Al margen de las generalmente gustosas obras de Pixar, los estudios del ratón Mickey llevan unos cuantos años apostando bastante, decididamente, por el protagonismo femenino en sus producciones animadas, esas con la etiqueta curiosa de “clásicos” gratuita. Desde Tiana y el sapo (John Musker y Ron Clements, 2009) y Enredados (Nathan Greno y Byron Howard, 2010), pasando por Frozen: El reino del hielo (Chris Buck y Jennifer Lee, 2013), Vaiana y Zootrópolis (Musker, Clements y Don Hall, Howard, Rich Moore y Jared Bush, 2016), hasta Frozen 2 (Buck y Lee, 2019) y, ahora, Raya y el último dragón (Hall, Carlos López Estrada, Paul Briggs y John Ripa, 2021). Y son siete de once.
Esta nueva propuesta, dirigida a cuatro manos como se ve, cuenta con uno de los realizadores de la simpática Winnie the Pooh (2011), la amena Big Hero 6 (2014) y, como hemos dicho, la graciosa Vaiana. De hecho, al estadounidense Don Hall debió de quedársele el interés por los elementos narrativos del filme sobre la heredera de Motu Nui, ya que Raya y el último dragón contiene semejanzas obvias con el de la flamante heroína oriental. Para el mexicano Carlos López Estrada es su primera incursión en el cine animado tras Punto ciego (2018) y Summertime (2020). Y se trata del primer largometraje de Paul Briggs y John Ripa tras años en los departamentos de animación de Disney.
El mercado chino es muy jugoso como uno de los más grandes del mundo. Por ello, no ha de sorprender que se decida producir filmes con los ingredientes de Raya y el último dragón. La temporada pasada, por ejemplo, se estrenaron Mulán y Más allá de la Luna (Niki Caro, Glen Keane y John Kahrs, 2020). Y no es que el argumento del nuevo largometraje de Don Hall y compañía suceda en el gigante asiático sino en una tierra imaginaria. Pero su acervo cultural es muy suyo. A partir del mismo y vistoso prólogo titiritesco de ritmo endiablado, con reverberaciones de Vaiana. El que se disfruta en toda la película, de hecho.
Porque, si Raya y el último dragón luce alguna virtud indiscutible, y no parece la única, es que no se debilita en ningún momento durante sus casi dos horas de duración. Lo que no parece moco de pavo. Ni que combine varios tipos de animación cuando narra historias del pasado o describe el mundo en el que transcurre su fantasía. El esplendor de su aparato animado solo puede deberse al talento de sus realizadores y a la gran experiencia de los estudios de Disney. Hay aquí imágenes tan hermosas que le quitan a uno el hipo. Pero el buen ritmo se sustenta, claro, en su medida planificación visual y en el montaje oportuno.
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Además, el sentido del entretenimiento y de lo maravilloso no es algo de lo que carezca Raya y el último dragón precisamente. Nos brinda generosas raciones de ello. Y de un humor agradecido pero no brillante. Las carcajadas incontenibles que supo arrancarnos Vaiana con sus ocurrencias no nos salen de la misma forma con este agradable filme. Ni siquiera gracias a las preocupaciones de los animalitos más o menos conscientes de rigor en toda producción Disney. El compositor James Newton Howard (Señales), por otro lado, logra una partitura que favorece el tono y la intensidad pero no se diría digna de ser recordada.
Y no debería resultarnos especialmente asombroso que esta película de Don Hall, Carlos López Estrada y los otros dos codirectores tenga el corazón en su sitio. Es marca de la casa. Y que el conflicto principal no sea en blanco y negro Pero lo que no se muestra tan habitual es su conveniente perspectiva política, irrelevante artísticamente hablando. No porque no cuadre con las ideas manejadas por Disney, sino porque sus obras no suelen entrañar ninguna. Y la de Raya y el último dragón se refuerza en un emocionante tramo final y un palpitante clímax. El colofón de esta satisfactoria aventura animada.
