El destino para los Targaryen está grabado en fuego. Algo que el cuarto capítulo de La Casa del Dragón, ya disponible en HBO Max, acaba de dejar en claro con una sutileza deslumbrante. No se trata solo de una metáfora. El poder de la familia real se sostiene en los cimientos cada vez más endebles de un juego de manipulaciones. Uno en que los hilos de influencia que se mueven alrededor del Trono de Hierro son cada vez más brutales y agresivos. 

Los anteriores episodios mostraron de qué manera la posibilidad de un dominio absoluto podía enfrentar a facciones de los Targaryen, incluso en la sombra. Esta vez, la lucha es frontal y se enlaza con el hecho que Rhaenyra es un personaje crítico. Por un lado, representa el peligro de una sucesión débil, cuestionable y que no se sujeta de otra cosa que de la decisión de Viserys.

Por otro lado, la codicia de Daemon, alentada bajo una mirada brillante y cruel de los recursos a su disposición. Entre ambas cosas, Los Siete Reinos observan y aguardan. La decisión del rey en favor del heredero varón sigue siendo quizás inevitable o, en cualquier caso, imprescindible. Pero, por ahora, es su hija el centro mismo de la paz en Poniente.

La responsabilidad se lleva en el peso de la corona

Cuarto capítulo con Rhaenyra y Daemon

El cuarto capítulo de La Casa del Dragón lo deja claro con una secuencia inicial en la que se muestra a Rhaenyra en un intento de escoger un futuro rey consorte. Su matrimonio y cualidad como doncella se han convertido en un asunto de absoluto interés para el Trono de Hierro. Tan esencial como para que la corte lo considere fundamental y Viserys reúna a nobles de todas las procedencias y edades para cumplir con la responsabilidad.

Pero la heredera no acepta la decisión paterna ni tampoco lo inevitable. Poco a poco, el argumento analiza el hecho de que la princesa comienza a hacerse preguntas sobre sí misma. Su importancia y valor, pero, en especial, su identidad. 

¿Quién es Rhaenyra, más allá de su lugar en un futuro dinástico? Cuatro años transcurrieron desde que los nobles de Poniente inclinaron la rodilla frente a ella. Sin embargo, el tiempo transcurrido solo ha hecho más vulnerable su posición y más dura la posibilidad de su reclamo real.

Con dos hermanos, un tío que domina Los Peldaños de Piedra y ningún apoyo, la princesa se mueve en un escenario frágil. A punto de derrumbarse, ya sea porque acepte un matrimonio que destruirá a la mujer que descubre puede ser o por las maquinaciones a su alrededor. Para Viserys, la hija que heredará el poder es una incógnita. Para el reino, una posibilidad peligrosa. 

Una reina rota en el cuarto capítulo de La Casa del Dragón

El guion, con una brillante ejecución, explora las raíces mismas de la influencia dinástica. Lo hace con una paciente y cruda reflexión sobre los papeles que cada hombre y mujer que detenta el poder debe ejercer. Viserys, presionado en todos los extremos, intenta ponderar sobre lo que el reino necesita.

La Casa Del Dragón

Pero no llega a una conclusión, tampoco a una decisión. Rhaenyra se esfuerza por aferrarse a una probabilidad en la historia de un continente que la deplora por el mero hecho de contradecir la tradición. Alicent, madre de futuros reyes e hija del hombre capaz de enfrentarse desde las sombras al Trono de Hierro, es una rehén. El argumento del cuarto capítulo de La Casa del Dragón analiza, con inusitada sutileza, la percepción del deber y la obediencia. Más allá de eso, también del valor que cada miembro de una familia rota representa en un mapa azaroso que está a punto de cambiar.

La nueva reina, a la que su padre utilizó como una puerta abierta hacia el poder absoluto, es ahora una esclava de la sumisión que el trono requiere. “No quiero ser encerrada en un castillo para solo expulsar herederos”, se queja Rhaenyra frente a esta monarca joven y descorazonada. “Lo siento”, se apresura a decir la heredera, consciente de que la esposa del rey se encuentra atrapada en un círculo de sufrimiento silencioso. 

De hecho, este cuarto capítulo de La Casa del Dragón se esfuerza por mostrar, una y otra vez, la vida de las mujeres en un reino cruel, violento y voraz. Lo hace por medio de Alicent, rota, desvalida, en mitad de las ambiciones de su padre y las exigencias de un lugar que la excede. La narración la presenta frágil, al borde de la caída, sin otro poder que el de engendrar. Con un bebé en brazos, aturdida y pesarosa. El llanto del niño resuena en medio de los temores y revelaciones veladas. También, mientras baña el cuerpo magullado de Viserys, que se deteriora poco a poco ante sus ojos. En la cama real en la que el sexo se convierte en un suplicio

Pero es Rhaenyra la que simboliza la ruptura con el pasado y el presagio del reino que se instaura sobre sus hombros, a pesar de la oposición. A la vez, es el punto clave para golpear el círculo que rodea el Trono de Hierro. Un paraje inaccesible para cualquiera que no sea un Targaryen. 

Un rey sin corona, un plan siniestro

Daemon Targaryen lo sabe. Con gran ímpetu, intentará una jugada de inusitada y refinada crueldad que desequilibrará el precario equilibrio en Poniente. Investido como el rey del Mar Angosto, en este cuarto capítulo de La Casa del Dragón llega a la corte de Viserys con paso firme. Además, deja entrever que su derecho malogrado fue cumplido en otras regiones. Mira al hermano que le despojó de un derecho que asumía como propio por primera vez como a un igual. Con todo el poder que su triunfo en Los Peldaños de Piedra le proporcionó, el enfrentamiento parece inevitable

Pero el Señor de Rocadragón es más hábil en la manipulación, incluso, de lo que lo es en la batalla. De manera imprevisible, hinca la rodilla, arroja la espada y entrega la corona que lleva en las sienes. Con ambas cosas, pone en manos de Viserys todo el peso de la responsabilidad que conllevan.

Por el momento habrá paz, o eso parece sugerir la sumisión de Daemon. El abrazo entre hermanos hace aplaudir a la corte. Sin embargo, Rhaenyra comprende mejor que nadie que su tío solo se burla, que da un paso atrás para atacar con más fuerza. ¿Cuándo y dónde? 

La princesa es astuta, sagaz y mucho más observadora de lo que podría suponerse. Pero falla en experiencia. Es justo el punto débil que Daemon aprovecha en su favor. Comprende mejor que nadie que su sobrina es un espíritu “caótico e inestable, audaz como el fuego”, como todos los Targaryen.

De modo que le ofrece la posibilidad de la transgresión. Un mapa con una salida secreta, ropas de muchacho y una invitación. La heredera acepta y corre hacia Daemon, que la espera en su movimiento más arriesgado y perverso. 

 La Casa Del Dragón con Rhaenyra y su padre

El peligro al acecho para una heredera impetuosa

Desembarco del rey es alegría, excesos y grotesca belleza. Rhaenyra descubre pronto que la vida en los límites de palacio es una imitación simple de lo que hay más allá. Es entonces cuando La Casa del Dragón, en su cuarto capítulo, crea un juego de imágenes paralelas de un atractivo sombrío e inquietante. Alicent mira al futuro, mientras cumple su papel como esposa pasiva y objeto, como un útero privilegiado.

A la vez, el argumento muestra a Rhaenyra, que corre por los callejones de la ciudad, bebe y escucha las críticas contra ella. La joven que se convierte en mujer pronto encuentra que Daemon es su igual, es el poder que la reconoce como reflejo. 

Los Targaryen, que durante buena parte de su historia han entremezclado sangre y placer, parecen empujar a la heredera y a Daemon a lo inevitable. El sexo entre una familia que se fundamenta en el incesto es más que carnal: también es simbólico.

Pero antes, Daemon se detiene y abandona a su sobrina en la ciudad. ¿Una declaración de intenciones? Nada es tan sencillo con el príncipe despojado del poder por derecho dinástico. Tampoco para la mujer que lo heredó gracias a él. 

Rhaenyra regresa al castillo, solo para rebelarse contra el mandato de la doncellez con Criston Cole. La escena de placer se superpone al dolor de Alicent, confinada a la cama de un anciano.

Entre la heredera y la reina, el destino es una línea de fuego. Para la serie, el punto de mayor interés en su exploración sobre el sexo, el poder, la rebelión y la responsabilidad. 

Una traición de largo recorrido en La Casa del Dragón

Ser Otto Hightower fue la Mano de Jaehaerys I Targaryen, considerado el mejor rey de Poniente. Un hombre con la infinita paciencia para esperar el poder absoluto. A la vez, uno que atravesó toda una serie de casualidades inexplicables que lo llevaron a convertirse en el segundo del reino.

Todo eso lo recuerda Viserys cuando escucha de las palabras de su consejero, los rumores indiscretos sobre su hija. Para Ser Otto, la estrategia es simple. Rhaenyra es tan imprudente como su juventud la empuja a serlo. Solo debe esperar, su convicción sobre la equivocación inevitable es absoluta. 

La mano del rey

Tanto como para poner espías a la heredera y, después, llevar a cabo el último movimiento. “¿Hasta esto llegas para poner tu sangre en el Trono?”, dice Viserys cuando Otto acusa a la heredera frente a su padre. “A veces, debemos decir verdades incómodas”, se excusa la Mano del Rey. Pero el regente, mucho más perspicaz de lo que hasta ahora se mostró, lo deja claro: “Has esperado para llegar aquí y he visto todo lo que has hecho para hacerlo”. 

Cuarto capítulo de La Casa del Dragón: las últimas piezas se mueven

No obstante, es Daemon el que lleva la peor parte en este cuarto capítulo de La Casa del Dragón. Por primera vez, Viserys ve a su hermano en su toda su impía y pulcra conciencia sobre el poder que se arrebata. “Dame a Rhaenyra como esposa”, pide entonces el rey del Mar Angosto. Pero su hermano se niega. “Que nunca más tenga que verte”, le deja claro. La ruptura es completa y Daemon jugó su última estrategia para perder el escaso poder que la burla al Trono de Hierro le permitió obtener. 

Para Rhaenyra, las consecuencias son inmediatas. La reina, en un extraño gesto de generosidad, le interpela. Después de todo, siguen siendo dos mujeres jóvenes en un mundo brutal. “Tu hija no es dada al engaño, pero tu hermano sí lo es”, dice después a un Viserys desengañado y furioso. Son, quizás, las palabras de Alicent, las que desencadenan el punto más crítico de un capítulo lleno de ellos. 

“Esta daga perteneció al Aemon el conquistador”, dice Viserys, una vez que se enfrenta a su hija. Pone en su mano, entonces, una vieja profecía y un arma que Juego de Tronos convirtió en historia de la televisión. La daga de acero Valyrio que mató al rey de la noche aparece en todo su esplendor.

A la vez, una promesa. “De mí vendrá el príncipe prometido”, lee Rhaenyra perpleja en la hoja que arde en fuego. “Tu deber es contraer matrimonio con Laenor Velaryon”, le exige Viserys. “Y el tuyo es cumplir, es tu deber como rey”, insiste la heredera furiosa. 

Separado del poder, al borde de la guerra

Cuarto capítulo_La Casa Del Dragón

¿Cuál es ese? De pie, frente a Otto Hightower, Viserys, Primero de su Nombre, toma la decisión que, quizás, le lleve a la muerte y al reino a la debacle. “Tus intereses ya no coinciden con los de la corona”, dice el rey en este cuarto capítulo de La Casa del Dragón, y arrebata el poder a la Mano.

El hombre de los susurros. El que aguarda desde hace más de tres décadas para llegar al Trono de Hierro. “Ya nada tienes que hacer aquí”, insiste el regente. Con lo que cierra un círculo a su alrededor. 

Abuelo de reyes y el hombre que orquestó cada paso para alcanzar la influencia absoluta, Otto Hightower, es obligado a retroceder en este cuarto capítulo de La Casa del Dragón. Pero solo por el momento. Un paso atrás a las sombras para, después, llevar a cabo un ataque al centro del poder. 

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