La luz azul es una de las grandes villanas de la ciencia. Su papel como disruptor de los ritmos circadianos está más que claro, con todo lo que eso conlleva para la salud de los humanos, así como de otros animales y también de las plantas. Sin embargo, también se le asocian propiedades que no están tan claras. Se habla de daños a la vista o incluso a la piel. Estos se han estudiado, pero no se ha llegado a encontrar evidencias científicas sólidas. Sin embargo, hay multitud de gafas o cremas hidratantes con filtros que, por supuesto, encarecen mucho el precio final del producto.

Eso nos puede llevar a pensar que todo lo que rodea la evitación de la luz azul es un negocio. En ese caso, podrían descuidarse los peligros reales que sí están más que demostrados. Por lo tanto, es bueno tener claro hasta qué punto sí que es una villana.

Probablemente, no tendrás problemas de visión ni tu piel envejecerá más deprisa por las pantallas de los dispositivos electrónicos. Pero si no cuidas la iluminación de tu dormitorio o abusas del móvil o el ordenador en las horas finales del día, sí que pueden aparecerlos verdaderos perjuicios de la luz azul. 

La cara peligrosa de la luz azul

Los ritmos circadianos son ciclos de 24 horas que controlan un gran número de respuestas fisiológicas en base, sobre todo, a la variación de la luz a lo largo del día. Una de esas respuestas fisiológicas que se modifica a lo largo del día es el sueño, como es lógico. 

Esto se controla a través de varios mecanismos, pero especialmente mediante la activación e inhibición de la síntesis de una hormona llamada melatonina. El impulsor para que esta se secrete es la luz que llega a través de los ojos. Esta provoca que se deje de sintetizar melatonina. Sin embargo, cuando los niveles de luz se reducen, la hormona comienza de nuevo a producirse, promoviendo todas las respuestas fisiológicas que acompañan al sueño

El problema es que la inhibición que se produce durante el día la impulsa principalmente la luz azul. Es decir, aquella que se encuentra entre los 400 y los 495 nanómetros en el espectro electromagnético. Básicamente, es esa luz blanquecina y fría que tienen, por ejemplo, los fluorescentes de las cocinas. 

La cocina no es un lugar muy frecuentado durante las últimas horas del día. Sin embargo, si esa luz la tenemos en el dormitorio o incluso en el salón, podemos estar alterando nuestros ritmos circadianos. El cerebro interpreta que debe despertarse cuando realmente llega la hora de descansar. Todo esto provoca cansancio e irritabilidad, pero eso no es lo peor. A la larga, la falta de sueño puede desencadenar problemas más serios, como un aumento de la probabilidad de desarrollar cáncer o enfermedades cardiovasculares. 

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Los animales y las plantas también sufren

Todo esto no ocurre solo en el interior de las viviendas. También hay que tener mucho cuidado con la luz azul en el alumbrado público. Esta, por un lado, puede interferir en las observaciones del cielo. Pero, siguiendo con el tema de la salud, también puede ser muy dañina para animales y plantas. Por ejemplo, puesto que las luminarias blanquecinas pueden confundirse con la Luna, algunas aves migratorias, que usan nuestro satélite para orientarse, pueden perderse o, confundidas, acabar chocando con edificios o torres de la luz, por ejemplo. 

Ocurre algo parecido con los insectos, que pueden volar hacia las farolas, creyendo que se trata de la Luna, y acabar aturdidos volando a su alrededor o chocar y achicharrarse contra ellas.

Aves, insectos… y también reptiles. Por ejemplo, las crías de las tortugas marinas, cuando salen de los huevos, se guían por la Luna para volver al mar. Sin embargo, el alumbrado público, con su luz azul, puede confundirlas, haciendo que se adentren en zonas habitadas y puedan morir, por ejemplo, atropelladas.

Además, los animales nocturnos o diurnos cambian sus ciclos, a menudo exponiéndose a nuevos depredadores. E incluso algunas plantas cuya floración se rige por los ciclos de luz y oscuridad pueden florecer antes de tiempo, cuando las temperaturas no son propicias. 

Y lo peor es que, a pesar de que todo esto se sabe de sobra, muchas ciudades siguen apostando por la luz azul para el alumbrado público. De hecho, según un estudio recién publicado en Science, en muchos puntos de Europa este tipo de iluminación se ha ido haciendo cada vez más común, con todo lo negativo que conlleva. 

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Daniil Kuzelev (Unsplash)

El caso de los ojos

En el caso de los ojos, hay mucha controversia sobre los efectos de la luz azul. Muchas empresas han aprovechado el riesgo de un supuesto daño de las células de la retina para vender filtros para pantallas y cristales de gafas que evitan los efectos de esa iluminación en las pantallas de los dispositivos electrónicos.

Sin embargo, a día de hoy no existen evidencias científicas sólidas sobre esos peligros. De hecho, la Sociedad Española de Oftalmología ha presentado varios comunicados basados precisamente en la revisión de los estudios publicados al respecto. En todos ellos señalan que no hay evidencia de dicho peligro y, además, que los filtros que se comercializan para ello no suponen ningún beneficio.

¿Significa eso que debería dejar de estudiarse? Por supuesto que no. Es necesario tener más evidencias y, sobre todo, analizar la metodología de los estudios que ya se han publicado. En este punto es importante remarcar que muchos de los estudios que sí señalan daños en la visión por parte de la luz azul se han llevado a cabo en roedores, por lo que es necesario reproducirlos en humanos y con una metodología adecuada.

No gastes tu dinero en cremas con filtro para la luz azul

En cuanto a la piel, se suele asegurar que la luz azul puede favorecer el envejecimiento celular. Esto tendría consecuencias a muchos niveles, pero uno de ellos sería precisamente la aparición prematura de arrugas. Por ese motivo, muchas empresas de cosmética ya venden cremas con filtros de luz azul para las personas que trabajan mucho tiempo delante de la pantalla del ordenador. Sobre si es cierto o no, podemos decir lo mismo que con los ojos. No hay evidencias sólidas de que haya daños reales sobre la piel. De hecho, ciertas exposiciones controladas pueden llegar a ser incluso beneficiosas. En cuanto a los estudios que afirman que sí que es peligrosa, de nuevo la mayoría se han llevado a cabo en animales de laboratorio.

Por ejemplo, recientemente se llevó a cabo uno en moscas que apoyaba la hipótesis de que la luz azul acelera el envejecimiento celular. De momento, no hay evidencias sólidas en humanos, aunque sí parece ser que puede empeorar ciertas condiciones cutáneas, como el melasma. Además, a dosis muy altas puede provocar pigmentación de la piel. No obstante, los estudios que llegan a esta conclusión no pueden demostrar que ocurra lo mismo en las dosis, mucho más bajas, que emiten los dispositivos electrónicos. Lo que está claro es que, como con el tema de los ojos, se debe estudiar más, pero los filtros disponibles en el mercado no solucionan el problema, en caso de que lo haya.

Como tampoco solucionan el gran peligro de la luz azul: la alteración de los ritmos circadianos. Usar gafas o cremas con filtros para la luz azul mientras seguimos iluminando nuestras casas con bombillas led tan blancas como la Luna no servirá de absolutamente nada. Estamos tapando el verdadero problema con otros mucho menos graves. Por eso, deberíamos tener claro cuáles son las prioridades.