La primera vacuna de la malaria ya es una realidad. Han sido muchos los intentos y los ensayos clínicos fallidos, pero finalmente la Organización Mundial de la Salud (OMS) ha anunciado la luz verde a una de ellas, desarrollada por la compañía británica GlaxoSmithKline. Se le ha concedido el permiso de administración por su seguridad y eficacia, aunque cabe destacar que no es la más eficaz de las que se encuentran en desarrollo. De hecho, solo tiene un 39% de eficacia en la prevención de la enfermedad. Un porcentaje que, además, desciende hasta el 29% en la enfermedad más grave. Sin embargo, dada la gravedad de la situación y la cantidad de muertes que causa al año, la OMS lo ha considerado suficiente para empezar.

Se abre así una nueva era en la lucha contra una enfermedad que mata a más de 400.000 personas al año, 275.000 de ellas niños menores de cinco años. Se puede decir que el camino ahora es un poco menos pedregoso. Pero no ha sido fácil llegar hasta aquí, pues han sido muchos los científicos que durante cientos o incluso miles de años han trabajado para que esto sea posible. Hoy los recordamos en este artículo. No es posible mencionarlos a todos, pero sí a una selección de algunos de los más importantes.

Una historia con miles de años de antigüedad

Los registros fósiles indican que la malaria podría haber infectado a los humanos durante los últimos 50.000 años

En 1880 se descubrió que la enfermedad la causaba un protozoo

En cuanto a los escritos, son algo más nuevos, pero también los hay con milenios de antigüedad. Los más arcaicos se han encontrado en China y proceden del año 2.700 antes de Cristo. En ellos se describen unas fiebres que cuadran a la perfección con los síntomas de la malaria. Y también se describen algunos tratamientos a base de plantas que, como veremos más adelante, resultaron muy útiles para la búsqueda de los primeros tratamientos farmacológicos.

Pero, en realidad, el primer científico que describió el origen de la malaria fue el médico militar francés Charles Louise Alphonse Laveran, quien en 1880, trabajando en Argelia, detectó la presencia de parásitos en los glóbulos rojos de dos pacientes enfermos de malaria. Describió aquellos parásitos como protozoos, por lo que se trataba de la primera enfermedad a la que se encontraba un origen de este tipo. Aunque él fue el primero en observar los protozoos, no les dio nombre. Esto fue tarea poco después de los italianos Ettore Marchiafava y Angelo Celli, quienes los bautizaron como Plasmodium. A día de hoy siguen llamándose así, siendo Plasmodium falciparum uno de los más comunes y el principal causante de la enfermedad en África.

Ya se sabía que era un protozoo el que causaba la enfermedad. ¿Pero cómo penetraba en el organismo humano? Por aquel entonces no se sabía que los mosquitos podían transmitir este tipo de enfermedades. De hecho, el primero en teorizar con ello fue el médico hispano cubano Carlos Finlay, quien en 1881 llegó a la conclusión de que la fiebre amarilla se transmitía de persona en persona a través de estos insectos. Más tarde, en 1898, Sir Ronald Ross observó que era también el caso de los parásitos causantes de la malaria. Por esto, Ross ganó el Premio Nobel de Medicina en 1902. Más tarde, en 1907, lo ganaría también Laverán, por aquella primera observación del protozoo. 

El origen de la enfermedad estaba ya descrito, pero aún quedaba mucho por hacer. Primero, sería necesario encontrar un tratamiento. Más tarde, una vacuna contra la malaria.

vacuna malaria,
Seth Doyle (Unsplah)

Los primeros tratamientos

Los primeros tratamientos contra la malaria fueron a base de plantas, como suele pasar cuando la medicina aún no tiene los avances necesarios para extraer principios activos con potencial farmacológico. 

Algunos de los tratamientos a base de plantas más antiguos surgieron en China y Perú

Por un lado, en Perú era común el uso de la corteza de Cinchona, un árbol que crecía en los Andes. Tras observar su eficacia, en 1640 los Jesuitas introdujeron el tratamiento en Europa, donde tuvo una gran acogida. Pero, lógicamente, no era toda la corteza la que tenía ese potencial como medicamento. Era un alcaloide presente en ella, llamado quinina, pero este no se extrajo de la planta hasta 1829. Lo hicieron dos químicos franceses, Pierre Joseph Pelletier y Joseph Bienaimé Caventou, y con ello mejoraron aún más la eficacia del tratamiento. Sin embargo, era difícil de obtener, pues suponía extraer la corteza de muchísimos árboles.

Por eso, a mediados del siglo XX, la quinina comenzó a dejar paso a la cloroquina, un sustituto sintético que recientemente volvió a protagonizar titulares, después de que al principio de la pandemia se creyera que podría ser útil para tratar la  COVID-19. 

Pero mucho más allá de Perú, en China, también se usaban algunas plantas para el tratamiento de la malaria. Había largos tratados de la medicina tradicional de este país en los que se mencionaban múltiples opciones. Pero no todas eran igual de beneficiosas. Era necesario analizarlos con ojo científico y eso fue lo que hizo la química farmacéutica china Tu Youyou, tras ser nombrada en 1967 jefa del grupo de investigación del Proyecto 523. Este fue un proyecto secreto iniciado por el gobierno de China, bajo petición del ejército de Vietnam del Norte, con el objetivo de buscar un tratamiento eficaz para la malaria, que estaba matando a multitud de soldados en la Guerra de Vietnam, pero también a niños y adultos civiles en el sur de China. 

La científica se dedicó a analizar aquellos antiguos tratados de medicina tradicional y a analizar los principios activos presentes en las plantas que se mencionaban. De este modo, descubrió la artemisina, una sustancia presente en la planta Artemisa annua, que resultó ser de gran utilidad para tratar la enfermedad. Aquel hallazgo salvó muchísimas vidas y también le valió el Premio Nobel de Medicina a Tu Youyou en el año 2015.

Y llega la vacuna de la malaria

Tras toda esta carrera en busca de un tratamiento, disponemos de opciones bastante eficaces. Sin embargo, siguen muriendo muchas personas a causa de la malaria. Por eso, cada vez se ha dado más importancia a la prevención.

Hay en ensayos clínicos otra vacuna de la malaria con una eficacia mayor que la que se ha aprobado

Pero, por desgracia, hasta ahora las únicas medidas de prevención extendidas en los países afectados eran las mosquiteras y los insecticidas. No se prevenía la enfermedad, sino el vector que la transporta. Esto, claramente, no es suficiente, por lo que también se considera muy necesaria la búsqueda de una vacuna contra la malaria.

Multitud de científicos en todo el mundo lo han intentado, pero los ensayos clínicos, generalmente, no han llegado a buen puerto. Hasta ahora.

Finalmente se ha dado luz verde a Mosquirix, una vacuna que se ha estado desarrollando durante los últimos 30 años. Los ensayos clínicos iniciales fueron muy positivos, por lo que finalmente se procedió a hacer una primera campaña de vacunación en la que participaron 800.000 niños mayores de 5 meses, procedentes de Kenia, Ghana y Malawi. Tras recibir las cuatro dosis no presentaron efectos secundarios preocupantes y se notó una clara reducción en el número de enfermos en comparación con otros años.

Esto es solo el comienzo, pero si todo va según lo que se predijo en un estudio publicado en 2020, se podrían evitar 5,3 millones de casos y prevenir 24.000 muertes cada año.

El único problema es que es innegable que su eficacia no es la mejor. Por eso, aunque es un buen comienzo, la búsqueda de otras opciones no ha cesado. De hecho, pronto podríamos tener una segunda vacuna de la malaria mucho más eficaz. La ha desarrollado la Universidad de Oxford y en las primeras fases de los ensayos clínicos ha mostrado una eficacia del 77%. Ahora están comenzando los ensayos clínicos a mayor escala; pero, si todo sigue así, sería el siguiente gran paso en este camino menos pedregoso; al que, ¿quién sabe?, quizás en un futuro no tan lejano podríamos verle el final.

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