El escritor Carlos Ruiz Zafón murió hoy a los 55 años de edad, víctima de un cáncer de colon contra el cual luchó durante los últimos dos años. Zafón había decidido recibir tratamiento en la ciudad de Los Ángeles, en la que residía, después de conocer el diagnóstico hace dos años. Se trató de una batalla que llevó a cabo en silencio y cuyo final ha consternado a sus fans a lo largo y ancho del mundo.

Atrás quedan no solo una exitosa carrera literaria, sino un universo asombroso que convirtió al escritor en uno de los más queridos y respetados del mundo.

“Hoy es un día muy triste para todo el equipo de Planeta que le conoció y trabajó con él durante veinte años, en los que se ha forjado una amistad que trasciende lo profesional”, declaró la editorial para anunciar el duelo por la muerte del autor. Un símbolo de un nuevo tipo de fantasía gótica melancólica y de una celebración al amor por los libros. Con su muerte, añadió Planeta, “se va uno de los mejores novelistas contemporáneos”.

Primeros pasos dentro de la novela gótica

Nacido en Barcelona (España) en 1964, el escritor confesó en más de una ocasión que su infancia en la ciudad marcaría de manera indeleble su visión del mundo y de su manera de narrar. Sus libros, de una macabra y dolorosa belleza, están llenos de un aire mitológico que pone a la ciudad como principal escenario y como reflejo de la obsesión de Zafón por el misterio y la mitología. Algo que no solo explota en su literatura para adultos, sino que ya era evidente desde sus comienzos en la juvenil.

En 1993, el escritor publicó lo que sería su primer gran éxito: El príncipe de la niebla, que mereció el Premio Edebé de Literatura Juvenil. Ya en este primer acercamiento a escenarios inquietantes y conmovedores, en los que combinó con habilidad elementos del gótico tradicional con una visión exquisita sobre los misterios y elementos del género de suspenso, era evidente que Zafón tenía una especial habilidad para narrar historias complejas, dolorosas y siniestras con una asombrosa elegancia.

Para cuando escribió La Sombra del Viento era obvio que el escritor ya intentaba reflexionar sobre un universo más amplio que incorporaría todo tipo de percepciones novedosas sobre el miedo, la esperanza, el dolor y el amor.

La novela fue finalista en el premio Fernando Lara, y poco después la editorial Planeta publica la novela gracias a la insistencia del escritor Terenci Moix. Lo demás fue un vértigo de éxito que aún resulta sorprendente: la obra se convirtió en un best seller a ambos lados del Atlántico y en un referente inmediato de un nuevo tipo de ficción, en la que lo macabro, lo hermoso, lo romántico y cierto aire folletinesco se combinan a partes iguales.

En el 2007, un grupo de 81 escritores y críticos la escogió como una de las grandes obras de lengua española de los últimos 25 años.

Un exquisito universo en penumbras

“Todavía recuerdo aquel amanecer en que mi padre me llevó por primera vez a visitar el Cementerio de los Libros Olvidados”.

La primera frase del libro La Sombra del Viento de Zafón asombro y conmovió a millones de lectores alrededor del mundo y convirtió a la obra (y a las que le siguieron) en un fenómeno comercial y emocional.

El libro publicado en el 2001 se convirtió en objeto de culto para lectores de todo el mundo y tuvo el poco frecuente privilegio de despertar el interés por la lectura. Una virtud que le convirtió en el primer best seller español de los primeros años del nuevo milenio, además de un tipo de ficción de extraño acento coloquial basada en el fatalismo, la desesperación y la fantasía, todo mezclado en un universo rico y de asombrosa vastedad.

Zafón, que jamás quiso vender los derechos de sus novelas al cine — insistió en cada oportunidad posible que La Sombra del Viento era del dominio exclusivo de la imaginación de los lectores— , dedicó un especial interés a recuperar en cada una de las historias de su tetralogía, los elementos melodramáticos del folletín con aires de novela negra que al final adquirió un regusto evidente de puro suspense.

Desde el misterio de un libro condenado al anonimato, hasta ese gran enigma en las entrañas de Barcelona como lo es el Cementerio de los libros olvidados, la obra de Zafón supone un paso adelante en la forma de comprender a la fantasía en lengua castellana como un símbolo de cierta sensibilidad nostálgica y poderosa. Una característica que convertía a cada una de sus historias en una aventura apasionante por todo tipo de registros emocionales.

Barcelona, la protagonista de sus misterios

Con sus referencias a una Barcelona lóbrega e inquietante, el mundo siniestro de Juan Eduardo Cirlot y Carmen Laforet, Carlos Ruiz Zafón creó desde los cimientos una mirada a un recorrido por una ciudad en sombras, reverso misterioso de la real.

Si en La Sombra del Viento, la ciudad es un personaje más, en la última obra de la serie El laberinto de los Espíritus (2016), lo es todo y abarca desde las desventuras de sus personajes hasta el centro mismo de la resolución de la trama. Una que la mayoría de sus lectores esperaron más de una década para conocer.

Analizadas como obras hermanas, la tetralogía es en realidad un recorrido apasionante por las diferentes dimensiones de una narración cada vez más rica, cultivada y brillante. Que remite a un trayecto a través de décadas, generaciones de personajes y al final, la nostalgia de la muerte.

Imagen: Irisdeasomo

Un universo propio

Porque Carlos Ruiz Zafón creó un universo que se sostiene sobre la percepción de la oscuridad como parte de algo más hermoso.

Desde sus primeras historias, el autor brinda a su mitología una vigorosa cualidad que se hace más acentuada a medida que los escenarios se hacen más ambiciosos y sus personajes más entrañables.

Desde los escenarios misteriosos de las casas góticas, parpadeando en la negrura de la noche, hasta las calles melancólicas de la Barcelona de Posguerra, las historias de Zafón palpitan de pura belleza. Entrañables, construidas con un pulso tan preciso como poderoso, se elevan en lo cotidiano para hablarnos de lo irreal. Para susurrar misterios entre las sombras de las calles olvidadas de la memoria, de esas narraciones a fragmentos que parecen recorrer las esperanzas, los sueños e incluso el temor.

Quizás, por ese motivo, para entender el mundo íntimo construido por el escritor hay que observar con detenimiento su propia paradoja personal: un lector de clásicos, pero también de cómic de baratillo. Un escritor de formación enamorado de esa dulzura de lo espontáneo, de ese juego de luces y sombras de quien escribe por amor.

Creando sueños para los amantes de los libros

Más allá de lo que pueda criticarse de su obra —el costumbrismo excesivo, lo barroco que abruma—, Carlos Ruiz Zafón crea historias donde el lector añora perderse, que desea descubrir y que convierte en propias.

Avanza, con un instinto infalible, entre los inevitables baches de ritmo y forma, para encontrar esa esencia que hace que el lector desee paladear sus palabras, disfrutarlas a la periferia misma de los enormes castillos de pesadilla y los villanos de folletín que pululan entre sus páginas.

Y es que el lector termina identificándose, entregándose sin reservas a sus historias, a esa particular visión del mundo de los que aman los libros, de los que están convencidos que un párrafo puede contener el universo. Muy probablemente es esa virtud de Zafón para sorprender, incluso en lo simple, para enamorar, aún en lo común, lo que hace sus inolvidables esas grandes épicas de lo común que plasma en cada uno de sus libros.

Misterios diminutos que brillan con luz propia.

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