Con el año tan movidito que estamos teniendo, el río de lodo que vieron el pasado 15 de julio algunos vecinos de Arizona corriendo por el lecho seco de la conocida como Cañada del Oro, no debería parecer algo extraordinario. Y realmente no lo es. Estas estructuras, que aparentemente bien podrían haber salido de un capítulo de Perdidos, son relativamente comunes.

No obstante, eso no significa que no sean un problema importante. De hecho, son el preámbulo de algo terrible para los ecosistemas en los que aparecen. Y no hay mucho que se pueda hacer al respecto. La única estrategia eficiente es prevenir su formación. ¿Pero en qué consiste esta exactamente?

Un río de lodo, el epílogo de los incendios forestales

Después de que se dieran a conocer los primeros avistamientos de una masa negra y polvorienta recorriendo amenazadoramente la cañada, las autoridades del Condado de Pima explicaron que se debía a los incendios forestales que habían tenido lugar recientemente en la zona.

Con ello hacían referencia al incendio de Bighorn, iniciado el pasado 5 de junio por el impacto de un rayo en las Montañas de Santa Catalina, en Arizona.

Si bien el pasado 15 de julio ya se había contenido al 90% y a día de hoy está sofocado prácticamente por completo, sus consecuencias no han hecho más que empezar. El fuego hizo necesaria la evacuación de numerosos hogares, pero también negocios. Ahora, finalizada la primera parte de su pesadilla, la mayoría han vuelto, pero muchos empresarios se quejan de que este stand by les ha supuesto grandes pérdidas económicas.
Pero eso no es todo. También supone un problema ambiental inmenso. Y no solo por la pérdida de vegetación y vidas animales a causa del humo y el fuego. Muchas muertes tendrán lugar a partir de este momento; por motivos, en cierto modo, relacionados con el río de lodo filmado en Pima.

Suelos que “no pueden más”

Un río de lodo, conocido también como babosa de sedimentos, se suele dar con las lluvias acaecidas después de un incendio de dimensiones considerables.

El fuego cambia la estructura del suelo, mineralizando la materia orgánica, y haciéndolo menos permeable al agua. Esto supone que se generen inundaciones incluso con lluvias poco abundantes. Además, los incendios promueven la liberación de nutrientes, metales y toxinas que se encontraban “enterrados”; de modo que, al no filtrarse el agua, acaban acumulándose y siendo arrastradas por ella. En definitiva, los escombros generados por las llamas terminan formando una masa negra que recorre las ramblas secas como si de un río de hollín se tratara.

Por otro lado, la pérdida de vegetación, junto a la acumulación de ceniza, lleva a una reducción de los niveles de oxígeno disuelto; que, combinada con el aumento de nutrientes liberados, favorece la proliferación de algas y cianobacterias. Estas, a su vez, absorben el poco oxígeno que queda, por lo que el problema se hace más y más intenso. Los peces, así como otras especies acuáticas, se asfixian y mueren. Algunos logran sobrevivir, pero acaban feneciendo de hambre, por no tener visibilidad para encontrar de qué alimentarse.

Incluso los propios seres humanos podemos vernos muy perjudicados si el río de lodo llega a verterse en las presas de agua potable.

¿Cómo lo solucionamos?

Una vez originado el problema, la solución inmediata pasa por construir barreras que detengan el transcurso del río de lodo. No obstante, solo es un pequeño parche para un problema mucho más grande.

La mejor solución es cortar de raíz, luchando contra los incendios forestales. Y, para eso, el primer paso es combatir el cambio climático. Puede parecer que nos repetimos mucho, cuando recurrimos siempre a lo mismo para evitar mucho de los problemas a los que empezamos a enfrentarnos los seres humanos en la actualidad. Sin embargo, esto no es más que una muestra del gran número de vías a través de las que el calentamiento global y las alteraciones del clima pueden dañarnos. Sobran los motivos para intentarlo.