Los videojuegos, como narraciones interactivas que son al fin y al cabo, pueden presentarse con toda la riqueza del arte mismo de contar historias. Tantos géneros de aventuras hay para los insaciables gamers como en la literatura, los cómics o el cine y, de hecho, los cuatro ámbitos artísticos se retroalimentan de forma continua. Aunque parece que da la sensación de que el oficio de autores como Edgar Wright (Scott Pilgrim contra el mundo) o Steven Spielberg (Ready Player One) es más voraz que los otros. En cualquier caso, también existen aquellos que abordan abiertamente la temática LGBTI, pero aún no son muchos.
Décadas antes que otros videojuegos como The Temple of Elemental Evil (Troika Games, 2003), las sagas Mass Effect y Dragon Age (BioWare, desde 2007 y 2009), Grand Theft Auto: The Ballad of Gay Tony (Rockstar Games, 2009), Gone Home, las entregas de The Last of Us (Fullbright, Naughty Dog, 2013) a partir de Left Behind (2014), Coming Out Simulator (Nicky Caso, 2014), Life Is Strange (Dontnod Entertainment, 2015), Pridefest (Vertigo Arts, 2016), A Normal Lost Phone o Dream Daddy: A Dad Dating Simulator (Accidental Queens, Game Grumps, 2017) estuvo GayBlade (Ryan Best, 1980).
Este juego, con el antecedente de Caper in the Castro (C. M. Ralph, 1989), lo produjo Ryan Best en 1992 y “no fue un éxito comercial”, según cuenta Charles Martinet, el narrador de la serie documental High Score: El mundo de los videojuegos (France Costrel, desde 2020) de Netflix. “De hecho, la mayoría de la gente probablemente nunca habrá oído hablar de él ni se lo habrá pasado. Pero, para los que sí, el RPG era una vía de escape tanto para Ryan como para los de su comunidad” en una época durante la que, en palabras de su propio programador, “los conservadores de derechas” de Estados Unidos aseguraban que el sida era “un castigo de Dios por ser gay”.
En los años ochenta del siglo XX, “había predicadores en la tele llenos de odio hacia la comunidad homosexual”, con el comentarista Pat Buchanan como “el enemigo número uno”. Y, “si hay algo bueno que surgió de todo este odio es que ayudó al resto de la comunidad a unirse y luchar”, de manera que “había grupos que protestaban”. Y Ryan Best pensó en otra cosa para satisfacerse internamente: “Decidí hacer una parodia de un juego de rol de gais y lesbianas (...). Los monstruos eran cosas como predicadores con bolsas de dinero, paletos, ladillas gigantes… Básicamente, la gente y las cosas que me habían hecho daño”. Y es que, “para Ryan, programar era su forma de protestar”, dice Martinet.
Pero como el último enemigo no podía elegir a otro que no fuese Pat Buchanan. Y este aporte que, para su artífice, era tan “hilarante, descabellado y divertido” como terapéutico y liberador, supuso “un gran y fabuloso desaire al Gobierno” de George H. W. Bush, “una catarsis” que “enmascaraba temas sociales y la moralidad con un juego de fantasía”, explica Charles Martinet. Y a Ryan Best se le nota orgulloso de haber diseñado el primero de rol sobre la comunidad LGBTI, muy en especial porque le mandaban cartas personas a la que, en un tiempo de gran infelicidad, GayBlade “los alivió un poco y les hizo reírse”.
“Y era alucinante cuánta gente querían jugarlo” y que diseñara ampliaciones, quizá con otros pregoneros homófobos como enemigos finales. Pero hubo un infortunio inesperado: perdió el software del juego en una mudanza de Honolulu a San Francisco. “Mis copias maestras, mi instalación, mi código fuente… Todo”, se lamenta Ryan Best. Y las redes se movilizaron para ayudarle a dar con alguna posible copia de GayBlade. Pero no fue hasta que el Museo Schwules de Berlín contactó con Great Big Story, productora de High Score, para contarles que tenían los ansiados archivos, ya disponibles para su descarga.