En la serie de Netflix 1899, la realidad está escindida en múltiples versiones. Tanto como para que la sustancia misma de lo que los personajes creen verídico se sostenga y se enlace con ideas subjetivas. ¿Qué son el tiempo, la identidad y las vivencias cuando todo puede transformarse una y otra vez? Esa es la premisa que plantea el argumento de la serie y que, para sus capítulos finales, lleva a un nivel más elaborado, extraño y surreal. 

Pero en 1899, además, la versión sobre lo que ocurre tiene varias facetas. El guion estructura una visión caleidoscópica del tiempo, el espacio e incluso los elementos que sostienen la psicología de sus protagonistas. Cada circunstancia depende del punto de vista desde el que se analice. También del relato que pueda ofrecer un personaje acerca de lo que le rodea. Para sus últimos capítulos, 1899 demuestra que su escenario no solamente tiene incontables planos de interpretación. También que cada uno de ellos obedece a una perspectiva individual independiente al resto.

Es entonces cuando la serie encuentra su punto más filosófico. Si hasta el capítulo seis, 1899 jugó con la interpretación de la realidad, al avanzar hacia su final incorpora el elemento de la probabilidad. A la vez, el de la concepción subjetiva o personalísima de cada hecho. El argumento comienza entonces a dejar claro que lo que sea que ocurre obedece a un orden concreto. El cual, además, está relacionado con una antigua concepción de la verdad parcial que la serie utiliza como punto de enlace con algo más profundo. Se trata de la alegoría de la cueva de Platón. En 1899, la premisa permite representar los niveles y dimensiones de la realidad desde un punto de vista por completo nuevo. 

La filosofía de fondo en 1899

La serie 1899 emplea la alegoría de Platón como punto de entrada hacia un concepto más elaborado sobre la realidad, la mente y la interpretación del mundo. Según el filósofo, lo que percibimos como tangible es una perspectiva que podría o no ser cierta, en función del en que se profundice. Para ejemplificar la idea, Platón describe un escenario hipotético en el que un grupo de prisioneros está recluido en una cueva. Todo lo que puede ver la pequeña multitud es la pared que refleja las sombras del mundo real. En otras palabras, una proyección terciaria o derivada de lo que en realidad puede haber — o no — a sus espaldas. 

Sin embargo, los prisioneros jamás reciben una explicación detallada del mundo traspuesto que miran, por lo que deben hallar su propio concepto. No hay una explicación precisa de la realidad. Eso provoca que las limitaciones de lo que pueden ver, escuchar e interpretar delimiten el mundo a su alrededor. Lo más curioso es que Platón profundiza en la posibilidad de que los prisioneros aceptarán el mundo tal y como se les muestra. De forma que no cuestionan el sentido de lo que ven y mucho menos pueden reconstruir a través de los datos a su disposición.

La alegoría de Platón ha sido utilizada en diversas películas, especialmente de ciencia ficción, como Interstellar de Christopher Nolan y Shutter Island de Martin Scorsese. Tanto en una como la otra, la realidad se limita a traducirse a través de los recursos de sus personajes y la forma en que pueden comprenderla.

Lo mismo que pasa a una escala colosal en 1899. En la serie, la realidad es una percepción distorsionada. Tanto como para que pueda cambiar, deconstruirse y ser olvidada en ciclos precisos. Todo sin que los personajes cuestionen lo que ven o comprenden a través de las ideas más elaboradas que tienen a su disposición.

Todo empieza en Platón

De hecho, 1899 es muy directa al plantear la idea. Henry recuerda que Maura estaba obsesionada con la alegoría de Platón cuando era más joven. Es más que probable que Maura empleara la idea de una realidad que puede interpretarse a través de sus limitaciones de la premisa del filósofo. Sin embargo, después de que perdió sus recuerdos y Henry tomó el control de las reinvenciones sucesivas de la realidad, ella misma fue víctima de su experimento

1899

Una y otra vez, la realidad para Maura se convirtió en una serie de símbolos y objetivos entrecruzados entre sí que sostuvieron la posibilidad de la realidad en 1899. Mucho más cuando, dado que Henry también es parte de una simulación, la alegoría de Platón se convierte en una repetición infinita de decisiones. Para deconstruir la realidad hasta hacerla irreconocible e incluso para crear una mera versión confusa de una idea mucho mayor.

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