Este año tendremos una noche de Halloween atípica. No serán necesarios zombies, vampiros ni brujas para asustarnos, con eso se basta y se sobra el coronavirus. Tampoco será una noche para salir de fiesta, pues en España nos encontramos en pleno toque de queda. Incluso si no lo estuviéramos sería poco responsable reunirse en aglomeraciones, dadas las circunstancias. Pero eso no impide que podamos disfrazarnos en casa, hornear galletas con forma de fantasma o decorar las paredes con esqueletos, calabazas y gatos negros.
O, ¿por qué no? También podemos aprender la ciencia detrás de algunos de esos personajes. El caso de los gatos negros es curioso. Los pobres cargan con una injusta mala fama creada por supersticiosos. Ya en el siglo XVII comenzaron a asociarse a la hechicería. Inicialmente eso se vinculaba a los buenos augurios, pero la caza de brujas iniciada en numerosos puntos de Europa y Estados Unidos cambió radicalmente esta concepción, relacionándolos con la mala suerte.
A día de hoy, siguen cargando con esta fama, aunque muchas veces más por tradición que por convicción. La mayoría de gente no les teme y muchos disfrutan de su compañía como mascotas, pero sí que siguen incluyéndolos en sus decoraciones terroríficas de Halloween. Ahora bien, ¿qué ocurre con el lado más científico de estos felinos? ¿Por qué son negros? Y, más interesante aún, ¿para qué? La genética tiene la respuesta.
Genética de los gatos negros
Existen 46 razas de gatos. Sin embargo, solo se han documentado casos de pelo negro en 11 de ellas.
Se trata de un fenómeno, conocido como melanismo, que se caracteriza por un exceso de melanina. Se da también en otros felinos, como los leopardos o los jaguares. De hecho, el término “pantera negra” no hace referencia a una especie, como muchas persona piensan, sino precisamente a la variante melanística de estos animales. Todos ellos pertenecen al género Panthera, que también engloba a otros animales aparentemente diferentes, como el león (Panthera leo). Por lo tanto, panteras hay muchas, desde el león hasta el tigre (Panthera tigris), pasando por el leopardo de las nieves (Panthera uncia), el leopardo (Panthera pardus) y el jaguar (Panthera onca). Pero solo estos dos últimos pueden ser panteras negras.
En cuanto al gato doméstico (Felis silvestris catus), no pertenece al género Panthera, pero también puede mostrar melanismo.
Las ventajas de ser un ‘bicho raro’
Según un estudio publicado en 2003 en Cell, los gatos negros muestran este color en su pelaje con motivo de una mutación que, en paralelo con los seres humanos, puede aportar ciertas ventajas.
Los cambios se dan en un gen llamado MC1R, que pertenece a la misma familia de genes que CCR5, conocido por su papel como receptor para la entrada del VIH. De hecho, una mutación concreta en este, la CCR5 Delta 32, era precisamente la que portaba el donante de médula que propició la curación del famoso paciente de Berlín.
Si esa puerta de entrada al virus se modifica, el individuo en cuestión puede volverse resistente a él. Esto se ha estudiado para el VIH, pero podría estar relacionado también con otras enfermedades. Por eso, los autores del estudio de Cell apuntaron a que podría ser una razón para la selección evolutiva, tanto de los gatos negros como de las panteras del mismo color.
Aunque esta idea sigue presente a día de hoy, aún se encuentra en investigación, por lo que la única teoría segura sobre la razón por la que estos animales han podido mostrar ventajas sobre el resto sería su capacidad para camuflarse. De hecho, se ha observado que las panteras negras son más frecuentes en selvas con mucha vegetación de tonalidades oscuras.
¿Dónde hay más gatos negros?
Otro dato curioso sobre gatos negros es que, al igual que las panteras, no se distribuyen por igual en todo el globo. Se ve claramente en un artículo publicado en Scientific American en 1977, en el que Neil B. Todd desgranaba los resultaos de sus estudios sobre la distribución de estos felinos por el mundo.
Concretamente, señalaba la existencia de una mayor cantidad de gatos negros en Gran Bretaña, la costa oeste de África, las costas de España y Francia y los valles del Ródano y el Sena, ubicados también en territorio galo.
Esto sugiere que debieron ser distribuidos por mercaderes griegos y fenicios, mucho antes de adquirir su injusta fama para supersticiosos. Al contrario, hay muy pocos de estos felinos en Italia, cosa que cuadra con el hecho de que no estén presentes en el arte del antiguo Imperio romano.
En definitiva, son mucho más comunes en unos sitios que en otros, pero en todas partes se les teme por haber sido considerados como “bichos raros”. El calvario de ser diferente; que, al menos en su caso, también puede ir acompañado de un regalo en forma de resistencia a virus.