En 2021. Esta es la fecha que WeWork se ha autoimpuesto para llegar a la rentabilidad. O al menos es la idea que Marcelo Claure, presidente ejecutivo de la compañía de coworkings, está manejando. Un discurso que contrasta con el de Adan Neumann, fundador de WeWork, antes de su precipitada salida el otoño pasado.
En una entrevista a Financial Times, el directivo quiso dejar atrás la compleja situación con la que WeWork viene bregando desde hace meses. La misma que posicionó a la compañía al borde de la quiebra según algunos analistas.
Para lograrlo, la realidad es que WeWork –al menos el modelo que hasta ahora había seguido la enseña– tendrá que volver a sus orígenes. Más que jugar en la liga de los emprendedores y las startups, la compañía tomará el perfil de empresa de bienes raíces al más puro estilo clásico.
Para lograrlo, la realidad es que WeWork ha comenzado a soltar lastre. Los primeros perjudicados han sido su fuerza de trabajo. En cuestión de meses, 8.000 puestos de trabajo a nivel global han saltado por los aires, lo que supone casi el 60% de su plantilla. Una circunstancia que coincide, además, con la llegada del coronavirus al mundo: una circunstancia que ha puesto en peligro la supervivencia de muchos puntos de trabajo colectivos en favor del teletrabajo.
De hecho, la propia pandemia –más que el agitado pasado de WeWork– podría poner en jaque las intenciones de Cloure de alcanzar números verdes a finales de 2021. Pese a todo, Claure aseguró que, de momento, la pandemia no ha hecho mella en sus finanzas.
Junto a la pérdida de empleos, WeWork también ha comenzado a vender participaciones de inversiones no estratégicas. La idea de Neumann era la de crear un recorrido completo en la vida de los emprendedores: desde su educación, la creación y primeros pasos en la financiación de las empresas, su crecimiento y posteriores rondas de mayor capital. Todo vía adquisición de empresas que complementasen la actividad de WeWork. De esta manera, durante las últimas semanas ya han vendido su participación en Flatiron School –dedicada a cursos online–, Teem –una suerte de organizador online de equipos–, The Wing –para fomentar el emprendimiento en las mujeres– o su inversión más extraña en una startup made in Spain: Wavegarden, una empresa dedicada a la creación de olas artificiales.
Un reto complicado
WeWork pasó de sus 47.000 millones de dólares en valoración a principios de 2019, para caer en picado a 2.900 millones en marzo de este mismo año. Un desplome que se explica por la crisis que la compañía lleva atravesando desde su fallida salida a bolsa en verano de 2019; momento en el que la salud financiera de WeWork se descubría en un precario estado, principalmente por la influencia de su fundador.
Un duro golpe para uno de sus mayores inversores, SoftBank, que ya venía arrastrando otras salidas a bolsa decepcionantes lideradas por Uber. Para la firma nipona, una de las mayores accionistas de WeWork, suponía un duro golpe conocer el estado de la empresa a la que se postuló para salvar. Casi 8.000 millones de dólares prometió SoftBank para apuntalar la liquidez de la empresa en lo que muchos analistas definieron como una quema de dinero y una última oportunidad. Una decisión que luego lastraría las propias cuentas de SoftBank.
De hecho, las acusaciones cruzadas entre el fundador y la propia SoftBank no han cesado desde el verano de 2019. El propio Neumann propuso enfrentarse a la firma nipona por no ejecutar las inyecciones de capital prometidas en WeWork; esta a su ves alega que los pactos de socios no se han materializado; lo que incurre en una falta de confianza en el futuro de la enseña.