Al western siempre se le ha visto como el género cinematográfico clásico de Hollywood por excelencia, aquel que no bebe de ninguna otra arte narrativa, hasta el punto de que gozó de una gran prodigalidad durante bastantes décadas antes de que sus pistoleros cabalgaran hacia el crepúsculo, dejando atrás los tragos en el saloon y los duelos en las calles polvorientas. Hoy, no obstante, uno desconoce cuándo llegará el fin de la fiebre de los zombis caníbales, que ya dura más de cincuenta años con entregas fílmicas casi calcadas y cuyo último exponente es #Vivo (2020), la peli del coreano Il Cho distribuida por Netflix.
Este nuevo apocalipsis de muertos vivientes, sostenido en especial por la interpretación de los intachables Yoo Ah-In (Burning), Park Shin-Hye (You’re Beautiful) y, un ratito, Jeon Bae-soo (Stranger), constituye el primer largometraje del cineasta, quien solamente había rodado Jin (2011), un corto digno con mimbres para ser planteado como un filme de metraje superior. Pero no se había estado quieto entre esta obra y #Vivo, sino que había trabajado como asistente de los directores de siete proyectos y había decidido financiar el thriller de acción El redentor (Jeong-beom Lee, 2014) entre medias.
El comienzo de la pesadilla es un tanto brusco. Por muy obvio que pueda parecer que contar el mismo estallido apocalíptico zombi de siempre otra maldita vez carezca de sentido a estas alturas del género, lo que de ninguna forma hay que perder de vista es que construir una situación dramática de cualquier clase y calibre requiere su debido proceso. La avalancha repentina de hechos conocidos e información machacona y estéril que se produce a los pocos minutos de #Vivo, sin echar el freno ni un instante, solamente estaría justificada en un mecanismo de contrapunto tras mostrar una tesitura hogareña plácida e incluso idílica.
De lo contrario, lo más decente hubiera sido el planteamiento del largometraje 28 días después (Danny Boyle, 2002) o la serie The Walking Dead (Frank Darabont y Angela Kang, desde 2010), que el protagonista se despertase en medio de la plaga, o el de Bienvenidos a Zombieland (Ruben Fleischer, 2009), con su entorno ya sumido en el caos inenarrable. Además, el enfoque domiciliario nos recuerda a La noche devora el mundo (Dominique Rocher, 2018); y al menos por los antecedentes de Tren a Busan (Yeon Sang-ho, 2016) o Kingdom (Kim Seong-hoon, desde 2019), se diría que a los coreanos les van los zombis veloces.
Sea como fuere, #Vivo consigue cierta tensión y aporta detalles espeluznantes, pues su planificación visual es dinámica y no contemplativa, con unos títulos elaborados que pudieran pertenecer a una serie, variados encuadres, cámara rapidísima en ciertas transiciones y una ocasional división de pantalla. Los movimientos de sus muertos vivientes son físicamente retorcidos, y unos giros fundamentales la salvan de una fácil monotonía pero, si la banda sonora de Tae-seong Kim (1987) fuese menos minimalista, estuviera un poco más presente y se mostrara menos tópica, el filme de Il Cho intensificaría sus emociones.
En #Vivo, por otra parte, se cumple inesperadamente el viejo adagio de los verdaderos monstruos en las ficciones cinematográficas sobre zombis desde La noche de los muertos vivientes (George A. Romero, 1968), de manera que no se priva de ese tipo de enjundia. Pero pierde pie por algunas inverosimilitudes, como la de la pretendida ignorancia inicial, la resistencia sin provisiones, la exactitud perceptiva, la decisión letal del último tramo, por completo arbitraria y que contradice las inmediatamente anteriores y, sobre todo, un deus ex machina difícilmente comprensible que coloca a la película en la cuerda floja. Ahí, ahí está.