Hay días tristes, pero pocos lo son tanto como aquellos en los que muere alguna de las voces más ingeniosas con las que contamos, y hoy hemos perdido la hilarante profundidad de la que gastaba **Marcos Mundstock, el inconfundible narrador de la pandilla de humoristas argentinos Les Luthiers**. Nació en mayo de 1942 en Santa Fe y en una familia de judíos asquenazíes que habían emigrado a Latinoamérica desde la localidad de Rava-Ruska, hoy parte de Ucrania. Sus padres polacos, que se conocieron en la propia Argentina, hablaban en yidis, variante del alto alemán con elementos hebreos y eslavos.

Él se expresaba bien en esta lengua, pero admitía que “no tan fluidamente como ellos”, según explica en el libro Gerardo Masana y la fundación de Les Luthiers (Sebastián ídem, 2005). ¿Os imagináis a Mundstock parloteando en un idioma tan diferente al español, con el que nos deleitaba cada vez que abría la boca? Porque ya no era solo su acento rioplatense para las personas a las que les resulte cautivador, sino que la índole particular, muy reconocible, de su cuerdas vocales de bajo, su perfecta dicción y su entonación profesional le distinguían como una de las personas del mundo entero a las que daba más gusto oír hablar.

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Con Jorge Maronna y los difuntos Daniel Rabinovich y Masana, fue uno de los fundadores de Les Luthiers, los humoristas que llevan más de medio siglo representando obras musicales del ficticio compositor Johann Sebastian Mastropiero, con instrumentos inventados por ellos mismos —y de ahí, su nombre—, y cuyas actuaciones pueden hacerle a uno hasta llorar de la risa. El grupo surgió en 1967 de la fractura de I Musicisti, que había iniciado su trayectoria en septiembre de 1965 durante el Festival de Coros Universitarios en San Miguel de Tucumán, a causa de desavenencias salariales.

Mundstock, *sin embargo, aseguraba que era el luthier* con menos cualidades musicales: “Tenía una especie de bloqueo. No era que no tuviera capacidad, sino que carecía de la constancia y la paciencia necesaria para sentarme a practicar. Quería aprender todo muy rápidamente. Y en la música, los tiempos de aprendizaje son muy difíciles de modificar”. Y añadió: “Mis intentos de aprender piano no prosperaron. La música es una asignatura pendiente en mi vida. Más adelante, tomé clases de canto con un profesor. Ya había estudiado canto anteriormente, y siempre tuve la fantasía de ser cantante”.

Pero a los que amamos sus aportaciones a Les Luthiers nos importa un bledo —con su ominosa carga según él— que la interpretación musical no constituyera uno de sus fuertes, porque sus jueguecillos de palabras y sus preámbulos a la obra de Mastropiero y muchas de sus interacciones con otros compinches en escena son absolutamente memorables, y dignos de los sonoros aplausos que cosechaban. Y sería fantástico poder conocer sus trabajos previos en radio —de lo que estudios tenía— y publicidad, que abandonó sin vacilaciones por el extraordinario éxito del grupo para aplicarse en exclusiva a las más de 7.000 representaciones que dieron en estos cincuenta y tantos años de humor inteligente, y se dice pronto.

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Y el cine le quiso acoger también, nada imprevisto por su popularidad tanto en Argentina como en la España hermana. Así que aportó su voz profunda* a un personaje de Quebracho (Ricardo Wullicher, 1974), *al chef Auguste Gusteau en Ratatouille*, a Ítalo en uno de Los cuentos de Fontanarrosa (Brad Bird, Pablo Fisherman y Leonardo Di Cesare, 2007), a la paloma Joey en el doblaje de Bolt (Byron Howard y Chris Williams, 2008) o *al ermitaño de Futbolín** (Juan José Campanella, 2013); y actuó en Good Show (Sebastián Borensztein, 1993) como Dios, en tres episodios de Sorpresa y media (1996-2006) o Mark von Mark en uno de La Argentina de Tato (Sebastián y Alejandro Borensztein, 1999).

O como Gustavo Smirnoff en Roma, Víctor en Señora Beba o el analista de No sos vos, soy yo (Adolfo Aristarain, Jorge Gaggero, Juan Taratuto, 2004), alguien en un capítulo de Mosca y Smith en el Once (Ramiro Agulla y Carlos Baccetti, 2004-2005), el jefe de los mercenarios de Torrente 3: El protector (Santiago Segura, 2005), el profesor Pablo Parleta en episodios de ¿Quién es el jefe? (David y Franklin Peña, 2005-2006), Marcos Bustos en Recordando el show de Alejandro Molina, el padre Patricio de Mi primera boda (Alejandro Dolina, Ariel Winograd, 2011) o, por último, *Martín Saravia en el reciente remake* El cuento de las comadrejas (Campanella, 2019).

Por su labor en Les Luthiers, había recibido el Premio Max de las Artes Escénicas de la Sociedad General de Autores de España en 2001, el Grammy Latino a la excelencia musical en 2011, el Premio Princesa de Asturias de Comunicación en 2017; y el Gobierno español de José Luis Rodríguez Zapatero le concedió la Encomienda de Número de la Orden de Isabel, la Católica en julio de 2007, y el de Mariano Rajoy y por Carta de Naturaleza, la nacionalidad española en septiembre de 2012**. Y no es para menos, ya que se trataba de una lumbrera del humor a la altura de gigantes como Groucho Marx, y a la que solo un tumor en su brillante cerebro ha podido apagar ahora. Gracias, señor Mundstock, por tantas muestras de ingenio y por tantas risas.