Beth (Rebecca Hall) acaba de sufrir la mayor tragedia de su vida. La película The Night House, de David Bruckner, no muestra de inmediato qué ha ocurrido y ese es uno de sus grandes aciertos. La película dedica mucho más tiempo, interés y una cuidadosa puesta en escena en mostrar a través de símbolos el mundo interior del personaje. La devastación interior de Beth es total, también corrosiva y se hace cada vez más dura. Y es entonces, cuando el argumento comienza a explorar lo misterioso que podría estar ocurriendo a su alrededor.
Lo hace, con un sentido onírico que sorprende por su pulcritud y en especial, por no prodigarse en metáforas innecesarias. Lo inquietante y terrorífico en The Night House no es evidente de inmediato. El guion procura guardar sus secretos con cuidado a través de pequeñas insinuaciones e información compartimentada. En manos menos hábiles un recurso semejante hubiese convertido el argumento en una combinación poco atinada de ritmos.
Pero David Bruckner encuentra un delicado equilibrio en la forma de contar el miedo. Beth está sufriendo y la siempre efectiva actuación de Rebecca Hall lo muestra con una sutileza asombrosa. Pero también comienza a ser consciente de que algo le acecha, le vigila y, lo que es aún peor, podría ser tanto una amenaza como un aviso.
Una de las grandes virtudes de The Night House es su capacidad para ser un caleidoscopio de emociones. La cámara de Bruckner sigue a Beth en una implacable mirada que construye la atmósfera con lentitud sofisticada. Durante los primeros diez minutos, la actriz no pronuncia una palabra pero el guion crea una visión sobre la desesperación que no hace necesario diálogo alguno.
Por otro lado, el director enfatiza el hecho de la soledad construida a través del contexto convertido en territorio desconocido. A medida que la enorme casa de Beth se convierte en una trampa (una extraña, gigantesca y singular), la Casa Encantada cobra solidez.
Para el argumento, lo realmente importante no es narrar o describir lo que oculta una muerte violenta o el entorno que rodea a la Beth de Rebecca Hall. Lo central es la capacidad del personaje para enfrentarse a lo oculto. En especial, hacerlo apenas sin arma y aislada por el sufrimiento. Una batalla a ciegas contra lo invisible.
'The Night House', un peligroso juego de espejos
En 2017, David Bruckner dirigió El ritual, una ingeniosa y tétrica historia que a grandes rasgos, era una reinvención del horror folk con aires contemporáneos. Podría decirse lo mismo de The Night House, que tiene la cualidad del asombro siniestro. La película no tiene el menor interés por revelar a qué se enfrenta Beth, pero deja claro que lo sobrenatural juega con sus propias reglas. Incluso unas que implican el tiempo y en el espacio. Bruckner utiliza el mismo sentido de la dualidad física y la percepción trastocada de Herk Harvey en la Carnival of Souls de 1962.
Pero la referencia implica el manejo de la percepción de Beth sobre lo que ocurre a su alrededor, y la concepción sobre lo sobrenatural. Uno de los puntos altos de The Night House es su capacidad para reflexionar sobre los temores y la incertidumbre. La muerte, convertida en un incógnita existencial, se debate y se asume como parte de la trama. Y, de la misma manera que en el reciente éxito de Netflix Misa de medianoche, de Mike Flanagan, se hace preguntas filosóficas complicadas.
Las respuestas forman parte de la trama, pero más allá de eso también de la estructura que sostiene la tensión del film. A medida que la Beth de Rebecca Hall avanza hacia la resolución del misterio, es más evidente que nunca que lo que está en juego no es su cordura. Y mientras James Wan en Maligno jugaba con la concepción de la realidad trastocada y convertida en el enemigo, Bruckner es mucho más sutil. The Night House construye un estado de ánimo cada vez más incómodo, duro y que implica no sólo la respuestas a un hecho sobrenatural.
De hecho, en un momento dado, lo más siniestro en The Night House no es la entidad, presencia o el fenómeno que enfrenta su protagonista. En realidad, David Bruckner crea una atmósfera en la que hay algo más sórdido y es entonces cuando el film alcanza sus momentos más brillantes. El argumento deja algunas pistas falsas sobre lo que podría ocurrir, pero tiene la habilidad para cambiar su significado apenas puede.
Este terreno resbaladizo, sórdido y cada vez más devastado, obliga al personaje a avanzar con tiento a través de su cordura. Para Bruckner es de capital importancia que el espectador pueda comprender a Beth, pero a la vez, desconfiar de sus conclusiones. Wan intentó el mismo experimento y falló al crear una épica del terror barroca y con sobresaturación de códigos. Bruckner triunfa al crear una idea sobre la realidad que se desdobla que es tan específica como dura de construir.
Las habitaciones del dolor
Beth está a solas no solo con el dolor de una pérdida sorpresiva y reciente. También, con un misterio que debe resolver sin involucrar a las escasas personas que le rodean. El guion de Ben Collins y Luke Piotrowski, plantea el hecho del miedo y la tragedia como análogos. Pero además elucubra a través de un tránsito cuidadoso hacia espacios interiores oscuros. El personaje no está solo traumatizado. A la vez, debe encontrar respuestas racionales a un misterio que resulta incluso mayor que la muerte a la cual se encuentra.
Bruckner logra que The Night House jamás pierda el ritmo y la vibrante sensación que cualquiera sea el suceso sobrenatural que acaece, está relacionado con la vida. Una fórmula poco común y complicada que hace de la película una precisa mezcla entre el suspenso y el terror en estado puro. La casa entera de Beth convertida en fortaleza y también en enemigo, incluso se convierte en centro del debate sobre la realidad. Para David Bruckner, el sentido del misterio es parte de algo más peligroso. De un espacio implacable y violento contra el que la Beth de Rebecca Hall tendrá que batallar en medio del miedo y la desolación.
De la misma forma que Nicole Kidman en Los otros, de Alejandro Amenábar, y Toni Collette en Hereditary, de Ari Aster, Beth lucha contra lo invisible. Y en la misma tradición de ambos personajes, la lucha es a ciegas, en medio de lento derrumbe de todo lo que creía íntimo y real.
Para su tramo final, The Night House termina por demostrar que la intención de Bruckner, no es aterrorizar aunque lo logra. Tampoco conmover, aunque lo hace. Es brindar una terrorífica visión sobre el miedo a algo más grande, temible e inexplicable que se esconde al límite de la historia central. Un triunfo mayor en una película de terror de enorme consistencia e inteligencia.