En pocas ocasiones puede uno decir que están tan claros los intereses de un cineasta como los de Joe Mantello, estadounidense de ascendencia italiana con una larga trayectoria actuando y dirigiendo montajes teatrales en Broadway, un par de premios Tony en su haber por el drama Take Me Out (Richard Greenberg, 2002) en 2003 y el musical Assassins (John Weidman y Stephen Sondheim, 1990) en 2004 y solo dos películas tras las cámaras: Love! Valour! Compassion! (1997), traducida de modo infame como Con plumas y a lo loco por el clásico de Billy Wilder (1959) y, ahora, Los chicos de la banda (2020).

Ambos filmes son adaptaciones de obras homónimas del teatro que conoce tan bien, la una escrita por Terrence McNally (1994) y la otra, por Mart Crowley (1968), así que todo queda en casa. Los dos los protagoniza un puñado de personajes homosexuales, amigos reunidos en el hogar de uno de ellos y con diferentes personalidades y tribulaciones. Y, si a tales coincidencias le añadimos que Joe Montello ya había abordado asuntos como la homofobia en Take Me Out, no cabe ninguna duda de que su vida narrativa gira en torno a las tablas y, al menos en el cine, a las vivencias de su propia orientación sexual.

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El conocido William Friedkin (El exorcista) ya había trasladado el libreto de Mart Crowley al largometraje en 1970. Y uno podría sentir que la versión de Joe Mantello es casi un calco de la suya si se las traga seguidas, pero esa sensación solo se debe a que los respectivos guiones del propio Mart Crowley y del poco prodigado Ned Martel (American Horror Story) son muy fieles al texto original. Y, por otra parte, la versión de William Friedkin basa su gran dinamismo en un montaje acerado para huir de la teatralidad y que no se nos aburran los ojos, mientras que la de Joe Mantello se luce con lo mismo y le añade transiciones con cortinilla y un mayor número de planos cercanos y de movimientos de cámara.

Además, pese a la letra tan semejante en situaciones y diálogos, prácticamente calcada, Ned Martel y Joe Mantello se las arreglan de alguna forma para que resulte más comprensible el cotorreo excéntrico, siempre ingenioso, de una pandilla que pivota entre lo festivo y una ácida hostilidad. En Love! Valour! Compassion! también hay algo de esto, pero sin tanta verborrea y con escasos estallidos dramáticos, pues es más triste y amable que corrosiva. Quizá porque sus seres de ficción no están tan inquietos, atormentados o incluso rotos de maneras diferentes como los de Los chicos de la banda. Y así se disfruta en menor grado que con lo nuevo del director; dígase. Porque hay más chicha aquí.

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A Jim Parsons (The Big Bang Theory) se lo ve a la altura de su personaje, Michael, como a todo el elenco, incluidos Matt Bomer (Plan de vuelo: Desaparecida), Andrew Rannells (Girls), Tuc Watkins (Mujeres desesperadas), Michael Benjamin Washington (Ratched), Brian Hutchison (El puente de los espías) y Charlie Carver (The Leftovers) como Donald, Larry, Hank, Bernard, Alan y el cowboy. Sin embargo, en Los chicos de la banda antigua, el Emory de Cliff Gorman (All That Jazz) es más encantador y entrañable que el de Robin de Jesús (Gun Hill Road) y el Harold de Leonard Frey (El violinista en el tejado) demuestra un carisma y una hipnosis superiores a las de Zachary Quinto (Star Trek) hasta por su entonación al hablar.

Y los inesperados flashbacks constituyen un error porque rompen con el foco dramático en el apartamento neoyorkino en lugar de quedarse allí para mantener el progresivo aumento de la tensión en un espacio cerrado —como en La soga (Alfred Hitchcock, 1948) o en Doce hombres sin piedad (Sidney Lumet, 1957)— y, por otra parte, impiden a los actores los momentos de gran intensidad interpretativa que hubieran logrado enfocándoles sin un pestañeo mientras sueltan lo suyo, tal como ocurre en la adaptación de William Friedkin. Aun así, Joe Mantello ha logrado una amena frescura en esta versión de Los chicos de la banda, y la elocuencia y el misterio irreductible de la obra teatral siguen funcionando como la maquinaria de un reloj.

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