Por lo general, las vacunas del coronavirus causan efectos secundarios leves. Sin embargo, como ocurre con otros fármacos, hay una probabilidad bastante baja de que se den otros, como los trombos que ya se asociaron con la de AstraZeneca. Pero las de ARNm también se han relacionado con algunos efectos adversos muy poco probables. Es el caso de la miocarditis; que, de hecho, ha llevado recientemente a que Islandia deje de administrar la vacuna de Moderna a su población.
Esta decisión se ha sustentado en unos pocos casos detectados en los últimos meses. Pero también en estudios como uno publicado en septiembre por la Universidad de Ottawa. Este trabajo, de hecho, ha sido la bandera de muchos antivacunas para negarse a la vacunación. Sin embargo, lo que muchos no saben es que el estudio se retiró muy poco después de su publicación y que sus autores han pedido disculpas, pues sus preocupantes resultados se sustentaban en un fallo de cálculo.
¿En qué quedamos entonces? ¿Corremos riesgos al recibir la de Moderna o cualquiera de las vacunas del coronavirus? Lo cierto es que no más que al tomar un antibiótico para la cistitis o un ibuprofeno para el dolor de cabeza. Y, desde luego, mucho menos que al contraer la COVID-19.
Miedo a los efectos secundarios de las vacunas del coronavirus
Primero fue AstraZeneca. Inicialmente se detectaron algunos casos de trombos, aparentemente relacionados con su administración. Por eso, autoridades como la Agencia Europea del Medicamento analizaron los casos, llegando a la conclusión de que sí parecía haber una relación, pero que la probabilidad era extremadamente baja.
Aun así, siendo los beneficios muchísimo mayores que los riesgos, no se desaconsejó su administración. En realidad, esta decisión se dejó en manos de los diferentes países, de modo que cada gobierno tomó la vía que consideró más conveniente. En España, por ejemplo, se dejó de administrar a personas menores de 60 años y, para las que ya habían recibido la primera dosis, se dejó a su elección qué hacer con la segunda.
De este modo, las vacunas del coronavirus de ARN mensajero, de Pfizer y Moderna, se convirtieron en la opción preferente para la mayoría de grupos de edad. Sin embargo, no tardó en surgir el miedo también a sus efectos secundarios. Se comenzaron a detectar algunos casos de miocarditis; es decir, una inflamación en el músculo del corazón.
Aunque muchos de estos casos se resolvían por sí solos, algunos enfermaban gravemente, o incluso morían. Parecían ser muy pocos casos, pero era necesario saber más, por lo que se pusieron en marcha algunos estudios para comprobarlo.
¿Qué dicen los estudios sobre la miocarditis tras la vacunación?
La mayoría de estudios no encontraron una relación significativa entre la miocarditis y la administración de las vacunas del coronavirus de ARNm. Solo se halló una pequeña asociación con los grupos de edad más jóvenes, pero el peligro era mínimo.
Sin embargo, en septiembre se publicó un estudio que avivó ese temor que otros estudios habían calmado. En él, un equipo de científicos del Instituto del Corazón de la Universidad de Ottawa analizaba la situación en la capital canadiense, concluyendo que existía riesgo de miocarditis en aproximadamente 1 de cada 1.000 vacunados. O, lo que es lo mismo, el riesgo era de un 0,1%. Es un riesgo importante, mucho mayor que el de otros efectos secundarios, como los trombos de AstraZeneca. Por eso, muchos antivacunas vieron ahí el argumento científico que necesitaban para lanzar un mensaje en contra de esa herramienta que nos está sacando poquito a poco de la pandemia.
Lo que no decían esos antivacunas es que el estudio en cuestión es una preimpresión. Es decir, un estudio que aún no ha sido revisado por pares. Esta es una fase por la que deben pasar todos los estudios, para demostrar que todo se ha hecho correctamente. Por supuesto, que un trabajo se encuentre en esa fase no quiere decir que sea malo. Al fin y al cabo, todos pasan por ahí. Pero sí que se deben coger los resultados con pinzas hasta que sepamos que se han revisado y que todo estaba bien.
Y este es un buen ejemplo de ello, pues ni siquiera fue necesaria la revisión por pares. Fueron los propios autores los que se dieron cuenta de su error. Y era un gran error, ya que habían tenido en cuenta que en Ottawa se habían vacunado 32.379 personas, cuando en realidad lo hicieron 854.930. Por lo tanto, ya no estaríamos hablando de un 0,1%, sino de, aproximadamente, un 0,003%.
A pesar de la declaración de este error, algunos países siguen mostrando recelo a las vacunas del coronavirus de ARNm, especialmente a la de Moderna. En Islandia la han prohibido totalmente, justo cuando se encontraban poniendo una segunda dosis de esta compañía a quienes recibieron la dosis única de Janssen. Otros países del norte de Europa no la han retirado totalmente, pero sí para las personas más jóvenes. Por ejemplo, Suecia y Finlandia han suspendido la vacunación con Moderna a menores de 30 años, y Noruega y Dinamarca a menores de 18.
Esta decisión ha llegado después de que se hayan reportado algunas muertes asociadas a miocarditis en pacientes jóvenes que habían recibido la vacuna de Moderna. Sin embargo, no debe cundir el pánico, pues la probabilidad, como se deduce de los cálculos adecuados de la Universidad de Ottawa, es muy baja. Eso teniendo en cuenta que todos los casos de inflamación del músculo cardíaco realmente estuviesen relacionados con la vacunación.
Lo que está claro es que nuestro corazón correrá un riesgo mucho mayor si contraemos el coronavirus. Como dijo la EMA con respecto a los trombos, los beneficios son muchísimo mayores que los riesgos. No hay más que ver cómo han disminuido los casos de COVID-19 desde que aumentó el porcentaje de vacunados. Si no nos planteamos el riesgo mínimo al tomar un ibuprofeno, tampoco deberíamos hacerlo al recibir algo que no solo nos protegerá a nosotros. También a todas las personas que nos rodean.