Hace apenas unas semanas se celebró en España, así como en otros países del mundo, el Día Internacional de la Mujer y la Niña en la Ciencia. Gracias a esta jornada, en los últimos años se han dado a conocer las figuras de mujeres científicas a las que la historia había dejado en un segundo plano, a pesar de la gran contribución que todas ellas hicieron a sus respectivos campos. Nombres como el de Rosalind Franklin o Jocelyn Bell son ahora más que conocidos, a pesar de que su trabajo les fue reconocido solo a los hombres con los que compartían investigación. Historias como la de Ada Lovelace o Hedy Lamarr demuestran que la tecnología también es cosa de mujeres y que, de hecho, quizás sin ellas no sería como es hoy en día. Incluso mujeres como Marie Anne Lavoisier y Caroline Herschel comienzan a ser conocidas por su propio trabajo y no solo por la ayuda que brindaron a su marido y su hermano respectivamente. Británicas, austriacas, alemanas, francesas… ¿Y españolas? ¿Qué pasa con las españolas? ¿Acaso no había científicas en España?

La historia invisible de la mujer en la ciencia: un viaje trepidante

Es cierto que en España, como en otros países, en el pasado las mujeres parecían estar destinadas solo a casarse, tener hijos y cuidar de su familia. Sin embargo, también hubo heroínas como Franklin, Lovelace o Herschel, que decidieron hacer oídos sordos a las imposiciones de la época y llevar a cabo carreras científicas, algunas especialmente brillantes. El problema es que sus nombres fueron borrados por algo mucho más grave que la indiferencia o el paso del tiempo. Fueron arrancados a conciencia de las páginas de la historia de España por un fenómeno que dio al traste con los sueños y el trabajo de toda una vida de muchas personas: científicos, maestros, artistas… Ellas, como tantos otros, fueron víctimas de la depuración franquista.

Limpieza de cerebros

A medida que el bando golpista avanzaba por España durante la Guerra Civil, una de las primeras medidas tomadas por Francisco Franco fue lo que en su momento se bautizó como “depuración” de cargos públicos. Su objetivo era limpiar la administración pública de personas “subversivas”, “rojas” o adeptas a la República. Para ello, miles de funcionarios tuvieron que someterse a una serie de trámites e interrogatorios, en la mayoría de casos inútiles; pues, por lo general, el veredicto estaba establecido mucho antes de empezar: la retirada de su cargo, inhabilitación e incluso en algunos casos la incautación de sus bienes. Además, algunos de los que más simpatía habían mostrado por el bando perdedor terminaron con sus huesos en la cárcel o, lo que es peor, en el paredón.

El sector de los “maestros de escuela” fue uno de los más castigados, pero no solo ellos. Las universidades, los institutos de investigación y otros muchos centros públicos fueron “limpiados” y rellenos por personas adeptas al recién impuesto Régimen. Y, por supuesto, los científicos también sufrieron un gran varapalo.

Muchos investigadores de la época habían mostrado un gran activismo político, favorable a la República. Algunos incluso llegaron a combatir con el bando republicano durante la guerra, como el farmacéutico, químico y físico Enrique Moles Ormella, que fue general de pólvoras y explosivos durante la contienda. Otros no se significaron notablemente, pero su aversión hacia el nuevo gobierno y la certeza de que la situación de la ciencia en España cambiaría notablemente les llevó igualmente a exiliarse. A pesar de todo, algunos prefirieron quedarse, teniendo que someterse a este proceso de depuración. Fue el caso del físico Blas Cabrera, que en 1939 fue depurado de su cargo como catedrático, viéndose obligado a exiliarse a México.

El pasado mes de enero el Ministerio de Ciencia del Gobierno español presentó un acto en el que se devolvía el honor a algunos de estos académicos represaliados, a través de la entrega de diplomas y medallas conmemorativas a sus familiares o discípulos. Fueron siete los científicos a los que se homenajeó en dicho evento. Siete hombres. Pero también hubo mujeres en la que se conoció como la Edad de Plata de la ciencia española. Estas son tres de ellas.

Pilar de Madariaga Rojo

Pilar nació en Madrid, en abril de 1903, hija del militar José de Madariaga y su esposa Ascensión Rojo. Comenzó sus estudios en el Colegio Alemán de Madrid y más tarde en el Instituto Cardenal Cisneros, de la misma ciudad. Finalizada esta etapa comenzó sus estudios de química, durante los cuales realizó estancias en el Vassar College, de Nueva York, y la Universidad de Stanford. Allí obtuvo férreos conocimientos en las técnicas de espectroscopía, que le valieron a su vuelta a España el ingreso en el Instituto Nacional de Física y Química, conocido también como Instituto Rockefeller. Este centro de investigación, puntero en su época, tenía en su plantilla por aquel entonces a un 23% de mujeres, siendo las secciones de Química-Física y Espectroscopía las que más trabajadoras albergaban, según el artículo de Carmen Magallón Químicas españolas en la edad de plata.

Allí continuó con sus investigaciones, compaginándolas con su trabajo como profesora en varios institutos de educación secundaria. En 1937, en plena guerra civil, recibió un mensaje del Vassar College, en el que se le ofrecía un puesto como profesora. Por ese entonces trabajaba en un orfanato de Alicante, por lo que decidió rechazar la oferta, convencida de que, dadas las circunstancias, era más útil en España. Finalmente, en 1941 tuvo que someterse a un expediente de depuración, con resolución negativa. Inhabilitada para investigar y trabajar como profesora, Pilar decidió rendirse y exiliarse a Estados Unidos para volver al Vassar College, aunque esta vez dio un giro a su carrera, trabajando como profesora de español. Para ello tuvo que realizar una nueva licenciatura y una tesis doctoral, que centró en las novelas de Azorín. Esta fue su ocupación hasta su jubilación, en 1968, tras la que por fin pudo volver a España, donde murió en abril de 1995.

Mujeres en el laboratorio Foster. Crédito: Archivo del Instituto Internacional

Dorotea Barnés González

Dorotea nació en Pamplona, en diciembre de 1904, hija del dos veces ministro de Instrucción Pública y Bellas Artes de la República Francisco Barnés y su esposa, Dorotea González.

Estudió el Bachillerato en Ávila, para más tarde mudarse a Madrid, donde llevó a cabo la licenciatura en química. Finalizó dichos estudio con premio extraordinario, pasando después a trabajar en el Laboratorio de la Residencia de Señoritas, un centro inaugurado en Madrid por la estadounidense Mary Louise Foster y dedicado exclusivamente a la formación de mujeres en el área de la química. En 1929 recibió una beca para estudiar en el Smith College, de Massachusetts, y un año más tarde otra para la Universidad de Yale. En ambos centros realizó trabajos de investigación que le fueron de gran utilidad para la tesis por la que obtuvo el doctorado en química en la Universidad Complutense de Madrid.

Mujeres científicas fascinantes que están cambiando el mundo

Más tarde, al igual que Pilar Madariaga, ingresó en el Instituto Rockefeller, donde trabajó bajo el mismo supervisor que ella: Miguel Antonio Catalán Sañudo. Allí siguió profundizando en las técnicas de espectroscopía.
Su carrera investigadora le valió el título de catedrática en el Instituto Lope de Vega, en el curso 1933-1934. Finalizado ese año se casó y tuvo una hija, formando una familia con la que se exilió a Francia nada más estallar la Guerra Civil. Decidió volver a España en 1940, pero al hacerlo fue sometida a un proceso de depuración que no logró superar. Nunca más volvió a investigar ni a dar clase. Años después, sin embargo, declararía que fue su marido el que la hizo abandonar la ciencia, según reza su biografía en el libro Pioneras españolas en las ciencias. Se unieron en su caso dos factores únicos para ensombrecer la historia de una magnífica científica.

Felisa Martín Bravo

Felisa nació en junio de 1898, en San Sebastián, ciudad en la que también realizó el bachillerato. Más tarde se desplazó a Madrid, para estudiar la carrera de física, que compaginó dando clases en el Departamento de Ciencias del Instituto Escuela perteneciente a la Junta de Ampliación de Estudios (JAE). Hizo esto con el objetivo de obtener el título de profesora, para poder dedicarse a la enseñanza al finalizar sus estudios. Sin embargo, con el paso de los años conoció a Blas Cabrera, quien la introdujo en el mundo de la investigación. Así fue como comenzó a trabajar en el Laboratorio de Investigaciones Físicas, donde se especializó en el estudio de redes cristalinas con aparatos de rayos X. Fue precisamente esta la temática de la tesis que finalizó en 1926, con calificación de sobresaliente, convirtiéndose en la primera mujer española en obtener un doctorado en física. Pasó los siguientes años aprendiendo inglés y dando clases de español en Connecticut y Vermont, pero más tarde volvió a España, para realizar las oposiciones al Servicio Estatal de Meteorología, al que logró entrar en 1929, convirtiéndose también en la primera mujer en acceder a esta institución.

Todo transcurrió con normalidad hasta 1936, cuando nada más estallar la Guerra Civil el Servicio Estatal de Meteorología se dividió en dos, uno por cada bando de la contienda. Ella se quedó en el republicano, hasta la llegada de las tropas franquistas a Madrid, cuando la sección en la que se encontraba decidió trasladarse a Valencia. Felisa no quiso seguirles y terminó volviendo a Donosti, donde en noviembre de 1937 fue nombrada “directora accidental” del observatorio de Igeldo.

Más tarde tuvo que someterse a un proceso de depuración, aunque, en su caso, logró superarlo, pudiendo pasar el resto de su vida laboral en un puesto de funcionaria. Eso sí, jamás pudo volver a investigar.

Estas fueron solo tres de las muchas personas que pasaron de estar en la cúspide de sus carreras investigadores a tener que dejar atrás todo por lo que tanto habían luchado. Es la historia de quienes vieron como sus sueños, incluso sus nombres, se borraban por el simple hecho de haber defendido abiertamente la libertad. Esta es parte de la memoria de España, una historia que todos deberíamos recordar. Porque conocer los errores del pasado es vital para no volver a tropezar en el futuro. Por eso es importante desenterrar estos nombres del agujero en el que muchos fueron olvidados. Para eso sirve la memoria histórica.

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