Episodios cortos, de apenas 10 o 15 minutos, diseñados para ser vistos tanto en horizontal como en vertical, producciones originales, actores de renombre... Estos son algunos de los ingredientes con los que contaba Quibi en el momento de poner en marcha su plataforma de series en streaming. Seis meses después, parece que no han sido suficientes para conseguir persuadir a una cantidad notable de usuarios que permitiese garantizar la continuidad del servicio.
"[...] hoy anunciamos con un gran pesar que cerramos el negocio y estamos buscando vender su contenido y activos tecnológicos", expresaban el pasado jueves desde la firma, poniendo fin a una corta y desventurada travesía en la que, aseguran, "han agotado todas las opciones" para poder mantenerse a flote.
"Abrimos la puerta a las mentes más creativas e imaginativas de Hollywood para innovar del guión a la pantalla y el resultado fue un contenido que superó nuestras expectativas. Desafiamos a los ingenieros a construir una plataforma móvil que permitiera una nueva forma de narración, y brindaron un servicio innovador y delicioso. Y nos acompañaron diez de los anunciantes más importantes del mundo que adoptaron con entusiasmo las nuevas formas de que sus marcas contaran sus historias".
Una debacle que destaca entre lo que se antoja un boyante panorama. Uno donde no solo hay cada vez más empresas copando el sector, sino que la inversión por parte de las mismas en la creación de contenido es cada vez mayor. Millones de usuarios están dispuestos a pagar por consumir series y películas de calidad, como es naturalmente patente, pero no por las de Quibi. ¿Por qué?
Quibi: el que mal empieza...
La caída en desgracia de Quibi se entiende mucho más fácil partiendo de una premisa que ha sido clara a lo largo de los pasados meses: nunca tuvo un auge notable como para que la caída a los infiernos estuviera más que a dos pasos de distancia. Y esta fue una extrañeza para la compañía desde el primer momento, cuyos indicadores apuntaban a un potencial y recepción por parte del público muchísimo más elevada de la recogida.
A estas alturas, a nadie se le escapa que 2020 no ha sido un año con cara agradable para la humanidad en general y para muchas empresas en particular. Quibi ha sido una de ellas, y el motivo por el que puede haberse visto más afectada que el resto de sus competidores radica en la concepción misma de la propuesta.
Su presentación inicial dejaba bastante claro que su carácter efímero estaba diseñado para el mundo actual: uno en el que la gente se mueve rápido de un sitio a otro, donde la celeridad del día a día apenas deja espacio para sentarse en el sofá a disfrutar de un capítulo de 50 o más minutos, que es exactamente lo que se acostumbra en el espectro seriéfilo.
Las creaciones propuestas podían ser vistas en el smartphone mientras uno se desplazaba en metro a su puesto de trabajo, durante un pequeño descanso o, por qué no, avanzar una gran parte de la trama directamente viendo dos o tres episodios seguidos en un espacio de tiempo mucho más reducido de lo que habría que invertir normalmente en cualquier otro servicio.
Sin embargo, el mundo que dejará atrás 2020 será uno muy diferente al que se conocía cuando servidor y lector lo recibimos en enero. Uno en el que las premisas que antes eran ciertas ya no lo son más, y que para Quibi ha supuesto nacer herida de muerte.
Cuestión de números
A Quibi se le empezaron a torcer las cosas desde su llegada misma al mercado. Con la pandemia del coronavirus comenzando a revelar su fatídico aspecto, los sucesivos confinamientos, aumento del teletrabajo y crisis económica se posicionan como factores clave para que el interés generado por la plataforma haya sido extremadamente bajo.
Los episodios efímeros, punto fuerte del servicio, quedaron sin razón de ser de un día para otro, evaporándose junto a los menores desplazamientos al puesto de trabajo. También su cualidad para poder verse en vertical se presentaba, poco atractiva para quien había pasado a invertir su jornada laboral en el hogar. A esto se suma que, como recién llegada, no contaba con una base previa de usuarios que sirvieran de sólido armazón para aguantar el tipo en lo que amainaba el temporal.
En su carta de despedida, la empresa expresa que ha sido una combinación de dos factores la causa de su fracaso: que "la idea en sí no era lo suficientemente sólida como para justificar un servicio de streaming independiente" y el momento de pandemia mundial.
Lo de Quibi ha sido una tormenta perfecta que comenzaba a mostrar la cruda realidad pocas semanas después del lanzamiento, cuando la firma de análisis Sensor Tower revelaba que, del cerca de millón de usuarios que inicialmente se dieron de alta en el servicio, apenas 72.000 habrían decidido quedarse tras el periodo de prueba gratuito.
Sería la primera de muchas malas noticias que irían haciendo acto de presencia a lo largo de los meses siguientes, donde la firma no presentaba signos de mejoría.
Las últimas semanas parecen haber sido incluso más agónicas, si cabe, para Quibi, intentando a la desesperada una venta de su contenido a empresas como Facebook, Apple o WarnerMedia. Puentes tendidos que no llegaron a cruzarse por parte de ninguna de las firmas que habían recibido la oferta y que han puesto, a la postre, la puntilla para un servicio tan efímero como sus producciones.
Plataformas de streaming: unas tanto y otras tan poco
Como se mencionaba al comienzo, lo de Quibi se puede observar casi como una rareza, teniendo en cuenta el estado del sector a lo largo del 2019 y del presente curso. En él se han visto llegadas como la de Disney+ o Apple TV+, dos servicios que han conseguido sumar varios millones de suscriptores a las cuentas de las respectivas empresas en un periodo corto de tiempo. No han sido las únicas: otras como Pluto o DC Universe, también iniciaban o continuaban expandiendo su andadura recientemente.
Las que ya estaban, como Netflix o HBO, cada vez gastan más en generar o comprar contenido que sea de interés para sus acólitos actuales y para sus nuevos potenciales. Solo para este año, la firma que dirige Reed Hastings tiene previsto realizar una inversión de más de 17.000 millones de dólares en contenido original, lo que se traduce en una vasta colección de series y películas que llevan el sello de la factoría norteamericana.
Una carrera de valor generado y percibido que Quibi, no obstante, sí pareció entender bien desde el principio, al menos en lo que a calidad y reparto se refiere. Nombres de actores conocidos, como Liam Hemsworth, Sophie Turner o Reese Witherspoon, protagonizaban series disponibles en su lanzamiento, que además disponían de un nivel de producción que no desmerecía la fama predecesora.
La carestía llegaba –a pesar de un fuerte promoción, al menos en Estados Unidos– de la ausencia de un nombre reconocido para el público general. Disney o Apple disponen de una reputación sobradamente capaz de conseguir generar un expectación y atracción inicial lo suficientemente notable como agrandar su base inicial de manera muy efectiva. No es el caso de Quibi, al que se añadía este a las muchas variables que han ido jugando persistentemente en su contra, ya citadas.
El ingrediente secreto
El negocio del streaming era ya complejo hace dos o tres años, pero ahora lo es todavía más. Las plataformas se encuentran en una pugna constante entre volumen y calidad, una balanza del marketing que resulta difícil asegurar, hoy por hoy, que se haya decantado hacia uno de sus lados de manera fehaciente.
Por el momento, Netflix continúa siendo la incontestable reina del sector, con un grueso de suscriptores que se encuentra ya en los más de 195 millones de usuarios en todo el mundo. Su ingente catálogo agrupa algunos notorios éxitos, otros sonados fracasos, y títulos que terminan por generar poca trascendencia.
Entre las nuevas, destaca de manera especial Disney+, quien se lleva la palma en lo que a interés de los usuarios se refiere. Con un catálogo de estrenos que se incrementará con el paso del tiempo, pero sobre todo con un una enorme biblioteca de películas clásicas y archiconocidas, parece haber despertado un interés tal que, conjugado con el transcurso actual de los acontecimientos, ha provocado un cambio más profundo en la compañía, que virará hacia este campo como una vía de negocio predominante.
Apple TV+, por el contrario, no ha conseguido despertar –según estimaciones no oficiales–, un interés desmesurado. Las últimas cifras sitúan al servicio de la empresa de Cupertino con unos pobres 10 millones de suscriptores, que se antojan escasos cuando se tiene en cuenta el periodo promocional de un año que la empresa comenzó a ofrecer el pasado año a quienes adquiriesen alguno de sus nuevos productos de hardware. Todo ello, a pesar la calidad y el renombre de directores y protagonistas de muchas de sus producciones originales.
Contenido nuevo, contenido viejo
La estrategia adoptada por cada plataforma de streaming es particular y distinta. Dicho motivo soporta que la de Quibi podría haberse revelado tan válida como cualquiera de las otras presentes. Un reciente estudio llevado a cabo por JustWatch, por ejemplo, expone de manera clara cómo se encuentra repartido el catálogo de producciones de cada casa en relación a su año de distribución, uno de los factores que para muchos es determinante a la hora de elegir un servicio u otro.
Así, mientras en Netflix el conjunto de su catálogo en España halla en 2010 su media, la edad de las producciones disponibles en Disney+ es de 1998. Por su parte, HBO y Prime Video se hallan en 2008 y 2005, respectivamente.
La diferencia entre unas y otras es apabullante, poniendo sobre la mesa que cualquier ángulo puede ser acertado si el enfoque y las condiciones son idóneas. Así y todo, resulta evidente que todas ellas buscan aumentar estas cifras a base de contenido llamativo, actualizado y a la orden de las tendencias del momento.
En el mundo del streaming, pese a las aparentes diferencias, no hay nada decidido. Para Quibi, no obstante, la lucha ha terminado demasiado pronto.