Los vikingos son conocidos por ser una de las poblaciones más rudas de la historia, con sus barbas pobladas, sus cascos de cuernos y sus barcos de madera. Lo cierto es que el tema de los cuernos parece ser poco más que un mito, pero el de la barba está algo más claro.
En realidad, dejar crecer el vello facial era muy frecuente en la mayoría de civilizaciones antiguas, no solo en las de estos bárbaros nórdicos. Hoy en día el cuidado de la barba se ha convertido en algo casi tan común como el del cabello. Existen multitud de productos destinados a que crezca más fuerte y brillante. Y es que, en realidad, su único fin es puramente ornamental, de ahí que sea tan importante que tenga una buena apariencia.
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¿Pero qué hay de su aplicación en el pasado? Si retrocedemos a los primeros seres humanos, ¿por qué conservaron los hombres el pelo en la cara y las mujeres no? La respuesta a esta pregunta no está clara. Sin embargo, un nuevo estudio, publicado en Integrative Organismal Biology, aporta algo de luz al respecto, al dar su propia teoría sobre la razón detrás del crecimiento de la barba.
La barba como escudo
Por disparatado que parezca, estudios anteriores a este han demostrado que buena parte de la anatomía humana está destinada a dar y recibir golpes.
Desde la forma de los puños hasta el contorno de la cara, cada pieza fue colocándose para dotar a los homínidos de la capacidad de luchar a puñetazos sin caer al primer golpe. ¿Podría ser que la barba tuviese también una función evolutiva similar?
Esta es la pregunta que se hizo un equipo de científicos de la Universidad de Utah. Para poder responder, tenían dos opciones. Una poco ética, consistente en poner a un grupo de voluntarios a pelearse a puñetazos, y otra bastante más civilizada, que pasaba por el uso de una “réplica de la cara humana”.
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Para ello utilizaron una falsa mandíbula, fabricada con resina epoxi, que posteriormente recubrieron con piel de oveja. Una vez listo todo esto, solo quedaba golpear diferentes modelos, con más o menos pelo, y comprobar cuál era el resultado.
Resultados interesantes, pero no concluyentes
Durante sus experimentos, estos científicos comprobaron que las réplicas con pelo podían absorber un 37% más de energía que las rasuradas. Además, el 45% terminaron “ilesas”, mientras que las que no tenían pelo acababan rasgadas en la mayoría de casos.
Esto, según los autores del estudio, parece deberse a que la fuerza del golpe se distribuye por un área mayor y, además, cada pelito individual absorbe parte de la energía del puñetazo.
A pesar de lo clarificador de los resultados, estos científicos apuntan a dos razones por las que sería necesaria más investigación. Por un lado, mencionan un estudio en el que se concluía que los luchadores de artes marciales mixtas con barba no tienen más éxito que los afeitados.
¿Por qué tenemos pelo en unas partes del cuerpo y en otras no?
Por otro, recuerdan que el “pelo” de oveja es muy grueso, por lo que sus efectos solo podrían ser comparables a los de personas con barbas especialmente frondosas y recias. Quizás esa sea precisamente la razón por la que las barbas de los luchadores no parecían marcar una diferencia.
Finalmente, estos investigadores sostienen que la barba, más allá de esta posible ventaja evolutiva, debió tener también alguna desventaja. De no ser así, las mujeres podrían haberla conservado también. Solo lo hicieron nuestros ancestros masculinos, quienes se enzarzaban más frecuentemente en peleas por marcar territorio o buscar alimento. Si solo ellos lo hicieron, a niveles generales, tan ventajosa no sería.
Por suerte, a día de hoy no vamos peleándonos a golpes por la calle, o al menos no deberíamos. Eso sí, si lo hiciéramos y esto resultara ser cierto, los hipsters tendrían todas las de ganar.