Se ha hablado mucho sobre cuánto dura la inmunidad contra el coronavirus. En su momento cundió la preocupación, al comprobar que los anticuerpos generados tras la enfermedad no tardaban en decaer. Sin embargo, no son los únicos soldados que libran la batalla contra este y otros patógenos. Son los primeros en saltar a la contienda, pero después se une a ellos el resto del ejército. Y parece ser que hay una parte de este que sí que permanece a la espera de una nueva infección durante mucho más tiempo. Lo difícil es saber cuánto, ya que existen bastantes excepciones. No obstante, ya parece haber una respuesta general algo más clara.
Esta se puso sobre la mesa el pasado mes de noviembre, con la publicación de un artículo sin revisión por pares. Sus autores procedían de la Universidad Rockefeller, de Nueva York. Han sido necesarios dos meses para que se revisen los procedimientos y resultados de este trabajo, cuyo resultado definitivo puede leerse hoy en Nature. La conclusión es la misma que entonces: la inmunidad contra el coronavirus parece durar al menos seis meses.
Un ejército contra agentes extraños
En el estudio sobre la inmunidad contra el coronavirus participaron 87 personas que habían padecido COVID-19. El objetivo era analizar los niveles de células B de memoria uno y seis meses después de la infección. Pero, para comprender por qué se centraron en estas células, y no otras, es necesario conocer cómo cursa la respuesta inmunitaria frente a un patógeno.
El primer paso es reconocer el antígeno o, lo que es lo mismo, cualquier cuerpo o agente extraño que irrumpa en el organismo. De ello se encargan las células B, que podrían imaginarse como los centinelas de la muralla.
Una vez que se ha generado ese reconocimiento, las células B se transforman en otros tipos de células. Muchas de ellas pasan a ser células plasmáticas, cuya función es la síntesis y secreción de esos anticuerpos de los que tanto se habla últimamente. Estos se unen al patógeno y lo marcan para que sea destruido por otro tipo de células inmunitarias: los macrófagos. En este proceso pueden intervenir otras células, como los linfocitos T colaboradores, que se unen al resto de soldados para que puedan desarrollar su función.
Por otro lado, algunas de aquellas células B iniciales no se convierten en células plasmáticas, sino en células de memoria. Estas, como su propio nombre indica, son las responsables de que el organismo se acuerde del antígeno cuando este vuelva a invadirlo. En ese caso, todo el batallón anterior se desplegará mucho más deprisa y ni siquiera llegarán a generarse síntomas. O quizás sí, pero serán muy pocos.
Seis meses de inmunidad contra el coronavirus
En el caso de los participantes del estudio, se comprobó que los niveles de células B de memoria se mantuvieron estables, tanto un mes como seis meses después de la infección.
Esto indicaría que la inmunidad contra el coronavirus permanece durante al menos ese tiempo. Las serologías indicaban una clara caída en los niveles de anticuerpos, pero no importa, pues las células de memoria promueven la síntesis de nuevos anticuerpos mucho más deprisa.
Este estudio se realizó únicamente durante medio año, por lo que no se puede descartar que dicha memoria sea incluso más duradera. De cualquier modo, seis meses pueden dar un buen respiro a nivel asistencial. Eso sí, que una persona esté protegida no significa que no pueda ser contagiosa, pues el virus podría estar replicándose en sus mucosas.
Si hemos pasado la COVID-19, incluso si ya nos hemos vacunado, deberemos seguir manteniendo las mismas medidas de seguridad. Por suerte, esa ansiada inmunidad contra el coronavirus ahora se puede lograr sin enfermar. Tenemos una vacuna, que parece generar incluso unas defensas más fuertes. Pero aún queda mucho para que logremos la inmunidad de grupo. Por eso debemos seguir como antes. Habrá una salida, pero queda un largo camino por andar hasta llegar a ella. Y es un periplo que debemos recorrer con suma cautela.