En un futuro lejano, cuando la creación de niños a la carta no solo es posible, sino que también se puede llevar a cabo legalmente, el genoma de un individuo se convierte en su aptitud laboral más valiosa. Las personas que fueron “diseñadas” para rozar la perfección ocupan los puestos profesionales de mayor responsabilidad. Mientras tanto, aquellos a los que el azar de la concepción natural les ha impreso en sus genes algo de miopía o la posibilidad de desarrollar una futura patología cardíaca quedan relegados a trabajos precarios, independientemente de cuáles sean sus demás competencias. Cuando GATTACA saltó a las pantallas en 1997, este argumento se vio como algo disparatado y carente de humanidad. Ahora, en cambio, hay personas que creen que el pasaporte inmunitario puede ser una herramienta útil en los tiempos que corren.
Lógicamente, no tiene nada que ver. El hecho de tener anticuerpos contra el SARS-CoV-2 no es algo relacionado necesariamente con nuestros genes o con la forma en que nos concibieron. Simplemente, es fruto de la casualidad, de habernos infectado o no durante la pandemia. Pero no por eso deja de haber paralelismos. En ambos, una persona obtiene beneficios por algo totalmente ajeno a su formación o sus capacidades, con unos datos de su historial médico que, además, no tendrían por qué hacerse públicos. Se ha hablado mucho de las incoherencias que supondría implantar este documento en la sociedad, especialmente a nivel sanitario. Al fin y al cabo, ni siquiera sabemos cuánto dura la inmunidad de la COVID-19. ¿Pero qué pasa con la ética?
El pasaporte inmunitario y los principios de la bioética
En 1979, siete años después de la finalización del inhumano experimento Tuskegee, los bioeticistas Tom Beauchamp y James Franklin Childress definieron cuatro principios básicos, cuyo cumplimiento tanto a nivel experimental como asistencial asegura que un procedimiento se está llevando a cabo éticamente. Se trata de los principios de autonomía, beneficiencia, no maleficiencia y justicia.
En el caso de la implantación de un pasaporte inmunitario, según ha explicado a Hipertextual el doctor en filosofía y derecho e investigador del Observatorio de Bioética y Derecho de la Universidad de Barcelona Manuel López Baroni, podría aplicarse el incumplimiento del principio de no maleficiencia. “Lo primero, ‘no hacer daño’”, declara. “Un pasaporte inmunitario podría hacer que la gente subestimara los riesgos de una reinfección; y además, dada la grave crisis económica que atravesamos, algunos podrían incluso querer contraer el coronavirus voluntariamente si con ello se aseguran un puesto de trabajo”.
Por otro lado, abriendo más el foco, recurre al principio de trivialidad, que en cosmología indica que nuestra posición en el universo es trivial. “Se podría adaptar para la bioética: tener un pasaporte inmunitario es trivial”, señala. “Con la información con que contamos actualmente, si alguien pasa la enfermedad no se puede afirmar mucho más que el evidente hecho de que, en efecto, ha superado la enfermedad. Pero de esta obviedad difícilmente podemos inferir si realmente está protegido contra una reinfección o cuánto tiempo le durará la inmunidad. Por tanto, y en el mejor de los casos, es una información innecesaria”.
¿Y qué ocurre desde otras perspectivas?
Si la visión del pasaporte inmunitario no es nada positiva desde un punto de vista bioética, la cosa no mejora desde otras perspectivas.
“Desde un punto de vista estrictamente legal, debe recordarse que el Convenio Europeo de Bioética prohíbe las pruebas predictivas genéticas salvo por ‘fines médicos o de investigación médica’, con objeto de evitar usos espurios de dicha información o la discriminación (mundo laboral, seguros, sanidad privada)”. Por eso hoy en día no podríamos vivir la situación de GATTACA. Los test de COVID-19 no son pruebas genéticas. No obstante, según el experto consultado en este medio, podría aplicarse también al pasaporte inmunitario, ya que tampoco supone ningún beneficio que justifique la utilización de datos privados procedentes del historial médico de una persona.
“Estimo que podría aplicarse por analogía al pasaporte inmunitario. Dado que no conlleva ningún beneficio desde el punto de vista médico, estaría prohibido. Por otra parte, también afecta a la intimidad, y, por tanto, a la protección de datos. El Reglamento de Protección de Datos de la UE también impone severas restricciones al uso de datos biomédicos. Difícilmente podría justificarse la creación de una base de datos de carácter público para un objetivo que carece de beneficios tangibles”.
La filosofía política detrás del pasaporte inmunitario
Como tantos otros puntos de esta pandemia, es inevitable considerar las implicaciones políticas de las diferentes estrategias tomadas. Y, por supuesto, el pasaporte inmunitario es una de ellas. “Desde la perspectiva de la filosofía política, se podría sostener que la pandemia ha obligado a las democracias liberales occidentales a restringir, limitar o incluso suspender derechos fundamentales”, teoriza López Baroni. “Es legítimo cuando existe un interés colectivo superior al de los individuos. Pero también se advierte una cierta inercia en ir más allá de lo permisible, imponiéndose restricciones innecesarias por personas o instituciones sin competencias. El pasaporte inmunitario forma parte de este tipo de ocurrencias. Dado que hay derechos fundamentales implicados (derecho a la intimidad, no discriminación, incluso derecho a la dignidad, etc.), la restricción de estos derechos solo es legítima cuando existen razones muy concretas, y siempre con respeto a los cauces formales”.
El experto sostiene también que si estas situaciones se mantienen en el tiempo no se puede descartar que lleguemos a ver acciones como “la creación de guetos para quienes no lo consigan, y también, por qué no, que los pasaportes coticen en bolsa o que aparezca un mercado negro”.
¿El futuro que nos espera?
Volvemos de nuevo a GATTACA. En la película, el protagonista paga a uno de esos hombres creados en el laboratorio para que le deje usar su perfil genético, con el fin de llegar a cumplir su sueño de viajar al espacio. ¿Qué no haríamos durante esta pandemia si ese pasaporte inmunitario nos abriera las puertas a mejores oportunidades laborales? O, ni siquiera eso, si simplemente nos facilitara la entrada a gimnasios, museos o cines. El mercado negro o las “fiestas COVID” no serían algo nada descabellado. De hecho, ya se ha celebrado alguna de estas últimas.
Por suerte, a pesar de los intentos iniciales planteados en la Comunidad de Madrid, nuestro país sigue libre de pasaportes inmunitarios. Desgraciadamente, puede que, si no en esta pandemia, en otra la ciencia y la ética acaben desbancada por otros intereses, dejando abierto el camino a este tipo de herramientas. Esa es precisamente la conclusión de López Baroni: “La propuesta del pasaporte inmunitario es trivial desde el punto de vista científico, ilegal desde el jurídico, e inmoral por suponer una injerencia injustificada en la intimidad de las personas proscrita por la bioética. Aunque quizá anticipe el mundo hacia el que vamos”.