Si hay una cosa que tenemos clarísima a estas alturas del séptimo arte, 133 años después de que se grabara La escena del jardín de Roundhay (Louise Le Prince, 1888), es que un buen ritmo en el montaje cinematográfico constituye uno de los elementos de mayor importancia para que cualquier película, o capítulo de una serie de televisión, atrape a los espectadores y solo les permita librarse de su hechizo al final. Y, si se trata de una comedia, un thriller o una aventura de acción, los géneros que se combinan en Yrreal (Alberto Utrera, desde 2021), con más motivo.
Si uno ve los seis episodios de los que consta hasta ahora esta ficción televisiva de Playz, no puede albergar dudas de que el realizador madrileño conoce esta verdad y ha podido curtirse para aprender a dominar la técnica en el largometraje Smoking Club: 129 normas (2017), los catorce capítulos de Neverfilms (Borja Echevarría y Rubén Ontiveros, 2018-2019), la primera temporada de Bajo la red (2018-2019), el filme Bajo la red 2 (2019), que dirigió con Tano Juárez, y el reciente documental Impuros (2021).
La vivísima combinación de ‘Yrreal’
En conjunto, Yrreal resulta muy popera. No se puede decir cosa distinta por su vistoso cóctel de imagen real y animación con estilo de cómic; esta última, separada, superpuesta y en transiciones casi siempre, y cuyo diseño pulcro se lo debemos a Nuño Benito. Por ese inquieto montaje que brinca de una escena a otra y de un flashback al presente; como si Alberto Utrera chascase los dedos a cada rato. O, sí, por ese amarillo resultón de los títulos y créditos finales; a lo Watchmen (Alan Moore y Dave Gibbons, 1986-1987) o la añorada serie de Utopía (Dennis Kelly, 2013-2014).
Sin olvidar los elementos gráficos de naturaleza variada o las secuencias al compás de canciones moduladoras y de contrapunto; como una bastante tremenda de lucha, clímax de la temporada, por la que merece seguir todo el recorrido previo; el cual nos intriga por sí solo, nos divierte y nos pasma con alguno de sus volantazos narrativos. El resto del metraje, eso sí, lo apuntala la contundente banda sonora electrónica de los incipientes hermanos Ignacio y Jorge Ferrando.
Por otra parte, esta obra audiovisual no se ha hecho en cuatro patadas. Uno lo distingue por el mimo con que se ha elaborado su planificación. Porque en Yrreal hay multiplicidad de planos, incluyendo un buen número de detalle, no pocos primeros exigentes y hasta primerísimos, con steadicam, nadir y cenitales, contrapicados y objetuales a lo Quentin Tarantino (Reservoir Dogs), cuyo aroma se huele aquí tanto como el de Guy Ritchie (Snatch: Cerdos y diamantes), y una cámara con un movimiento nervioso pero decidido en ocasiones.
Una apariencia gamberra y un corazón muy serio
La mayor dificultad estribaba en conseguir una verosimilitud firme con su planteamiento de la venganza femenina casi superheroica a lo Kick-Ass: Listo para machacar (Matthew Vaughn, 2010), lo intenso y desfachatado de su comedia negra, con ciertos detalles escatológicos sobrantes, y su paulatina traslación a algo de mayor seriedad dramática por lo que se nos congela la sonrisa.
Pero los vaivenes del tono nunca resultan forzados en Yrreal, y la resuelta labor de las actrices principales, Angy Fernández (La llamada) y Viki Velilla (La catedral del mar) como Lucía y Elena, es imprescindible para que funcione. Y los demás integrantes del elenco las acompañan con profesionalidad, desde Álbert Baró (Merlí), Nacho López (Vivir dos veces) y Silvia Vacas (Pixel Theory), pasando por Iván Montes (No culpes al karma de lo que te pasa por gilipollas), Manuel Teódulo (Los relojes del diablo) y Eloy Azorín (Aída), hasta Paco Churruca (Intacto) e Irene Rojo (La que se avecina).
Todos ellos contribuyen a que esta serie con apariencia gamberra a lo Scott Pilgrim contra el mundo (Edgar Wright, 2010) y corazón muy serio no descarrile en su difícil ejercicio narrativo, tan febril y ecléctico; con guiones de los propios Alberto Utrera y Nuño Benito, además de los novatos Carlos Soria, Paula López y Sofía Robledo. E incluso a que triunfe al enfocarse en no perder la atención de los espectadores ni por un solo segundo.