Como buen personaje de ficción, la definición del vampiro ha cambiado mucho con el paso de los años. Desde el elegante Conde Drácula, protagonista de la novela de Bram Stoker, hasta los eternos adolescentes de piel “purpurinosa” descritos en la saga Crepúsculo, han sido muchos los conceptos ideados en torno a estas aterradoras criaturas. Sin embargo, todos ellos tienen algunos factores en común, como la palidez, los colmillos afilados o la aversión a la luz solar. ¿Pero de dónde vienen todos estos rasgos?
Muchos apuntan al aristócrata rumano Vlad Drăculea como el personaje real que inspiró a Stoker para dar vida a su personaje más insigne. Más conocido como Vlad Tepes (Vlad el Empalador en rumano), Drăculea fue famoso en su época por ser un sangriento luchador, que solía torturar y empalar a sus enemigos tras la batalla. Otros, en cambio, no relacionan el nacimiento del personaje del vampiro con un individuo concreto, sino con una enfermedad cuyos síntomas en la antigüedad pudieron parecer el signo de algo ajeno al mundo de los mortales.
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Este es el caso de las porfirias, cuya relación con el vampirismo lleva estudiándose durante años. Sin embargo, incluso esta patología se rodea de una serie de mitos que pueden llegar a generar incomodidad y vergüenza a quienes la padecen. Al fin y al cabo, no son más que enfermos, tan humanos como cualquiera e incapaces de hacer daño a nadie. O al menos no más que otras personas.
Porfirias y vampiros
Las porfirias son un conjunto de enfermedades caracterizadas por defectos en la formación del grupo hemo, que forma parte de varias proteínas, entre las que destaca la hemoglobina, encargada de transportar el oxígeno en la sangre. La ruta de síntesis del grupo hemo consta de ocho pasos, cada uno de ellos dirigido por una enzima distinta. Si alguna de estas enzimas falla, el proceso se verá interrumpido, de modo que el producto final no llegará a formarse y algunos compuestos intermedios, llamados porfirinas, se acumularán en la sangre.
Es precisamente la acumulación de estas sustancias la que da lugar a los síntomas de las porfirias. Por lo general, las que se relacionan con el vampirismo son las porfirias cutáneas, ya que su principal síntoma es la fotosensibilidad, que lleva a la formación de ampollas y quemaduras importantes en caso de que la piel se exponga directamente a la luz del Sol. Esto, lógicamente, hace pensar inevitablemente en la figura del vampiro, aunque la relación no queda únicamente ahí.
Ante la ausencia parcial o total de grupo hemo, no puede fabricarse correctamente la hemoglobina, dando lugar a la aparición de anemia. Esto, entre otros síntomas, causa una palidez que también se ve intensificada por la imposibilidad de estos enfermos para exponerse al Sol. Además, en el pasado este tipo de patologías se trataban animando al paciente a beber sangre. Con el tiempo se ha comprobado que este tratamiento no tenían ninguna utilidad, ya que la fracción de hemo en la circulación sanguínea después de la ingesta de sangre es insignificante. Sin embargo, no se tenía conocimiento de esto, por lo que pudo convertirse en un hábito frecuente, alimentándose así la figura ficticia del vampiro.
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Por otro lado, las leyendas sobre vampiros los sitúan como seres inmortales y valientes, que solo temen a la luz del Sol y los ajos. Lo primero puede relacionarse fácilmente con las porfirias, ¿pero qué pasa con lo segundo? La respuesta está en algunas sustancias derivadas de esta planta bulbosa, pues pueden poner en funcionamiento a la enzima hemooxigenasa 1, cuya función es precisamente degradar al poco hemo que quede, intensificando aún más los síntomas. Lógicamente, esto no ocurre simplemente con visualizar una cabeza de ajos, pero así son las leyendas.
Finalmente, el tema de los colmillos también podría tener una explicación relacionada con uno de los tipos menos frecuentes de esta enfermedad: la porfiria eritropoyética. Por un lado, la acumulación de porfirinas podría conducir a la aparición de manchas rojizas en los dientes, que parecerían manchados de sangre. Por otro, también puede generarse la retracción de las encías, de modo que todos los dientes parecerían más grandes, especialmente los colmillos.
Más allá de las porfirias y los vampiros
Aunque por lo general suele ser un síntoma poco frecuente, el crecimiento exagerado de vello en algunas zonas de la cara y las manos ha llevado a que históricamente se haya relacionado también estas enfermedades con la leyenda de los hombres lobo.
Por otro lado, según un artículo publicado en QJM en 2014, otras enfermedades a lo largo de la historia han podido conducir al nacimiento del personaje del vampiro. Este es el caso de la rabia, conocida también por ser una de las enfermedades detrás de la figura del zombie. En estos pacientes, la aversión al agua y la propensión a toser sangre podrían haber desencadenado parte de la leyenda. Sin embargo, el síntoma más importante que relaciona al virus con los vampiros es la tendencia de estos enfermos a mostrar agresividad y enseñar los colmillos, del mismo modo que un perro rabioso.
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Finalmente, también se relaciona con los vampiros la pelagra, que es una afección causada por la deficiencia de la vitamina B3 y su precursor, el aminoácido triptófano. Entre otros síntomas, estos pacientes muestran fotosensibilidad, debilidad e insomnio, todos ellos relacionados con la figura ficticia de estos seres bebedores de sangre.
Un tratamiento injusto
Si bien pueden encontrarse razones para relacionar este grupo de enfermedades con el vampirismo, lo cierto es que la mayoría de casos no tienen apenas ningún tipo de parecido con estos personajes ficticios. Sin embargo, según explicaban en 2016 un equipo de investigadores estadounidenses en un artículo sobre el tema publicado en JAMA Dermatology, todo el halo de intriga y misterio que envuelve a la porfiria puede dar lugar a que muchos enfermos se sientan estigmatizados e incluso tengan miedo a pedir asesoramiento médico.
No debemos olvidar que las leyendas son historias de ficción y que las enfermedades son algo muy real que ya causa bastantes molestias a quienes las padecen como para tener también que cargar con temores infundados sin ningún tipo de razonamiento.