Isabel Delgado Echeverría, María José Barral Morán y Carmen Magallón Portolés son las autoras de Tras las huellas de científicas españolas del siglo XX. Se trata de un libro publicado recientemente por la editorial Next Door Publishers, que habla sobre algunas de las grandes pioneras de nuestro país durante el siglo pasado. Científicas que vivieron una época en la que la ciencia no podía tener nombre de mujer. Y, aun así, se esforzaron para que el suyo quedase grabado en la historia. Pero, por desgracia, la historia ha tenido que ser desenterrada por personas como las autoras del libro. Porque los años que vinieron después no fueron propicios, ni para sus carreras ni para el feminismo. Es importante tenerlo en cuenta en fechas tan reivindicativas como el 8M.
Hoy las cosas han cambiado bastante. ¿Pero ha sido ese cambio suficiente en relación con todo el tiempo que ha pasado? Lo cierto es que, si lo analizamos bien, no demasiado.
En Hipertextual hemos aprovechado este 8M para hablar con una de las autoras, María José Barral. Junto a ella, hemos hecho un recorrido sobre esos 100 años, en los que las mujeres han recuperado derechos y se han hecho un hueco en el ámbito de la ciencia. Pero un hueco que todavía sigue muy lejos de estar a la altura del que los hombres llevan miles de años excavando sin obstáculos.
Del cuidado de niños y mujeres a las carreras en ciencia, tecnología e ingeniería: más motivos para celebrar el 8M
En el 8M se reivindica el papel de la mujer trabajadora. ¿Pero cómo ha cambiado en el ámbito de la ciencia? ¿Ha sido lo suficiente en el último siglo? En el libro se cuenta que a finales del siglo XIX, cuando las mujeres en España aún no tenían derecho a ir a la Universidad, aquellas que querían estudiar no tenían más remedio que matricularse en las escuelas de magisterio. Al fin y al cabo, la profesión de maestra sí que estaba bien vista para su género. Con el tiempo, algunas sí que pudieron inscribirse en la Universidad, concretamente en medicina. De hecho, las siete primeras mujeres universitarias fueron todas médicas.
Poco a poco se normalizó que hubiese mujeres médicas. Pero no en todas las especialidades. “Fundamentalmente sus especialidades eran las dirigidas al cuidado de niños, con pediatría, y de las mujeres, con obstetricia”, señala Barral. “Había pequeñas excepciones, como algunas oftalmólogas, pero meterse en campos como la cirugía o la anatomía patológica estaba prácticamente vedado”.
Aquí vemos un patrón que sigue vigente en las reivindicaciones del 8M. Durante toda la historia se ha considerado que las mujeres deberían especializarse en la crianza y el cuidado del hogar, los niños o las personas mayores. Por eso fueron precisamente la profesión de maestra, pediatra y ginecóloga las primeras que abrieron las puertas de los estudios superiores al género femenino. Estamos hablando de principios del siglo XX. Hoy en día hay mujeres científicas en muchas disciplinas más allá de la medicina. Y dentro de esta las hay en todas las especialidades. Algo que celebrar en este 8M.
Sin embargo, las cosas no han cambiado tanto como cabría esperar un siglo después. “Según datos del Instituto Nacional de Estadística (INE), en estos momentos en las carreras de ciencias de la salud más del 70% de las alumnas son mujeres”. María José Barral es doctora en medicina y profesora jubilada de anatomía y embriología en la Facultad de Medicina de Zaragoza. Más allá de los datos del INE, en sus 40 años ejerciendo la profesión ha visto que en sus clases había una gran mayoría de mujeres.
Es una realidad que ocurre lo mismo en todas las carreras científicas. “En ingeniería y arquitectura las mujeres no llegan al 25%”. Ahora bien, volviendo a la medicina, llama la atención que incluso hoy en día las especialidades siguen la misma línea que con las primeras médicas. “De este 70% de mujeres, las especialidades también están marcadas por diferencias, de modo que pediatría y obstetricia siguen siendo las más demandadas por ellas”, relata. “Más del 80% de los médicos internos residentes (MIR) que piden estas especialidades son mujeres. Seguimos igual”.
En la otra cara nos encontramos con que especialidades como neurología o neurocirugía siguen siendo mayoritariamente para hombres. Sí, hemos avanzado, pero no tanto como debería.
Las mujeres científicas golpeándose con el techo de cristal, nuevamente
Cada 8M se reivindica la dificultad de las mujeres, científicas o no, para ascender en sus carreras profesionales. Esto es un problema en el presente y, por supuesto, también lo fue en el pasado. Sobre todo porque a veces parece que una mujer no puede ascender si no tiene a un hombre que la respalde.
Buen ejemplo de ello es el caso de Marie Curie. Si pensamos en mujeres científicas de cualquier parte del mundo que desarrollaron su labor a principios del siglo XX, es inevitable que cruce nuestra mente su nombre. Fue una física y química brillante, cuyos logros fueron todos por mérito propio. Sin embargo, no podemos olvidar el papel que tuvo su marido Pierre a la hora de apoyar esos logros y no dejar que cayera en saco roto. De hecho, su apoyo llegó hasta el punto de rechazar el premio Nobel en 1903 si ella no lo recibía también, pues su contribución a los estudios sobre la radiación había sido igual de valiosa que la suya o la del otro galardonado, Henri Becquerel.
Como ella, hubo otras mujeres que en mayor o menor medida pudieron desarrollar sus carreras científicas gracias a la intervención de sus maridos. Por eso, según cuentan Barral y el resto de autoras en su libro, las solteras lo tuvieron mucho más difícil en este aspecto.
En Tras las huellas de científicas españolas del siglo XX se mencionan varios casos de matrimonios de este tipo en España. Uno de ellos es el de los oftalmólogos Trinidad Arroyo y Manuel Márquez. Aunque, como bien nos cuenta Barral, el suyo es un caso que demuestra muy bien cuál era el lugar de las mujeres científicas en aquella época.
“El caso de Trinidad Arroyo es paradigmático, porque fue ella la que enseñó oftalmología a su marido”, relata la doctora en medicina. “Él fue catedrático, decano, llegó a la Real Academia, escribió un libro… Ella siempre figuraba como colaboradora a pesar de que era muy hábil quirúrgicamente, como reconocía su marido, una ‘manitas’ a las hora de intervenir”.
Ha pasado un siglo desde entonces. La situación general ha mejorado. Pero, al igual que con el reparto de especialidades en medicina, no tanto como deberían. Y es que, según una investigación realizada por las tres autoras de este libro, a día de hoy las científicas casadas con científicos siguen teniendo más fácil ascender en sus carreras. “Para nuestro proyecto Científicas que dejan huella seleccionamos a mujeres actuales que estaban en el tope de su carrera profesional: catedráticas y profesoras de investigación del CSIC”, explica Barral. “Había solteras y casadas y las solteras manifestaban en las conclusiones que tuvieron más problemas que las casadas, especialmente si sus maridos eran científicos”.
Pero aquí hay algo especialmente llamativo que no deberíamos olvidar al salir a las calles el 8M. Y es que, si bien sus maridos las apoyaban, ellos siempre llegaron al cargo máximo antes que ellas. Y es que no hay más que ver lo que dicen las cifras que Barral nos desgrana en conversación para este artículo:
“El 40% del profesorado titular de universidad son mujeres y si vamos a catedráticas salen más o menos el 27%. A medida que aumentamos en el escalafón desaparecen, a pesar de que en todos los niveles de estudios, desde bachillerato hasta máster, la mayoría son mujeres en este momento en nuestro país. Pero claro, se llega al famoso techo de cristal”.
María José Barral, doctora en medicina y autora de 'Tras las huellas de científicas españolas del siglo XX'
El acoso a las mujeres científicas, algo más para recordar este 8M
En el pasado, el hecho de que las mujeres fuesen escasas en los círculos científicos a menudo llevaba a que se las sexualizara o se las tratara como seres inferiores cuando conseguían adentrarse en estos círculos. No era raro que tuviesen que soportar los silbidos de sus compañeros cuando entraban a las aulas universitarias o las miradas fuera de lugar en los laboratorios.
En Tras las huellas de científicas españolas del siglo XX se menciona, por ejemplo, el caso de Elisa Soriano. Mientras que la mayoría de mujeres científicas o médicas de la época tenían que conformarse con puestos de ayudantes o profesoras de instituto, esta oftalmóloga consiguió un cargo de profesora en el Hospital Clínico de la Facultad de Medicina de Madrid. Sin embargo, tuvo que dimitir por el ambiente machista y hostil, que “le resultó insoportable”.
¿En este aspecto ha cambiado el panorama de forma positiva en el presente? Sí, pero no suficiente. De hecho, esto es algo que se ve a la perfección en Acoso, un libro escrito por la biotecnóloga y periodista científica Ángela Bernardo. En él, se relatan numerosos casos reales de mujeres científicas que vieron frustrada su carrera por el acoso sexual o el acoso por motivos de sexo.
Algunas de esas historias son antiguas, pero otras son muy recientes. Mujeres que tuvieron que soportar los tocamientos de sus jefes o las insinuaciones por email de sus profesores. Chicas jóvenes cuya vida comenzó a girar en torno al horror que les producían el trabajo o los estudios por culpa de hombres que, por el mero hecho de su género, se consideraban con el derecho a tratarlas como mercancía. En esos "hermana, yo sí te creo", que se reivindican cada 8M, muchas pueden ser mujeres científicas. Porque las cosas han cambiado, sí, pero aún queda bastante por mejorar.
El papel del discurso científico
A lo largo de estos 100 años también ha cambiado el discurso científico en torno al género. Sin embargo, al igual que con las mujeres científicas, los cambios no han sido los óptimos.
Es cierto que hace un siglo todo era más evidente. Por ejemplo, en el libro se menciona cómo los manuales de medicina de la época se hablaba del “carácter sexualmente anormal de estas mujeres que saltan al campo de las actividades masculinas y en él logran conquistar un lugar preeminente”. Este último fragmento pertenece a un texto de Gregorio Marañón en el que se describe a esas mujeres “anormales” como “agitadoras, pensadoras, artistas, inventoras”, y se señala que en todas las que han tenido un nombre ilustre en la historia “se pueden descubrir los rasgos del sexo masculino, adormecidos en las mujeres normales”.
Igualmente se cita un manual, ¡que se usó hasta finales del siglo XX!, en el que se señala que las mujeres que cultivan mucho el cerebro desvían energía que inicialmente habría ido a otros aparatos, como el genital. De modo que, a mama grande, cerebro pequeño. La propia Barral estudió con este manual y en otros textos que incluían afirmaciones como que “la mujer es un estadío intermedio entre el niño y el hombre”.
Todo esto es aterrador si pensamos que eran los manuales que leían los futuros médicos durante todo el siglo pasado. Resulta un alivio que hoy en día sea diferente. Pero la cosa se torna de nuevo preocupante si sabemos que, aunque con más sutileza, los libros de medicina siguen teniendo comentarios que sitúan a las mujeres en un lugar secundario.
Barral menciona, por ejemplo, el caso de los múltiples manuales (incluidos del 2021) que describen el desarrollo de la mujer como una vía predeterminada. “Se habla de que el programa por defecto de la naturaleza es el femenino, porque falta el cromosoma Y”, señala la profesora universitaria. “Siempre nos falta algo en las descripciones”. A esto añade que esa insistencia en que el desarrollo sexual de las mujeres es una vía por defecto nos sitúa como “el animal básico de nuestra especie”. “Es como si la naturaleza necesitara hacer un esfuerzo extra para hacer hombres”. Y esto es algo que sigue estando en los manuales de 2021.
Por otro lado, Barral resalta las descripciones que se hacen de las diferencias entre los cerebros de hombres y mujeres. “De nuevo se señala que la diferenciación cerebral es activa en los hombres, por defecto en las mujeres”. Y lo mismo pasa supuestamente con el comportamiento sexual. “Se habla de un comportamiento sexual activo en hombres y pasivo en mujeres, porque estos manuales se basan en los roedores”, aclara la escritora. “Te ponen el dibujo del roedor correspondiente, con la monta en el macho y la lordosis de la hembra, que es ese arqueamiento de espalda que es un comportamiento pasivo, y eso lo extrapolan a humanos”.
Por otro lado, se hacen diferenciaciones en los cerebros y hasta la inteligencia de hombres y mujeres. “Se define a los hombres como más expertos en lo visoespacial y el razonamiento matemático y las mujeres en el lenguaje y la manipulación”, relata. “Inteligencia racional masculina, contra emocional femenina”. Sin embargo, Barral recuerda que “todos y todas tenemos múltiples inteligencias” y que “las inteligencias múltiples están reconocidas ampliamente”. Y también que cada cerebro es único. ¿Cómo no vamos a necesitar las protestas del 8M si se siguen haciendo estas diferenciaciones incluso en los manuales de medicina?
La Guerra Civil que lo detuvo todo
La Edad de Plata en España tuvo su mayor florecimiento científico y cultural durante la Segunda República. Aún había pocos centros de investigación, pero sí muchos más que apenas unos años atrás. Y, además, los científicos tenían la posibilidad de realizar estancias en el extranjero gracias a las becas concedidas por la Junta de Ampliación de Estudios (JAE). Allí aprovechaban para realizar sus experimentos y ponerse en contacto con otros científicos en lugares a la vanguardia de sus áreas de estudio.
Todo marchaba viento en popa cuando estalló la Guerra Civil española. Entonces, no solo se cerraron algunos de aquellos pocos centros de investigación que empezaban a florecer en nuestro país o se desmanteló la JAE. También se depuró a muchos de los científicos y científicas españoles de aquella época. Multitud de nombres, masculinos y femeninos, se borraron de la historia de la ciencia. Los hombres tuvieron más fácil levantar la cabeza dentro de la oscuridad que envolvió España en las siguientes décadas. Las mujeres, en cambio, tuvieron un retroceso que todavía pagan a día de hoy.
Y es que, en general, la ciencia de hoy no es la que podría haber sido si aquella guerra no hubiese existido. “Estas mujeres científicas hacían trabajos de investigación en el candelero internacional”, relata Barral. “Yo creo que si no hubiese habido esa guerra, ese aislamiento y ese parón de la ciencia, este país estaría a otro nivel mucho más alto, como Francia o Italia, por ejemplo”. Esto no quiere decir que quizás no fuese posible el 8M. Seguiría habiendo mucho que reivindicar, como lo hay en otros países. Sin embargo, la situación en ciencia podría ser mucho menos dispar de lo que es.
Y precisamente por eso son tan importantes libros como Tras las huellas de científicas españolas del siglo XX. Porque conocer la España que fuimos nos ayuda a poner contexto a la España que somos y, sobre todo, a la que podríamos haber sido. El objetivo para el 8M y para cualquier otro día del año es seguir luchando por conseguir esa última. Una España y, ojalá, un mundo en el que la ciencia no sea ni de los hombres ni de las mujeres. Simplemente de las personas científicas.