Que el argumento de un número considerable de películas de terror, y de fantasía en cuanto a sucesos sobrenaturales que ocurren en el mundo que consideramos real, se desarrollen en los hogares de sus protagonistas no es, en absoluto, una decisión casual o carente de lógica. Porque en nuestra casa nos sentimos completamente seguros, o al menos eso es lo normal; ¿y dónde si no? Se trata de nuestros dominios, de nuestra intimidad inviolable; y tal vez no haya ninguna otra peripecia más perturbadora que aquella por la que una morada se convierte en escenario de acontecimientos rocambolescos.
Como en La habitación (2019), el segundo largometraje del francés Christian Volckman, que ha dirigido trece años después de su ópera prima, Renacimiento (2006), un thriller distópico de ciencia ficción con una extraña y llamativa propuesta animada en blanco y negro, ganadora del Festival Internacional de Cine de Animación de Annecy. Desde entonces y por motivos poco comprensibles, el cineasta se ha dedicado a la realización de cortos videocliperos, para Chinese Man, ZAZ, Alma o Roni Alter, en vez de aprovechar su nuevo estatus reconocido y proseguir en su carrera cinematográfica. Hasta ahora, por supuesto.
La atmósfera inquietante de La habitación se construye desde los mismos títulos, pautada con la música oscura y onírica de Raf Keunen (La entrega), y el misterio y los fenómenos extraordinario surgen muy pronto. El problema es que, casi con la misma prontitud, se abandona un buen rato a un exceso pletórico con las posibilidades más pueriles del incidente que desencadena la trama principal. Y, en el veloz primer tercio, el estado anímico de los personajes varía demasiado, cuando lo que conviene es mantener las situaciones dramáticas para que el espectador los conozca bien y pueda experimentar la empatía correspondiente.
Sus premisas fundamentales recuerdan en más de un sentido a Vivarium (Lorcan Finnegan, 2019), con su trampa para ratones y su advenimiento. Posee cuatro giros de cierto interés y alguno un tanto arbitrario de enorme importancia que no va a ninguna parte sin que se entiendan exactamente las razones para desaprovecharlo, y La habitación no logra ningún crescendo admisible hasta que el conflicto estalla en el tramo final. Todo ello con una planificación correcta, en la que se notan unos cuantos contrapicados, un uso ocasional de la cámara lenta y composiciones con un montaje dinámico en secuencias demenciales.
Olga Kurylenko (To the Wonder) y Kevin Janssens (Operación Éxtasis) hacen lo que pueden en la piel de Kate y Matt, los dos personajes protagónicos, poco más que esbozados, pues no les es posible profundizar mucho en sus respectivas personalidades dado que el guion de Eric Forestier (La troisième partie du monde) y el propio Christian Volckman no se lo permite. Y es que La habitación se revela como ejemplo perfecto de lo que sucede cuando un cineasta se preocupa demasiado por contarnos una historia sorprendente y escatima en elaborar a los que la viven. A Christopher Nolan le pasa a menudo; por ejemplo, en Origen (2010), Dunkerque (2017) o Tenet (2020).
La evolución de Shane (Joshua Wilson y Francis Chapman), por otro lado, de un estilo visto en multitud de oportunidades en el cine quizá desde El pueblo de los malditos (Wolf Rilla, 1960) y, más específicamente, desde La profecía (Richard Donner, 1976), también resulta caprichosa pero en ningún caso inverosímil. Y el único personaje que necesita poco y cumple con su rol sin inconvenientes es el John Doe de ídem Flanders (Conexión Marsella), pero podría haber servido mejor a la causa con unas intervenciones mayores y más decisivas. Aunque esto tampoco hubiera garantizado que La habitación fuese otra cosa que un pasable entretenimiento.