En 2007, la vida de un hombre que había permanecido en el total anonimato hasta entonces dio un giro que le convertiría en un personaje clave de la historia de la ciencia. Hacía apenas un año que se le había diagnosticado leucemia mieloide aguda. Fue un duro golpe que llegaba una década después de otro gran mazazo: la noticia de que padecía VIH. Su situación era preocupante, pero sus médicos la vieron como un caso único para probar un procedimiento que podría curarle de las dos patologías a la vez. La intervención fue un éxito y unos años después aquel hombre se convirtió en la primera persona curada del VIH. Ahora, la muerte del paciente de Berlín, como se le conoce desde entonces, pone de nuevo aquella historia de superación de la ciencia sobre la mesa, demostrando que incluso las enfermedades más terribles pueden sucumbir gracias a la investigación científica.

De hecho, aunque de momento es la única persona que se considera totalmente curada por consenso científico, unos cuantos más se encuentran en vías de hacerlo.

El cáncer finalmente provocó la muerte del paciente de Berlín

Si bien en su momento se decidió nombrarle como paciente de Berlín para mantenerle en el anonimato, él mismo decidió contar su historia dos años después.

Se trata de Timothy Brown, un hombre estadounidense que se desplazó a Berlín para estudiar, permaneciendo allí durante varios años de su vida.

Tras el diagnóstico de la leucemia, sus médicos decidieron someterle a un trasplante de células madre hematopoyéticas. Conocido comúnmente como trasplante de médula, aunque este no es el único origen de dichas células, es un tratamiento muy común para esta patología. Sin embargo, esta vez se trataba de una ocasión especial. Y es que, entre los 60 donantes compatibles de los que disponía el hospital, se decidió elegir a una que contaba con una interesante peculiaridad. El hombre poseía la mutación CCR5 Delta 32, un rasgo genético que protege a las células frente a la infección del VIH. El objetivo era comprobar si esto serviría para curar ambas patologías a Brown. Y así fue. Los chequeos posteriores mostraron que ya no padecía leucemia y que, además, no quedaba ni rastro del virus, ni siquiera cuando se le retiró el tratamiento antirretroviral que normalmente toman estos pacientes.

Aún era pronto para lanzar las campanas al vuelo. Las personas infectadas por VIH tienen en sus células partículas virales en dos situaciones. Por un lado, las que se encuentran activas, en constante replicación, que son a las que atacan los fármacos antirretrovirales. Por otro, las que están “dormidas” a la espera de reactivarse. Estas últimas se conocen como reservorio viral y son las que hacen que sea una enfermedad tan difícil de curar.

Algunas personas parecen curadas, pero el reservorio viral finalmente se “despierta” iniciando una nueva infección. Este podría haber sido el caso de Timothy, pero los años pasaban y seguía sin haber ningún rastro del virus. Por eso, se consensuó considerarlo como el único paciente totalmente curado. La muerte del paciente de Berlín ha tenido lugar trece años después de aquel tratamiento. Aún seguía libre del VIH, pero sí que había vuelto la leucemia. De hecho, ha sido una recaída de esta enfermedad la que finalmente le ha costado la vida.

Lo que la ciencia ha aprendido con Timothy Brown

Tratamientos similares al de Timothy, así como algunas variaciones del mismo, han llevado durante años a los científicos a intentar salvar del VIH a otros pacientes.

En 2019, por ejemplo, se anunciaron los casos de los pacientes de Londres y Düsseldorf, curados en circunstancias similares. No obstante, aunque sigue sin haber un reservorio viral detectable en su sangre, aún es pronto para considerar que estén curados del todo.

Este mismo verano, se anunció el caso de otra mujer aparentemente curada, esta vez con la diferencia de que no había recibido el trasplante de células madre hematopoyéticas.

El VIH sigue siendo un virus terrible, que aún gana el pulso a los científico. Sin embargo, gracias a la disposición de Timothy en aquel momento, la ciencia comienza a doblegar el puño de la enfermedad. La muerte del paciente de Berlín, que falleció ayer a los 54 años, es una noticia triste, como la de cualquier otra persona. Pero nos deja con la certeza de que, al menos su nombre, permanecerá vivo para siempre, en los libros de historia de la ciencia. Porque él fue el primero, pero ojalá algún día haya una larga lista de personas que también lo consiguieron.

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