Sindy Takanashi es presentadora, artista de uñas y una de las voces más potentes del feminismo en la red. A través de Las uñas, su programa de entrevistas, y de su cuenta de Instagram –con más de 190.000 seguidores– se esfuerza por visibilizar el machismo que sufren las mujeres en todos los ámbitos de la vida. Pero su camino no ha sido fácil. Ella es una de las muchas víctimas de la prostitución y la pornografía que actualmente se ha instalado en los bolsillos de millones de jóvenes y adolescentes con total normalidad. La pornografía es, desde hace tiempo, uno de los bastiones de internet contra los se que lucha el 8M, Día de la Mujer.
Sindy se convirtió en una víctima de la prostitución para escapar de una relación de malos tratos. Fue captada siendo aún menor de edad y, aunque pudo salir de ese mundo al poco tiempo, aún hoy continúa sufriendo las consecuencias de la explotación sexual. No se identificaría plenamente con el feminismo hasta más tarde, pero este sería su tabla de salvación.
Para abandonar la explotación sexual, “el camino es un poco el que pasan muchísimas mujeres que han sido prostituidas, que se basa en salir de la industria y empezar un proceso de terapia”, nos cuenta. Un proceso a través del cual “te das cuenta de que has estado mucho tiempo disociada y no es que no hayas sentido el dolor, sino que has estado disociando el dolor”.
Reconoce que “primero es un choque emocional muy fuerte, pero después puedes apropiarte de toda la mierda que te han hecho y decir: ‘Yo voy a hacer activismo de esto’”. Un activismo que va mucho más allá del Día de la Mujer, que se celebra este 8M, y que la ha llevado a convertirse en una de las voces más relevantes en las redes.
Las consecuencias de la explotación sexual
Ingeborg Kraus es una de las mayores expertas globales en violencia sexual contra las mujeres. Es doctora en psicología, especializada en trauma, y trabaja desde 1995 con víctimas de violencia sexual. La especialista, en el seminario sobre trauma y prostitución que impartió a través de la Escuela Abolicionista Internacional, abordó precisamente las consecuencias que para las mujeres tiene la experiencia de la prostitución en las redes.
Kraus afirmó que la experiencia de una violencia sexual continuada que sucede en la prostitución da lugar a un trauma complejo de tipo crónico-acumulativo. La probabilidad de desarrollar el síndrome de estrés postraumático en las víctimas de violación es más del doble que la que se da en víctimas de guerra y el doble de la que tienen las personas que han sido víctimas de crímenes violentos. Algunos de los síntomas del síndrome de estrés postraumático son la anestesia emocional (incapacidad para sentir emociones), la dificultad para concentrarse, la amnesia disociativa o la exposición excesiva a comportamientos de alto riesgo.
Estas consecuencias tienen una incidencia de por vida en la realidad de las mujeres y es muy complicado convivir con ellas. Por eso es imprescindible que en días como el 8M, se reivindique la necesidad de poner fin a la explotación sexual. Aunque la lucha no puede reducirse a un solo día.
Sindy Takanashi afirma que el feminismo ha sido clave en su proceso de recuperación. Para ella, lo más difícil ha sido reconocerse como víctima. “Lo que más me ha costado es reconocerme como prostituida y no como prostituta”, afirma. Algo que, sin embargo, ha sido fundamental para ella. “En el momento en el que lo haces, es lo más sanador que hay”. También señala la dificultad de reconocerse como víctima en una sociedad en la que se presenta la hipersexualización como empoderante. En este sentido, ella invita a las mujeres a preguntarse “¿por qué nos empodera hacer exactamente lo que el patriarcado necesita para sostenerse?”.
Los peligrosos vínculos entre la tecnología y la industria del sexo
Pese a todo el daño que supone para las mujeres la industria de la explotación sexual, hoy en día millones de jóvenes acceden a ella con solo un clic. Según la investigación Nueva pornografía y cambios en las relaciones interpersonales, realizada por la Universitat de les Illes Balears y la red Jóvenes e Inclusión, más del 50% de los adolescentes españoles de entre 14 y 17 años consume regularmente pornografía en Internet. Aunque las investigaciones más recientes sitúan el inicio de las experiencias pornográficas en la red en los 8 años.
Rosa Cobo es profesora, teórica y escritora feminista y lleva años investigando la industria de la explotación sexual y cómo esta afecta al conjunto de las mujeres y al ideal de igualdad. Afirma que “Internet ha dado un vuelco completo a la industria de la explotación sexual”. La democratización de la tecnología ha hecho que actualmente el acceso a la pornografía y a la prostitución sea inmediato, gratuito y libre de filtros. Miles de niños y adolescentes de edades cada vez más tempranas acceden de forma fácil y rápida a una oferta ilimitada de imágenes de alta calidad que hacen mucho más que satisfacer sus inquietudes sexuales.
Las consecuencias de la nueva pornografía
El estudio mencionado ha denominado a esta intersección entre pornografía y tecnología como la “nueva pornografía”. Su investigación concluye que esta es clave en la formación del imaginario sexual de los adolescentes y en la configuración de sus experiencias sexuales. La falta de educación sexoafectiva y el grado de aceptación social de la industria del sexo empujan a los jóvenes a normalizar la extrema violencia y la misoginia que observan en el porno. La nueva pornografía, enmarcada en el capitalismo, determina, entre otras cosas, qué prácticas se consideran aceptables, cómo se entiende la seducción y de qué manera se expresan las demandas sexuales.
Rosa Cobo nos recuerda que “las dos terceras partes de los consumidores de pornografía son chicos y una tercera parte son chicas”. Y esto tiene consecuencias devastadoras en el desarrollo de sus relaciones. La teórica sostiene que la pornografía les envía mandatos socializadores diferenciados por sexo. Uno de ellos es que “la sexualidad no se negocia, se impone por parte de los varones” y debe satisfacer sus deseos. Otro es la erotización de la violencia sexual. “Estos mandatos alimentan el imaginario sexual e influyen en la manera de relacionarse sexual y sentimentalmente de nuestros jóvenes”.
No todo vale cuando hablamos de sexo y pornografía
La continua visualización de una pornografía cada vez más violenta por parte de los adolescentes construye nuevas fronteras en sus relaciones personales. Rosa Cobo aborda estas dinámicas en su último libro Pornografía. El placer del poder (Ediciones B, 2020). En él, afirma que las nuevas tecnologías que han irrumpido en el porno “articulan nuevas formas de placer y de poder, pero también formas inéditas de violencia patriarcal”. Eso sí, basadas en la misoginia más tradicional.
El porno actual disfraza de transgresores los roles sexuales convencionales. En un contexto profundamente patriarcal, la pornografía mainstream reproduce sin miramientos los estereotipos más rancios de la sociedad. Interacciones basadas en la dominación masculina y organizadas en torno a la erección. Mujeres sumisas y carentes de deseo cuyo único papel es el de satisfacer las fantasías del varón, por perversas que estas sean. Prácticas completamente desligadas de la experiencia real de la sexualidad se presentan como el modelo a seguir para nuestros jóvenes, que corren el tremendo peligro de asumir sus mandatos de forma acrítica dada su corta edad y su falta de educación sexoafectiva.
Mismos estereotipos, peores consecuencias
No importa cuán diversas sean las personas que aparecen en los vídeos, el modelo de relación funcional al negocio de la pornografía siempre es el mismo. Encuentros carentes de afectividad, basados en el silenciamiento del deseo femenino y en una rectificación de los límites de lo éticamente aceptable.
Esta forma deshumanizadora de concebir a las mujeres que se nos presenta en la pornografía conduce a un empeoramiento de las relaciones entre los sexos y a una obstrucción del camino hacia la igualdad. Pero también altera la percepción de las prácticas sexuales de alto riesgo, aquellas que ponen en peligro la salud. La nueva pornografía impone un modelo de relación desigual en el que el varón, que ostenta la posición de poder, ejerce violencia contra la mujer, que la recibe asumiendo el papel que le corresponde. La erotización de la subordinación femenina, unida a la presencia de una violencia creciente en la pornografía, distorsionan los límites de lo aceptable.
El paraguas del sexo funciona aquí como legitimador de conductas que en cualquier otro plano de la vida serían indiscutiblemente reprobables. Esta normalización de la violencia dentro del plano sexual tiene un doble objetivo. Por un lado, permite presentar la pornografía como un espacio de libertad, un terreno ajeno a los debates éticos de la sociedad. Por otro, autoriza a los hombres el ejercicio de la violencia con total impunidad. Pero es importante recordar que el sexo no es una burbuja ajena a las construcciones sociales y tampoco es ni debe ser un limbo en el que no entren la legalidad ni la ética.
Pornografía y prostitución, dos caras de la misma moneda
Los investigadores de la Universitat de les Illes Balears plantean que consumir pornografía genera con el tiempo la necesidad de aumentar la intensidad de los contenidos que se consumen. Una escalada que finaliza en la demanda de prostitución con el fin de llevar a cabo las prácticas visualizadas.
La teórica Rosa Cobo afirma que Internet “ha hecho posible la globalización de la pornografía y ha facilitado el acceso de los puteros a lugares de prostitución”. La tecnología ha estrechado aún más los vínculos entre prostitución y pornografía, pues esta última “se ha convertido en un canal fundamental de acceso a la prostitución a través de los anuncios en las páginas pornográficas”.
Es imprescindible identificar esta relación y problematizar el negocio, no solo de la prostitución, sino también de la pornografía como antecesora de esta. Este 8M, el feminismo debe reclamar a la sociedad y a las instituciones que se ponga fin al mercado de los cuerpos de las mujeres.
La industria sexual del mundo capitalista
En ningún caso es posible desligar pornografía y prostitución, como tampoco lo es desligar ambas de la industria sexual. La soberanía del capital ha convertido el sexo en un negocio deslocalizado en el que grandes empresas con poder en los nuevos mercados, mediados por Internet, persiguen el lucro por encima de la empatía o la ética.
Pero la industria de la explotación sexual de las mujeres, que resulta ser la más lucrativa del mundo, no tendría tal nivel de aceptación sin el apoyo de una cultura que refuerza la hipersexualización y la cosificación de las mujeres. Lo vemos en el arte, en el cine, en la publicidad, en la música, en los videojuegos… La pornografía impregna la cultura y esto es fundamental para construir un relato favorable a la explotación sexual.
Esta pornificación de todos los ámbitos de la cultura y de la sociedad civil anestesia nuestra capacidad crítica y da lugar a la normalización de la violencia contra las mujeres, consideradas, sin que reparemos siquiera en ello, como meros objetos sexuales al servicio de las demandas masculinas. Actualmente es extraño que se reproche el consumo de pornografía, pese a que ya existen estudios que avalan su relación con la violencia y la agresión sexual o a que este se haya asociado a una mayor demanda de conductas de riesgo en el sexo entre los varones más jóvenes.
Redes sociales, prostitución y pornografía
La incidencia de la cultura pornográfica en la vida cotidiana se observa claramente a través de plataformas como OnlyFans. Esta red social, que se catapultó especialmente durante el confinamiento, es usada a diario por más de un millón de personas para compartir contenido pornográfico. Muchas de ellas, menores de edad. Dado que la aplicación no cuenta con métodos eficaces de control de edad, se ha enfrentado a numerosas denuncias por pornografía infantil. Algo que también le ha sucedido a la web de contenido pornográfico Pornhub.
Este tipo de plataformas, donde la mayoría del contenido es producido por mujeres y casi la totalidad consumido por varones, tienen especial impacto en jóvenes y adolescentes. Su existencia y uso habitual dictan modelos de conducta que subordinan a las mujeres, presentan la explotación sexual como algo deseable y generan desigualdad.
Amelia Tiganus, superviviente de tráfico sexual, escritora y activista por la abolición de la prostitución, habla de cómo la alianza entre pornografía y prostitución ha cambiado a raíz del auge de las redes sociales. Ella cuenta cómo no hace tanto las mujeres en situación de prostitución eran obligadas a ver pornografía las 24 horas del día para que interiorizasen cuál era el lugar que debían ocupar. Ahora, continúa, la pornografía está tan extendida que esto ya no es necesario. Puesto que la pornografía está en el interior de los hogares, los proxenetas acuden a plataformas como OnlyFans a buscar a sus víctimas. De este modo, identifican aquellas niñas y adolescentes más vulnerables y las captan desde sus perfiles para convertirlas en víctimas de la prostitución.
"La prostitución sí es violencia"
Esta perversa lógica, que solo es posible en un contexto de normalización de la violencia contra las mujeres, hace que se pierda el foco y se generen debates vacuos sustentados por premisas falaces. El debate sobre la legalización de la prostitución no estaría sobre la mesa si el neoliberalismo, a través de los lobbies que se enriquecen con las economías ilegales, no lo hubiese impuesto en la agenda social. Pero sobre los derechos humanos no cabe debate alguno.
Conviene no olvidar que legalizar la explotación sexual sería resignarse a una sociedad que no reconoce a las mujeres como seres humanos. Una sociedad que avala la compra de mujeres para el ejercicio sistemático de violencia contra sus cuerpos es completamente inhabitable. No podemos permitir que la ley sitúe el lucro personal por encima de la integridad de las mujeres. La prostitución no es, ni puede ser, un trabajo.
Por eso, considero que el feminismo debe ser abolicionista y en el 8 de marzo, Día de la Mujer, no podemos olvidarnos de las mujeres que son víctimas de explotación sexual. Porque el porno y la prostitución son violencia contra las mujeres.
Sindy Takanashi, citando a Amelia Tiganus, sentencia: “La prostitución no se puede comparar con otra fuerza de trabajo porque no es como si tú estuvieras fregando escaleras, es como si fueras la fregona con la que se friegan las escaleras”.
Cómo ponerle fin a la violencia sexual y prostitución
Teniendo en cuenta el vasto entramado que sostiene la explotación sexual, acabar con ella puede parecer una tarea titánica. Sin embargo, cientos de mujeres llevan años trabajando para poner fin a la industria de la explotación sexual y tienen perfectamente claro cómo hacerlo.
Para Mabel Lozano, escritora, cineasta y activista contra la explotación sexual, la educación es fundamental en ese proceso. A través de su campaña #EsoNoEsSexo, desarrollada a petición de las áreas de igualdad y juventud de la Región de Murcia, busca promover las relaciones respetuosas e igualitarias entre los jóvenes.
“La pornografía nunca había sido ni tan agresiva, ni tan accesible”, sostiene. “Los chavales tienen acceso a unos contenidos brutales desde que son muy jóvenes”. Y nos enfrenta a un ejemplo: “Un chaval con 8 o 9 años que no tiene ni idea de qué va la sexualidad a lo mejor lo que primero se encuentra es el vídeo de la violación de una chica” y lo toma como normalidad porque “nadie le ha hablado de sexualidad en su casa, en su entorno familiar o en el colegio”.
Esta escalofriante situación es lo que sucede cuando chavales de edades muy tempranas acceden a la pornografía desde Internet o las redes sociales. Lozano es tajante recordando que “la pornografía no es sexo”. “La pornografía no tiene nada que ver con el sexo”. Por ello, afirma que es imprescindible educar a nuestros jóvenes y adolescentes en un ejercicio sano de la sexualidad y en tejer relaciones basadas en el respeto y el deseo mutuos. “Yo creo que la educación es lo más importante”.
La educación es fundamental este 8M, pero hace falta más
Por su parte, Rosa Cobo propone: “La pornografía no puede ni debe estar en abierto”. “Los críos no pueden a un solo golpe de clic consumir videos pornográficos en los que hay abuso y agresiones sexuales a mujeres”, afirma con contundencia. Una medida que constituiría un buen punto de partida. Y continúa: “También hay que meter la pornografía en la agenda política de los partidos de izquierdas”. “Es preciso politizar aún más la prostitución y politizar la pornografía”, pues “ambas son celebraciones de la violencia sexual”.
Es fundamental que los partidos se posicionen en contra de la explotación sexual y que acabar con una industria del sexo que reduce a las mujeres a objetos de consumo se convierta en una prioridad. Este 8M reivindicamos la abolición de todas las formas de violencia contra las mujeres, entre las que no pueden faltar la pornografía y la prostitución.
Hacia una ley abolicionista de la prostitución
Lo cierto es que un sector del tejido social ya se ha movilizado en este sentido. La Plataforma Estatal de Organizaciones de Mujeres por la Abolición de la Prostitución (PAP) ha redactado la Ley Orgánica Abolicionista del Sistema Prostitucional. Se trata de una ley feminista que incluye medidas de prevención, protección y reparación para las víctimas. Pero también medidas para educar y concienciar a los profesionales implicados en la asistencia a mujeres prostituidas y al conjunto de la población. Al estilo de las ya exitosas legislaciones abolicionistas de países como Suecia o Francia, la propuesta parte del reconocimiento de las mujeres como seres humanos integrales con cuyos cuerpos no se puede comerciar. Por lo tanto, sitúa en el centro los derechos de las mujeres y persigue y castiga el proxenetismo.
El Ministerio de Igualdad, a través de la ministra Irene Montero, manifestó su sintonía con los planteamientos generales de la ley cuando le fue presentada. No obstante, se mantiene cauteloso en sus acciones. En una entrevista realizada en TV3 el mes pasado, Montero declaró que la función del ministerio “no es resolver un debate que es histórico en el movimiento feminista”. Comentó que a ella, como ministra de igualdad, le “corresponde tratar de garantizar los derechos fundamentales de las mujeres”.
“El Estado tiene la misión de articular un plan de inserción social y laboral para las mujeres que están en contextos de prostitución y que quieren salir de esos contextos”, pero la industria de la explotación sexual no acaba ahí.