La historia del séptimo arte, como la de cualquiera de los mismos, está repleto de curiosidades dignas de ser contadas. Como los detalles sobre la primera escena marcha atrás, las mayores maravillas en blanco y negro, la mujer pionera en la dirección de largometrajes, la propaganda cinematográfica nazi, la ocasión en que nominaron a un perro a los Oscar, los guionistas inexistentes con una nominación o a los que no han acreditado por sus aportaciones. Son buenos ejemplos de particularidades del cine; y también, cuál se considera la primera película de la historia, y a eso vamos en las líneas siguientes.

Años antes que la famosa Salida de los obreros de la fábrica (Louis Lumière, 1895), la perturbadora Llegada del tren a la estación de La Ciotat (Louis y Auguste Lumière, 1896), los imaginativos cortos de Georges Méliès desde ese año mismo o las innovadoras Vida de un bombero americano (Edwin S. Porter y George S. Fleming, 1903) y Asalto y robo de un tren (Porter, 1903), hubo un hombre nacido en el Noreste de Francia que nos regaló las primeras imágenes en movimiento que se grabaron jamás: su nombre era Louis Aimé Augustin Le Prince, y se encontraba en Reino Unido cuando realizó hazaña semejante.

Si la película más antigua salida de la forja de Thomas Edison data de 1891, el bueno de Le Prince hizo la suya el 14 de octubre de 1888 en la localidad de Leeds, perteneciente al condado de West Yorkshire. Se trata de La escena del jardín de Roundhay, en la que se ve a su hijo Adolphe con Sarah y Joseph Whitley, suegros británicos del inventor y dueños de dicho jardín y, naturalmente, de la casa, y a su amiga Harriet Hartley, y dura 1,66 segundos, ni tan siquiera dos. Como es obvio, no impresionan sus brevísimas imágenes, sino el hecho de que se trata del primer filme de la historia y que suma ya la friolera de 132 años.

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