroso de por medio. Sobre todo, sin coincidir con el canon habitual en cómo el estudio suele mostrar a sus historias fundamentales.

Frozen resultó una inspiración que aglutinó la idea de las mujeres que “sueñan en grande”. Un concepto que, por otro lado, Disney había comenzado a explotar de manera tímida en producciones anteriores.

El personaje que llegó para cambiarlo todo

Pero fue Elsa, y en menor medida su hermana Anna, la que brindó rostro a una nueva vanguardia sobre el poder de los personajes en el estudio. En su segunda parte, Frozen no solo elaboró una idea más profunda sobre la capacidad de Elsa para descubrirse a sí misma. También acerca de la percepción del poder secreto que la convierte en una singular heroína de poderes inexplicables.

La reina de Arendelle es, quizás, la primera princesa Disney cercana a la noción del héroe, tal y como se concibe en la actualidad. Después de abrazar su poder en toda su magnitud, la monarca de un reino pequeño comenzó una búsqueda de la individualidad. Una que tampoco incluyó el amor romántico como centro o el motivo de todas las acciones, sino la evolución espiritual de Elsa. Al mismo tiempo, los lazos que la unen al pasado y a su familia.

Chris Montan y Frozen

En Disney, las mujeres cuentan sus propias historias

Finalmente, fue Vaiana (Moana en latinoamérica) la princesa Disney que daría el primer paso en la narración sobre mujeres que viven su propia historia. Sin el añadido de un elemento amoroso, tangencial o incluso circunstancial, como es el caso de Elsa y Anna. 

Vaiana/Moana es una princesa en busca de sus propios triunfos. Una que, además, tiene un propósito originario que la emparenta con una divinidad femenina extraordinaria y una narración que la llevará a través de un largo y emocionante trayecto emocional. La princesa de un reino de infinita belleza en las islas del Sur del pacífico es además una heroína por derecho propio en un recorrido fabuloso.

Uno que la lleva desde los puntos más elaborados de la mitología local hasta un desenlace en que se celebra el espíritu individual y el poder del trayecto para descubrir su propio camino. Vaiana/Moana, de la misma manera que Mérida y Elsa, son reflejos de un cambio contundente y profundo dentro de la forma de narrar historias de Disney.

Un argumento sólido y maduro a ritmo de Carlos Vives

Con Mirabel, de Encanto, ocurre algo semejante. La única miembro sin poderes de una familia extraordinaria está en busca de su identidad. Pero, a la vez, de la noción del amor, el perdón y la solidaridad. Un tema por completo alejado de las usuales búsquedas y preocupaciones de Disney.

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Disney

De hecho, la película desafía todas las expectativas sobre su argumento. Esta historia conmovedora es un recorrido por caminos adultos y profundos sobre el dolor, el desarraigo y la pertenencia. Todo a ritmo de la voz de Carlos Vives y las letras de un inspirado Lin — Manuel Miranda.

Pero, más allá de la novedad de incluir el realismo mágico latinoamericano en sus historias, Disney se arriesga con cuidado en terreno desconocido. El relato, que explora secretos privados, aborda cuestiones muy poco infantiles sobre la individualidad y el desarraigo.

De hecho, termina en un recorrido elegante a través de la pertenencia. Una buena parte de su sólido guion basa su efectividad en su capacidad para narrar momentos introspectivos. Encanto medita, con un sentido de la madurez que sorprende, acerca de temas que usualmente las películas de Disney prefieren pasar por alto.

Disney consigue ganar la apuesta

Desde el arraigo, la exclusión y los dolores íntimos, hasta la forma en que analizamos lo que nos une a los que amamos. Encanto presta atención a los mundos internos de sus personajes. Lo hace a través de la metáfora de una casa mágica y radiante que, en sí misma, es otro rostro de la gran familia Madrigal. La “casita”, en medio de la selva exuberante, es un lugar extraordinario que contiene varios a la vez. Es el centro de las pulsiones y deseos de quienes la habitan y el pueblo que la rodea. 

Encanto es realismo mágico — incluso con sus correspondientes mariposas amarillas — y, a la vez, muestra una rebelión con la fórmula Disney. Después de un primer tramo que resulta engañosamente familiar, la película avanza hacia sus recovecos más singulares. Los miembros de la familia Madrigal se hacen preguntas sobre su vida, sus poderes y, al final, la expresión del yo.

Encanto, de Disney
Walt Disney Animation Studios

Es entonces cuando el argumento encuentra tiempo para cuestionar los propósitos que se impone y se acepta. Asimismo, los que se llevan a cuestas y, al final, aplastan convertidos en dolor. Encanto llega a su punto más interesante en una mezcla de conmovedora y certera reflexión sobre lo espiritual. Una combinación afortunada que recorre hasta su última y apoteósica escena.

Una nueva narrativa para el estudio

Pero es Raya y el último dragón, de Carlos López Estrada y Don Hall, la rompe por completo la noción de la princesa desvalida que había manejado Disney hasta el momento. Lo hace en una narrativa que combina la mitología con una brillante historia sobre superación, confianza y el poder personal.

Disney parece haber tomado la decisión de brindar al personaje algo más allá de un entorno fabuloso en el que pueda hacer descubrir (y hacer uso) de todo su poder. Además, se ha permitido construir un recorrido hacia la plenitud en el que crea una nueva perspectiva sobre el universo animado del estudio. Raya y el último Dragón es una combinación equilibrada e ingeniosa de la tradicional búsqueda del objetivo con una historia de crecimiento y aprendizaje. Algo que lleva a su personaje a través de lugares inéditos en la narrativa de la compañía.

Raya y el último dragón, de Disney

Como si de una celebración a sus predecesoras se tratara, Raya es también un homenaje a la búsqueda de un espacio individual. Una reconstrucción sobre el ideario femenino y, al final, una celebración al poder del individuo. En conjunto, la película avanza con firmeza hacia el reconocimiento de la cualidad individual y lo hace con una delicadeza que sorprende y se agradece.

Sin duda, se trata de un riesgo calculado. Disney dejó atrás la pretensión de la bondad y el absoluto de las intenciones para construir un personaje falible en busca de su propia redención. Lo hizo, además, desde una cuidadosa mezcla de condiciones y esperanzas sobre el tránsito del bien y del mal como algo significativo en lo individual.

El punto de inflexión que cambiará el futuro de Disney

En Mundo Extraño, el bien común lo es todo. Ya sea el de los habitantes de la ficticia Avalonia o el de los muy corrientes problemas entre la familia Clade. Esta película de Dianey analiza con cuidado y esmero la idea de la reconstrucción de los vínculos fundamentales que unen a padres, hijos y hermanos.

El recorrido, que en ocasiones resulta casi doloroso por su realismo, es tan sincero como frontal. En Mundo Extraño, la importancia de la vida doméstica, de sus pequeños dolores y grandes descubrimientos, es crucial. Tanto como para que todo el peso argumental del guion esté enfocado en cómo los Clade redescubren el poder de sostenerse unos a otros.

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Un cambio total en la forma en que Disney contempla el mundo de sus grandes relatos y que, sin duda, deja un legado valioso. Tanto como para, quizás, cambiar la historia del estudio para siempre.

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