En varias de las escenas de El teléfono del Señor Harrigan, de Netflix, la tensión está en los lugares más inesperados. La cámara sigue con cuidado a sus personajes en salones en penumbra o le dedica cuidadosos primeros planos. El director John Lee Hancock logra crear un equilibrio de cuidadosos contrastes para contar una historia compleja con dos interlocutores improbables.
Se esfuerza, en particular, por dejar claro que todos los indicios de que un suceso temible podría ocurrir se encontraban a simple vista. Al menos, eran tan obvios como para poder deducirse a través de una mirada cuidadosa a cada suceso que precedió al fenómeno que la película relata.
Para lograr la pequeña proeza narrativa, Hancock dedica tiempo y esfuerzo a profundizar en lo que rodea a sus personajes y, a la vez, los identifica. La vieja casa del protagonista, encarnado por Donald Sutherland, se convierte en un extraño paraje, silencioso y tenso. Al otro extremo, el miedo frágil de Craig (Jaeden Martell) se erige en un símbolo del poder del relato que se origina a su alrededor. Poco a poco, la sensación de que un suceso terrorífico está a punto de suceder se entreteje en lo cotidiano en El teléfono del Señor Harrigan.
El resultado, entre ambas cosas, es una tensión angustiosa, extraña y, en ocasiones, asfixiante a medida que la historia se hace más densa. En una serie de buenas decisiones, el guion, basado en un cuento corto de Stephen King, le brinda una peculiar profundidad a lo inminente. El Señor Harrigan es un hombre en apariencia afable, pero que, sin duda, guarda un tipo de oscuridad interior inquietante.
El Teléfono del Señor Harrigan
La película enlaza con una construcción sobre la memoria y la trascendencia. Pero lo hace desde una perspectiva siniestra, cada vez más evidente. Mucho más cuando lo sobrenatural entra en escena. Podría suponerse que, entonces, la película alcanza su punto más complejo. Sin embargo, tal vez porque finalmente debe mostrar sus secretos, el argumento pierde la sofisticada solidez que tuvo hasta entonces. Una ruptura que es, quizás, el punto más torpe de una producción que depende de cómo contar el terror sin mostrar de inmediato sus mecanismos.
En la penumbra de El teléfono del Señor Harrigan están los secretos
Como contraste, Craig está lleno de buenas intenciones. Es el típico chico de la obra de Stephen King: curioso, despierto y afable. A la vez, también está abrumado por un miedo invisible que enturbia todas sus emociones. La combinación entre ambos sustenta un mensaje entre líneas. Los sucesos más trascendentales — y, a menudo, inexplicables — tienen una relación directa con el poder, la voluntad y cierta versión sobre la violencia.
“No es una persona fácil, tiene un carácter complicado”, susurra uno de los personajes para definir a Harrigan. El argumento de El Teléfono del Señor Harrigan deja traslucir que el anciano venerable no es todo lo inofensivo que parece. Con la misma discreción, muestra que en la penumbra del espíritu humano habitan monstruos.
Se trata de un recurso inteligente, que hace de la primera hora de la película un elegante estudio sobre los grises morales y éticos. Con un pulso preciso y bien construido, el argumento deja claro que sus personajes, inofensivos en apariencia, están vinculados por su mirada a cierto trasfondo tétrico. Una percepción que se hace más peculiar y compleja a medida que la película abandona las escenas del cuento para crear su propia entidad narrativa.
Con lentitud, El Teléfono del Señor Harrigan enlaza con una construcción sobre la memoria y la trascendencia. Pero lo hace desde una perspectiva siniestra, cada vez más evidente. Mucho más cuando lo sobrenatural entra en escena. Podría suponerse que, entonces, la película alcanza su punto más complejo. Sin embargo, tal vez porque finalmente debe mostrar sus secretos, el argumento pierde la sofisticada solidez que tuvo hasta entonces. Una ruptura que es, quizás, el punto más torpe de una producción que depende de como contar el terror sin mostrar de inmediato sus mecanismos.
El sonido de un teléfono en una tétrica oscuridad
A partir del previsible giro central del guion, El Teléfono del Señor Harrigan se hace más rápida y, en cierta forma, pierde la sofocante atmósfera que había construido hasta entonces. En cualquier caso, el argumento se hace menos temible. Hancock tiene problemas para narrar lo que se queda más allá de la pantalla una vez que el suceso que insinuó ocurre. En concreto, lo que sostiene este relato aterrador a distancia de los giros conocidos del género o de su singular trama.
Por supuesto, como toda adaptación basada en una obra de King, el escenario en que trascurre el relato se transforma poco a poco en un espacio claustrofóbico. Lo que comenzó como una súplica accidental de ayuda, se transforma en un escenario en el que lo inexplicable se contrapone a lo cotidiano.
El terror en la obra del escritor tiene un vínculo inevitable con lo corriente y El Teléfono del Señor Harrigan rinde homenaje a ese rasgo con habilidad. Pero no tiene la suficiente fuerza como para construir un discurso que enlace lo usual con un rasgo discordante emparentado con lo sobrenatural.
Por singular que parezca, El Teléfono del Señor Harrigan falla cuando debe mostrar sus momentos más terroríficos. En especial, al no lograr mezclar de forma efectiva la idea de un suceso cualquiera convertido en uno monstruoso. La atmósfera de cuidadosa tensión sigue siendo el elemento más elaborado y reconocible, pero no profundiza en esa oscuridad discreta que muestra a medias.
El gran fallo de El Teléfono del Señor Harrigan
De hecho, varios de los momentos más decepcionantes de la película son, precisamente, los más cercanos a un argumento de terror al uso. Sin la fuerza para sostener una mirada a lo sobrenatural creíble, el guion decae hasta convertirse en otra versión del terror relacionada con objetos malditos sin mayor personalidad.
Para sus últimas secuencias, El Teléfono del Señor Harrgan pierde por completo su tridimensionalidad en beneficio de sobresaltos de ocasión. Pero, aun así, conserva cierta consistencia que, quizás, sea lo más notorio de su tono, por momentos confuso.
Con la canción Stand by Your Man, de Tammy Wynette, convirtiéndose en una conexión espeluznante con la oscuridad interior, la película deja claro un mensaje. Entre la realidad y lo que puede aterrorizarnos hay un espacio diminuto e invisible. Uno punto argumental que, quizás, pueda ser el más elaborado y mejor construido de la película.