Lo que Steven Spielberg nos brindó con Parque Jurásico (1993) y que no nos brinda Colin Trevorrow en Jurassic World: Dominion (2022) fue, sobre todo, un gran impacto. La propia premisa de ciencia ficción sobre la posibilidad de desextinguir a los dinosaurios clonándolos mediante el uso de su material genético, decenas de millones de años después de que caminaran sobre la faz de la Tierra, resulta de por sí muy sustanciosa e interesante. Pero eso no es lo esencial.

El asombro de los protagonistas al verlos vivitos y coleando se nos transmite la mar de bien, logran sin duda que los espectadores lo sintamos con fuerza y sus ojos como timbales son los nuestros. En este triunfo de la maravilla cinematográfica influye un montonazo la labor de Industrial Light and Magic con los efectos visuales, que nos impresionaron hasta decir basta, al mismo nivel que los de Avatar (2009) con Weta Digital a las órdenes de James Cameron. Y la partitura de John Williams.

Uno puede suponer que, tras las cinco películas anteriores a Jurassic World: Dominion en la saga, el director californiano Colin Trevorrow lo tenía crudo para que alucinásemos tanto como con la original; y por idénticas razones. Y parece indudable incluso desde la segunda, El mundo perdido: Jurassic Park (1997), obra del propio Steven Spielberg. No digamos ya con la igualmente fallida Jurassic Park 3, de Joe Johnston (2001), sus inverosimilitudes y su indigesta americanada final.

El escaso impacto dramático de ‘Jurassic World: Dominion’

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El impacto y el asombro del talento innovador no pudieron más que esfumarse en las continuaciones, pues. Aun con las dignas propuestas de Jurassic World (2015), que rodó el mismo Colin Trevorrow, y El reino caído, para la que estuvo dispuesto a pasarle la batuta al español Juan Antonio Bayona (2018) y que sí cuenta con un momento inolvidable que nos rompe el corazón: la muerte presenciada del braquiosaurio; y compartimos el desconsuelo de la Claire Dearing de Bryce Dallas Howard.

Pero esta circunstancia no justifica que la sexta aventura de los dinosaurios resucitados, Jurassic World: Dominion, siendo defendible, se revele tan poco arriesgada en sus decisiones narrativas. Para empezar, tanto Parque Jurásico y El mundo perdido como la previa nos descerrajan unas secuencias bastante brutales y aterradoras, de las que consiguen que estemos en vilo mientras duran y que nos removamos en nuestras butacas sin remedio alguno. Pero ni hemoglobina hay casi aquí.

Cuando la coherencia no basta y falta valentía narrativa

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Por supuesto, no se le puede señalar ninguna incoherencia a C0lin Trevorrow y su coguionista Emily Carmichael. A él le debemos en buena parte la escritura de la segunda trilogía, la cual capta a la perfección lo que el Ian Malcolm de Jeff Goldblum expone en Parque Jurásico sobre lo incontrolable de la vida en evolución biológica, que siempre se abre camino, y de la que la expansión de los dinosaurios por todo el planeta en Jurassic World: Dominion es la consecuencia lógica.

Ni faltan las indispensables situaciones de peligro extremo con estos violentos seres prehistóricos y las persecuciones habituales, compuestas con la idoneidad audiovisual que proporcionan los años del oficio. Pero, por desgracia, ninguna de ellas nos eriza el pelo de la nuca ni de los brazos. Las seguimos por derroteros comunes y sin demasiadas sorpresas con gusto, el del espectador agradecido que disfrutó más de una vez en esta franquicia, conoce su espíritu y anhela lo extraordinario.

Pero nunca llega. Y la puntilla definitiva en este sentido la pone Colin Trevorrow cuando los queridos tres protagonistas de los primeros largometrajes y los de los dos posteriores se juntan por fin en Jurassic World: Dominion, y de esta meridiana acumulación de personajes no se desprende ningún sacrificio a lo Scream (2022) que recupere algo de lo que nos impactaba para permanecer en nuestra memoria. Si el braquiosaurio de la isla Nublar o el picapleitos que se escondió en un retrete levantasen la cabeza...

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