Rhaenyra Targaryen debe contraer matrimonio. Por el bien de los Siete Reinos, de la sucesión de la figura de su padre y por la estabilidad del Trono de Hierro. Pero, en Poniente, un enlace entre dos Casas es algo más que un hecho simbólico. El quinto capítulo de La Casa del Dragón, disponible ya en HBO Max, explora tanto la profundidad del hecho político, como las líneas de influencia que se extienden a la periferia de la corte.
La heredera aceptará un compromiso impuesto para asegurar su lugar en la historia y permitir que Viserys I pueda disponer de la flota marítima Velaryon. Sin embargo, la razón más urgente es la de afianzar el hecho de que la sangre de las dos dinastías más poderosas del continente sostengan un reinado débil y torpe. “No ocurrirá de inmediato. Ni tampoco muy pronto, pero el rey no llegará a ser un anciano”, dice con pragmática certeza Otto Hightower.
El que fue la Mano de dos reyes Targaryen sale de escena. Aun así, deja a su paso el miedo. “Educa a Aegon para reinar”, insiste a su hija. Una reina rodeada de intrigas, aislada, solitaria y afligida. Una que, también, acaba de descubrir que puede ser algo más que un útero privilegiado capaz de alumbrar herederos.
El quinto capítulo de La Casa del Dragón deja clara la naturaleza retorcida del amor y la venganza en Poniente. Todos, temas que se acercan peligrosamente al centro del poder. Pero, a la vez, a la oscuridad de los planes que se tejen en el círculo del Trono de Hierro. Con un monarca débil, una sucesión cada vez más confusa y un reino que observa entre intrigas, los Targaryen se enfrenta a su peor amenaza. A la vez, a su apetito de violencia, necesidad de dominación e irrefrenable naturaleza caótica.
La Casa del Dragón es la nueva serie del universo de Juego de Tronos
Un príncipe viudo, una reina joven y un rey consorte herido
Para el argumento de La Casa del Dragón, la posibilidad de un enfrentamiento violento por el dominio territorial y político es un riesgo perenne. Algo que queda claro, casi de inmediato, en el nuevo episodio. El guion narra con esmero los puntos invisibles sobre los cuales se sostiene lo que ocurrirá a partir de la boda de Rhaenyra.
Con una narración en apariencia sutil, la serie alcanza su giro más complicado y oscuro. El cuarto capítulo mostró a las mujeres de Poniente en un enfrentamiento doloroso con los riesgos que su sexo conlleva en un mundo hostil. El quinto muestra el reverso tenebroso. ¿Qué ocurre con los hombres en un mundo destinado a la brutalidad y la violencia?
Daemon Targaryen, una figura solitaria en mitad de un camino rural, es la encarnación de una torcida idea sobre la influencia y la libertad masculina. El príncipe desheredado que trazó una ruta infalible al poder, primero tiene que apartar de su camino los obstáculos que puedan desviarle de su objetivo.
El más urgente, una esposa con la que jamás consumó un matrimonio hostil y a la que asesina en una cruda escena. ¿Qué desea Daemon, capaz de atacar a una víctima que gime de dolor desde el suelo? La serie deja entrever que el hermano de Viserys comienza el trayecto que le llevará, antes o después, al Trono. Al menos, que es su primer paso real para satisfacer una ambición que jamás pudo consolar.
Al otro extremo, Viserys I atraviesa el mar junto a Rhaenyra. Corlys Velaryon le espera en su asentamiento de Marea Alta. La isla más importante de la Bahía del Aguasnegras, será el testigo del enlace entre las Casas en La Casa del Dragón. Pero también del comienzo del declive del rey. Cada vez más débil, arrasado por un mal sin explicación, su salud frágil es un estigma peligroso. Lo sabe su Mano, Ser Lord Lyonel Strong, Señor de Harrenhal, que observa con horror el patético intento del monarca por fingir fortaleza.
También lo advierten Corlys Velaryon y Rhaenys Targaryen, que negocian un matrimonio ventajoso para su hijo Laenor, desde la reticencia. Pero, en particular, lo descubre Alicent Hightower al ver al padre de sus hijos desplomarse de agotamiento. La reina, sometida al escarnio del aislamiento y el miedo, toma una decisión silenciosa. La de asentar las bases para, tal y como su padre le ordenó, tomar las futuras riendas del Reino.
La Casa del Dragón: una torre verde en mitad de una noche de tinieblas
Al menos, es lo que sugiere la actitud de la reina al descubrir que Rhaenyra le mintió. Con la confesión de un afligido Ser Criston Cole acerca de lo ocurrido entre el caballero protector y la princesa, Alicent pierde el último rastro de ingenuidad.
¿Debe temer entonces que su antigua amiga sea capaz de enfrentarse a ella después de la muerte de Viserys? Alicent se mueve entre dos espacios, dos lealtades y dos lugares de dolor. El peso de la corona tira de ella, al mismo tiempo que el temor a que sus hijos sean víctimas de traición y muerte.
De modo que la reina se convierte, poco a poco, en una nueva mujer. Una que maduró bajo el peso de su papel en el porvenir de Los Siete Reinos. También, una figura que desafiará lo que se espera de su presencia junto a Viserys. A medida que el capítulo avanza, es más evidente que La Casa del Dragón analiza el poder de la monarca desde su silencio. Lo que guarda, lo que esconde, lo que está dispuesta a hacer.
Los novios trágicos en medio del miedo
Rhaenyra asumió su compromiso como un objetivo de estado. Tanto como para que la alianza política en La Casa del Dragón implique una negociación implícita con Laenor, su primo y futuro marido. “Cada quien podrá satisfacer sus apetitos, una vez que cumplamos el deber que se espera de ambos”, dice la heredera sin titubeos. Astuta y maliciosa, sabe que los ojos del futuro rey consorte solo miran al caballero a su lado, Ser Joffrey Lonmouth.
Lo mismo que los de la princesa contemplan con amabilidad y complicidad a Ser Criston. Pero, mientras Ser Lonmouth acepta que Laenor tendrá que servir a la corona con su vida, para el Caballero Protector no es tan sencillo. “Podemos huir”, dice el guardián, ahora amante de Rhaenyra. “Puedes tener un matrimonio por amor”. Sin embargo, la princesa es consciente de lo que se espera de ella y se niega. “Hice un voto de castidad”, se desespera su protector, confuso y abrumado. “Yo lo hice con la corona”, responde la heredera.
De modo que el matrimonio se celebrará con toda la pompa que requiere la futura monarca de los Siete Reinos. Pero también a la vista de los amantes desairados, de los que buscan el poder y, quizás, la venganza.
Los horrores del destino de reyes y reinas sin futuro en La Casa del Dragón
Rhaenyra y Laenor aceptan de buena gana su destino. Viserys anuncia el acuerdo político que sostendrá su corona con un discurso torpe. La debilidad del rey es cada vez más evidente. Tanto, como para que la furiosa Alicent interrumpa su discurso y camine a través del salón lleno de nobles con paso lento, trajeada de pies a cabeza con el color de su Casa. “Un faro verde en batalla”, susurran a su alrededor. La casa Hightower se regocija de su reina niña, madre de reyes y ahora consciente de su lugar. “Cuentas con nuestro apoyo, sea cual sea el puesto que te depare la historia”, dice a la monarca uno de sus parientes, con evidente satisfacción.
Pero una boda Targaryen lleva el estigma de la sangre caótica e incontrolable del dragón. La tensión es irrespirable, la incomodidad evidente; mientras el rey titubea, la reina mira hacia otra parte. Los jóvenes prometidos danzan tomados de la mano, mientras sus respectivos amantes se enfrentan por primera vez.
“Debemos guardar nuestros mutuos secretos”, dice Ser Lonmouth a Criston Cole. El amante del rey consorte descubrió, con intuición maliciosa, el amor solitario del caballero por la heredera. Más allá, Daemon baila con una desafiante Rhaenyra y le recuerda que en su sangre palpita una naturaleza indómita. “Un marido perfecto. Te aburrirás con este enlace”, susurra provocador. La música se hace cada vez más rápida y el guion reescribe la historia de Fuego y Sangre para mostrar los horrores de la frustración y la codicia. En Poniente no hay felicidad sin dolor.
Al final, la sangre derramada la beben las ratas
El capítulo cierra con una alegoría patente la dualidad entre la tragedia y el poder que define a la Casa Targaryen. Ofendido y herido por la cólera, Ser Criston asesina al preferido del jovencísimo rey consorte. El cuerpo destrozado termina en mitad de la sala, con el llanto de su amante como augurio de lo que está por venir.
“Padre, herrero, guerrero”, pronuncian los prometidos en voz baja, aterrorizados por la violencia. Los votos tienen algo de siniestro en el salón vacío, las alianzas cada vez más débiles en La Casa del Dragón. “Madre, dama, anciana”, completa la heredera con la voz temblorosa.
Fuera, Ser Criston está a punto de cometer suicidio en medio de la vergüenza. Pero la reina le detiene, ¿quizás para encontrar un espía y aliado? “Yo soy de ella y ella es mía”, dice Laenor entre temblores. Un rey consorte débil y herido. “Desde este día hasta el último de mis días”, contesta Rhaenyra en voz baja. El deber cumplido.
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La imagen se difumina para mostrar la sangre de Ser Lonmouth, todavía fresca en el suelo. Una rata bebe de ella. Una predicción trágica de un matrimonio que es el primer paso hacia una guerra civil violenta.