En La Escuela del Bien y del Mal, de Paul Feig para Netflix, los cuentos de hadas son importantes. No solamente eso: también son esenciales para comprender el equilibrio del mundo. Tanto como para que sean, además de grandes relatos, el lugar del que provienen todas las historias. 

La producción, que se estrena el 21 de octubre y es una adaptación de la primera parte de la pentalogía del mismo nombre de Soman Chainani, mira a la realidad desde sus enigmas. Sin embargo, intenta ir más allá. Analizar el origen de todas las grandes batallas morales y espirituales que se gestan a diario. 

Mucho más, cuando dos escuelas gemelas son las responsables de la educación de los futuros grandes héroes y villanos que marcarán la historia humana. La Escuela del Bien y del Mal no es solo un paraje de fantasía. En realidad, es, como sus habitantes, maestros y alumnos repiten con frecuencia, el centro de cómo se concibe el corazón humano.

La Escuela del Bien y del Mal

El argumento de La Escuela del Bien y del Mal atraviesa todos los puntos comunes en tramas de grandes gestas mágicas, aunque intenta desmarcarse como puede de comparaciones. Pero la narración termina por ser tan débil y alejarse tanto de su núcleo principal que se convierte en una sucesión de escenas previsibles. De hecho, para su última media hora, Paul Feige abandona toda intención de dotar con sentido propio a su historia y la película avanza hacia un final predecible. Los símbolos del bien y el mal en una historia que escriben a través de sus decisiones terminan por caer en la simplicidad. Para entonces, La Escuela del Bien y del Mal perdió no solamente interés, sino también todo encanto. Lo más preocupante que puede ocurrir en una historia que basa su atractivo en su capacidad para narrar el mundo oculto de la magia.

Puntuación: 3 de 5.

Un viaje hacia el centro de las grandes historias

Una premisa intrigante que Feig trata de narrar comenzado por un recorrido rápido a través de un universo mayor. Uno que, además, conecta con el concepto de una dimensión enigmática a punto de ser descubierta. De modo que, en el pueblo minúsculo y, al parecer, aislado de cualquier contacto exterior de Gavaldon, la normalidad es plácida. Pero, también, se encuentra al borde de lo que puede ser un secreto mayor que se oculta en sus borrosas fronteras invisibles. 

Para contar su historia, La Escuela del Bien y del Mal toma el tono emocional de su versión literaria y la convierte en un cuento de hadas desenfadado. Agatha (Sofia Wylie) debe soportar las burlas de Gavaldon y el epíteto de bruja. Al otro extremo, Sophie (Sophia Anne Caruso) sueña con una vida más allá de la monotonía del pueblo. Pronto, ambas encontrarán que más allá de los límites del lugar en que viven, habita el misterio.

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Un argumento intrigante que el guion, escrito por el mismo director y David Magee, aborda con especial énfasis en las dobles lecturas. Sophie sueña con la bondad, mientras Agatha trata de sobrevivir. Una y otra parecen llevar sobre los hombros el peso de su identidad. Pero, a la vez, el de la predestinación y las grandes decisiones personales.

Feig maneja la idea desde cierto aire de paraje atemporal, construyendo una atmósfera relajada y ágil, que podría funcionar de no parecer artificial y genérica. De hecho, uno de los grandes problemas de la película es su incapacidad para sostener una personalidad. Todo en La Escuela del Bien y el Mal carece de un sentido de identidad genuino. Apresurada, con verdaderos problemas narrativos y, al final, una carencia total de sustancia, el largometraje es una colección de lugares comunes. 

La Escuela del Bien y del Mal, sin un lugar propio en que construirse

El argumento tiene problemas, desde sus primeras secuencias, para sostenerse sobre una mirada válida del mundo que intenta construir. Todo tiene un aire de referencia inevitable, tan marcado, incluso, que desdibuja cualquier intento de la película por obtener peso y sentido propio.

Las primeras escenas de La Escuela del Bien y del Mal, que muestran la lucha entre los hermanos Rafal y Rhial (interpretados en doble papel por Kit Young), definirán el tono de la producción. Los fundadores de la escuela titular son la encarnación del bien y el mal en el mundo. Pero el guion no hace hincapié en la salvedad y parece mucho más interesado en vincular una concepción de la fantasía capaz de deslumbrar. De modo que, la reflexión acerca de un mundo binario, en que el equilibrio depende de héroes y villanos, capaz de inspirar las grandes acciones, se desdibuja pronto

El relato no llega a explorar la percepción sobre los extremos de un mundo sin matices. Por lo que la secuencia de la lucha entre hermanos gemelos se desmorona en juegos de cámara y efectos digitales de pobre calidad. A pesar de tener la intención de ser un pequeño prólogo de contexto para el resto de la historia, tiene un aire superficial. La aparente lucha entre el bien y el mal queda reducida a un largo diálogo explicativo sin mayor sustancia. 

Y lo que es aún peor, lo que en el libro es el centro medular de la narración — el hecho que las grandes historias tengan influencia en el mundo real — se desdibuja. Tanto como para que cuando la película comienza su rápida y poco detallada travesía hacia sus eventos más importantes, el guion decaiga en interés y audacia. 

La Escuela del Bien y el Mal comete el error de no intentar innovar, sino crear la sensación de que la fantasía es un espacio conocido y reconocible. Pero, en lugar de construir un escenario cálido, termina por mostrar un paisaje tedioso de personajes y situaciones olvidables. 

La falta de sentido épico en La Escuela del Bien y el Mal

Hay un marcado aire de homenaje a obras mayores en La Escuela del Bien y del Mal. Hasta el punto de que, en varios momentos, la personalidad de la película se diluye por completo en los guiños y pequeñas referencias evidentes. Desde la inevitable saga Harry Potter hasta la serie His Dark Material de HBO Max. Incluso hay una indudable referencia al éxito discreto de la plataforma, Destino: La saga Winx, con su mundo mágico lleno de toques domésticos. 

Pero La Escuela del Bien y del Mal falla en lograr enlazar la idea de lo fantástico como hecho que abarca múltiples mundos. Cuando Agatha y Sophia terminan por descubrir la existencia del sitio en que se escriben todas las historias del mundo, la película decae por completo. En especial, porque lo que podría ser un recorrido metafórico sobre ideas mayores se convierte en drama juvenil sin mayor relevancia y profundidad.

Eso, a pesar de que su argumento lucha por sostener sus mejores ideas en sus escenas centrales. La trama enfoca el concepto mismo de La Escuela del Bien y del Mal como institución desde lo obvio. Se trata de una escuela para criaturas mágicas o, en el mejor de los casos, destinadas a serlo. De modo que Lady Lesso (Charlize Theron) y Clarissa Dovey (Kerry Washington) representan el bien y el mal encarnado. Ambas actrices parecen atrapadas en sus papeles, sin otro remedio que bordear la caricaturización para encontrar un sentido de lo ambiguo. Un juego de alegorías que el largometraje intenta, sin lograrlo por completo en ningún momento.

Dos miradas al mismo tiempo: el destino y la esperanza

En La Escuela del Bien y el Mal todo tiene dos vertientes. Al menos, dos significados contrapuestos. Un punto que el guion se esfuerza por mostrar, pero que termina por ser una confusión de buenas intenciones inconcretas. Sophie lucha por demostrar que no debería encontrarse en los Nunca, los villanos predestinados a serlo. 

Con una ambición desmedida que contradice su supuesta bondad, el personaje es, quizás, el más intrigante de la trama. Por su parte, Agatha se esfuerza por regresar al pueblo y abandonar los salones de los Siempre, los héroes inevitables. Una sencilla ambición que se ve superficial en el gran mapa de las cosas que el argumento intenta dibujar. 

La Escuela del Bien y del Mal

Entre las dos amigas surgirá pronto una grieta, quizás irreparable. Mucho más, cuando la institución a su alrededor comience a mostrar sus fallas de forma y fondo. La película trata de enfocarse en los contrastes, en los lugares intermedios, para demostrar que la misma existencia de La Escuela del Bien y del Mal carece de sentido. Pero no tiene el suficiente ingenio ni tampoco habilidad para que la premisa resulte creíble. 

Al final vivieron felices… más o menos

El argumento atraviesa todos los puntos comunes en tramas de grandes gestas mágicas, aunque intenta desmarcarse como puede de comparaciones. Pero la narración termina por ser tan débil y alejarse tanto de su núcleo principal que se convierte en una sucesión de escenas previsibles. 

De hecho, para su última media hora, Feige abandona toda intención de dotar con sentido propio a su historia y La Escuela del Bien y del Mal avanza hacia un final predecible. Agatha y Sophie, símbolos del bien y el mal en una historia que escriben a través de sus decisiones, terminan por caer en la simplicidad.

Para entonces, la película pierde no solamente interés, sino también todo su encanto. Lo más preocupante que puede ocurrir en una historia que basa su atractivo en su capacidad para narrar el mundo oculto de la magia. 

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