El tema de la inmunidad frente al coronavirus ha sido y sigue siendo uno de los asuntos más estudiados desde que comenzaron a curarse los primeros infectados de la pandemia. A día de hoy, ya con decenas de millones de personas que han superado la COVID-19, surgen dos preguntas de vital importancia. Por un lado, ¿son posibles las reinfecciones? Y por otro, ¿podemos contagiar con anticuerpos?
El debate de asuntos como los pasaportes inmunitarios o los cambios en los protocolos de aislamiento y cuarentena se ha asentado sobre la información que conocemos con respecto a ambas cuestiones. Más allá de lo poco ético que resulta, un pasaporte COVID no tiene ningún sentido si alguien que ya pasó la enfermedad puede volver a infectarse. Mucho menos si también puede contagiar a otros individuos. En cuanto a las cuarentenas, por lo general las personas con anticuerpos en los resultados de una serología deben igualmente cumplirlas tras un contacto estrecho.
Por eso precisamente se discutió recientemente que la presidenta de la Comunidad de Madrid, Isabel Díaz Ayuso, recuperara su agenda tras relacionarse con una persona positiva. La política basó su decisión en que su PCR había sido negativa y que conservaba los anticuerpos desarrollados tras infectarse en la primera ola de la enfermedad. ¿Qué pasa entonces? ¿Deberían actualizarse los protocolos? ¿Tenemos conocimientos suficientes para hacerlo con certeza? Lo cierto; es que, como ya hemos visto tantas otras veces con este virus, la “certeza” no es precisamente una cualidad frecuente a la hora de describir lo que sabemos sobre él.
¿Qué ocurre después de la infección?
La mayoría de pruebas empleadas para comprobar si una persona ha desarrollado anticuerpos frente al coronavirus miden dos tipos de ellos: la inmunoglobulina M y la inmunoglobulina G. La primera se genera aproximadamente hacia la mitad de la infección y va desapareciendo al final. En cambio, la segunda comienza a producirse al final y permanece una vez que el virus ya no se encuentra en las células del paciente.
Precisamente por eso, se considera que si hay solo IgM aún hay una infección activa, si hay únicamente IgG la infección ya se ha superado y si se encuentran ambas se corresponde con las últimas fases.
Sin embargo, la inmunidad no es algo tan simple como la presencia de uno o dos anticuerpos. También intervienen otros componentes, como los linfocitos T. Estos tienen diferentes funciones, según de qué tipo sean. Entre las más importantes destacan la destrucción de células infectadas, mediada por los linfocitos T citotóxicos, y la activación de otro tipo de células inmunitarias, conocidas como células B. Estas son estimuladas por los linfocitos T CD4+, para transformarse en células plasmáticas, cuya función es precisamente la producción de anticuerpos. Todo este proceso es lento para una primera infección, pero se produce más rápidamente si ya hubo una en el pasado, gracias a las células de memoria, generadas también a partir de los linfocitos B. Esta es, de hecho, la respuesta que se busca obtener con las vacunas.
Por lo tanto, aunque los niveles de IgG caigan con el paso del tiempo, como ya se ha visto en algunos pacientes, lo importante es que este proceso pueda generarse. A día de hoy existen muchas incógnitas al respecto, especialmente a raíz de la aparición de algunos casos de reinfección, que además nos inducen a pensar que quizás no sea tan raro contagiar con anticuerpos.
Entonces, ¿podemos contagiar con anticuerpos?
En los últimos meses se han documentado varios casos de reinfecciones. Incluso recientemente se dio a conocer la historia de una mujer holandesa que había fallecido tras contagiarse por segunda vez. Era una mujer mayor y además tenía patologías graves, de ahí que se produjera la muerte.
Al contrario, en el resto de casos, por lo general, la segunda infección ha sido más leve que la primera. Además, se han dado en una proporción muy baja de la población. Se ha comprobado que hay personas que, simplemente, no conservan anticuerpos después de la infección. Otros sí que lo hacen, pero parece que con el paso del tiempo la respuesta celular antes mencionada va decayendo. No es algo nuevo, no hay más que ver la cantidad de enfermedades para las cuales es necesario administrar dosis de recuerdo en sus vacunas.
Cabe pensar, por lo tanto, que si una persona puede volver a contagiarse, también puede contagiar. ¿Pero y si permanece aún protegida? ¿Lo están también quienes le rodean?
De nuevo, seguimos sin poder dar una respuesta tajante al respecto. La opinión de la mayoría de expertos es que cabe la posibilidad de que sí contagien y que por eso hay que tomar precauciones. Es importante tener en cuenta que el SARS-CoV-2 es un virus que se replica muy bien en las mucosas. Por eso, es posible que, hasta que se ponga en marcha todo el ejército dirigido por linfocitos T y B, anticuerpos y demás “soldados” inmunitarios, en las mucosas se generen partículas virales capaces de contagiar. No llegarán a causar síntomas al paciente, protegido por las defensas de su organismo, pero sí podría contagiar con anticuerpos. Esto es algo que explicaban recientemente los inmunólogos Marcos López Hoyos y Alfredo Corell en declaraciones a NIUS.
En definitiva, hasta que sepamos más sobre el coronavirus, más vale ser precavidos. Puede que nosotros estemos seguros, pero si hay algo que nos ha enseñado esta enfermedad, es la importancia de velar por los demás. Aunque a veces sea complicado.