Hay volantazos en la carrera de algunos directores de cine que solo se explican con el deseo de meter la cabeza en las grandes producciones de Hollywood. No necesariamente comenzando por una de ellas, sino haciendo una demostración de que uno es versátil y capaz de encargarse de labores con esa envergadura. O tal vez porque proporciona visibilidad en la industria y menores ataduras para elegir proyectos. El caso obvio de este tipo de decisiones es el de la californiana Gina Prince-Bythewood, que ha estrenado La vieja guardia (2020), adaptación del cómic de Greg Rucka y Leandro Fernández (2017) para Netflix.
Esta aventura de fantasía y acción se aleja muchísimo de lo que la cineasta nos había entregado hasta la fecha, casi siempre lleno de vínculos con la comunidad afroamericana de su país. Escribió los guiones de cuatro episodios de Un mundo diferente (Bill Cosby, 1987-1993), y su debut en el largometraje fue el romance pedorro de Love and Basketball (2000), apadrinado por Spike Lee (Plan oculto). Luego lanzó lo más decente y emotivo que ha logrado a día de hoy, La vida secreta de las abejas (2008), según la novela dramática de Sue Monk Kidd (2002) y con Jada Pinkett Smith (Collateral) como productora ejecutiva.
Más tarde, regresó al drama romántico con la aceptable Beyond the Lights (2014), y quiso recalar en el género policíaco con la miniserie Fuego abierto (2017), de tintes raciales, junto con su propio marido, Reggie Rock Bythewood (La marcha del millón de hombres). En las antípodas del resto de su filmografía está La vieja guardia, que empieza in media res: tras el prólogo con voz en off, que sirve para intrigar a los espectadores y que quieran saber cómo la protagonista y su grupo han llegado a situación semejante, un flashback breve nos lo cuenta, restándole categoría y efecto. Cosa del guionista Rucka.
Como uno de los problemas principales del filme: que, conociendo por la sinopsis la naturaleza especialísima de los personajes principales, no la revelan de inmediato y se limitan a insinuarla con algunos objetos y detalles verbales que pueden pasar desapercibidos. Y, si hay quien esté tentado de decir que, entonces, el verdadero inconveniente es la sinopsis publicada, habría que recordarle que el propósito de causar curiosidad al público con el inicio in media res se potenciaría al máximo si conociesen pronto dicha naturaleza. Y no es que tarden mucho en revelarla, pero el giro carece por completo de intensidad y asombro.
Por otra parte, los ingredientes fantásticos de La vieja guardia ameritan un tratamiento audiovisual tan intenso y virtuoso como para ir en pos de lo fascinante. Pero Prince-Bythewood no posee la experiencia necesaria en este campo, la comprensión en ese sentido o las habilidades para lucirse con ello. Sus modales cinematográficos mayormente serenos y sin alardes no se despegan de su trayectoria en el drama excepto para las secuencias de acción, y tanto la planificación visual como el montaje del resto no buscan los encuadres esperados ni siguen el ritmo que suele caracterizar a este género o el de fantasía.
A Prince-Bythewood se la ve fuera de lugar, en un terreno ajeno que le resulta pantanoso. Es posible que con algo más de práctica en esta clase de producciones le coja el tranquillo pero, en esta película, solamente cumple con su tarea y la vocación de continuidad. Como su reparto, con Charlize Theron (Pactar con el diablo) a la cabeza. Tal vez, La vieja guardia comprenda mejor que otros filmes la clase de vida de sus personajes, al estilo de la mucho más elocuente The Man from Earth (Richard Schenkman, 2007). Pero su alcance dramático sufre las limitaciones de su planteamiento narrativo y audiovisual. Lástima.