Siempre hay en la agenda asuntos de importancia para las personas, para el mundo entero, que debemos abordar, desde lo que atañe al desarrollo de nuestras sociedades y a la exigencia de respeto por los derechos humanos hasta lo que puede destruir o envilecer cuanto bueno hemos construido a lo largo de la historia. Pero, si hay alguna cosa trascendente de la que sin duda urge hablar, son las redes sociales, porque a través de ellas pasa todo aquello sobre lo que consideramos y decidimos colectivamente, en las mismas se produce la gran conversación mundial acerca de esos temas fundamentales. Por ello, El dilema de las redes (2020), la segunda película documental del neoyorkino Jeff Orlowski para Netflix, es tan oportuna ahora, con la incertidumbre sobre ellas.
El cineasta se aproxima de nuevo a preocupaciones globales tras Chasing Ice (2012) y En busca del coral (2017), obras superiores y hermosas contra el cambio climático. Y su última propuesta mezcla entrevistas y una historia dramatizada —con actores como Skyler Gisondo, Kara Hayward y Vincent Kartheiser—, e incluso animación y montajes rápidos de imágenes específicas a lo Réquiem por un sueño (Darren Aronofsky, 2000), lo que hace a El dilema de las redes un documental más vistoso de lo que podría ser con la ortodoxia del género. Pero entraña un conflicto muy gordo: también mezcla reivindicaciones razonables sobre lo malo de las redes con cierta desinformación, es decir, se da la paradoja de que carga contra los negocios indiferentes ante ella… desinformando.
En un momento del documental se habla de la persuasión con mensajes subliminales, pero no hay pruebas de que exista más que su percepción, como la de los genitales de El Club de la Lucha (David Fincher, 1999), no de que funcionen para empujarnos a hacer cosas que no queremos ni haríamos en absoluto o que ni nos hemos planteado antes. Y cuando se asegura que los servicios de Facebook, Instagram, Twitter y compañía matan a la gente, “haciendo que se suiciden” porque, con su uso, ha aumentado la depresión y otras patologías en adolescentes, no solo se obvia que no es lo mismo correlación que causalidad, sino que así contradicen las sensatas afirmaciones de que las redes solo son herramientas cuya utilización puede ser buena o negativa.
Pero por la secuencia increíble en la que atribuyen el cambio de Gobierno en España de 2018, del Partido Popular presidido por Mariano Rajoy al del Partido Socialista con Pedro Sánchez a la cabeza, al problemón de las fake news campando a sus anchas en Facebook, Twitter o YouTube, cuando se produjo por una moción de censura en el Congreso de los Diputados tras una sentencia firme sobre la agrupación política que gobernaba y su corrupción, y catalogan al PSOE sobre unas imágenes del Presidente como de “extrema izquierda”, ya es demasiado para el cuerpo. Y, con lo anterior e insistir en “millonarios que quieren desestabilizar países” a través de las redes como si eso se lograse pulsando un botón o zambullirse en el alarmismo sobre el futuro, salta a la piscina de lo inaceptable.
Y hay que dejar bien claro que aquí no sirve la excusa de que las personas entrevistadas lanzan tales sentencias y no los guionistas o el director, que únicamente los enfocan con la cámara. Porque el documental no es como el cine de ficción, en el que la ideología de turno carece de peso en el examen artístico, centrado en puras cuestiones narrativas: El dilema de las redes pertenece a un género de tesis, y lo que se difunde en este filme sin constituir material de debate es lo que sostienen Jeff Orlowski y los coautores del libreto, Davis Coombe (Keep on Keepin’ On) y Vickie Curtis (The Weight of Water). Por otra parte, sugerir una disyuntiva en el título y luego colmar un solo lado de la balanza es tramposo sin vacilaciones, un ejemplo evidentísimo de deshonestidad intelectual.
Y otras afirmaciones vertidas sobre la cultura manipulada tal vez deberían ponerse en cuarentena. Los seres humanos no somos marionetas simples ni las redes sociales, lo único que influye en nuestra capacidad de análisis, nuestras decisiones y comportamientos; sobre todo, si se procura tener cierta disciplina racional en nuestras falibles y atolondradas cabezas, con tanta predisposición a abandonarse a prejuicios y justificaciones emocionales. La realidad siempre es más compleja de lo que suponen incluso las hipótesis que lo parecen. Y, sin embargo, quizá se pueda ver con las precauciones debidas este filme de Jeff Orlowski para ser conscientes de lo que sí esconden las redes sociales, averiguar si nos importa y decidir si lo que nos ofrecen nos compensa de todos modos.