Algo más de 238 millones de dólares lleva recaudados en todo el mundo **Ready Player One (2018), la mejor película del célebre Steven Spielberg* al menos desde Munich* (2005). No debe resultarnos extraño por el gran interés que había ante esta adaptación y, como es lógico, por las mil y una referencias culturales que contiene, igual que la novela homónima de Ernest Cline en la que se basa. Como saben muy bien quienes la han visto o leyeron la novela, el peculiar James Halliday, el creador de OASIS, una simulación virtual masiva a la que todos están conectados en el futuro próximo, dispuso una competición para controlarla después de su muerte, y las deducciones imprescindibles que hay que llevar a cabo para conseguirlo incluyen la interiorización de su propio aprendizaje vital y las lecciones que otros pueden extraer del mismo.
Que uno aprenda de los errores ajenos, es decir, sin haberlos cometido antes podría ser considerado una gran demostración de inteligencia, que quizá Halliday contemplara para que sólo los mejores triunfasen en su competición. Y no hay duda de que una de las enseñanzas que afloran durante el proceso deductivo de Wade Watts o Parzival (Tye Sheridan) y Samantha Cook o Art3mis (Olivia Cooke) se resume en una de las últimas referencias culturales que escuchamos en el filme: “Creé OASIS porque nunca me sentí a gusto en el mundo real. No conectaba bien con la gente”, le cuenta Halliday a Wade. “Tuve miedo durante toda la vida. Hasta el momento en que supe que llegaba a su fin. Fue entonces cuando me di cuenta de que, por muy aterradora y dolorosa que pueda ser, también es el único lugar donde se puede conseguir una comida decente. Porque la realidad es real. ¿Entiendes?”
O sea, lo que Halliday había comprendido demasiado tarde es que no hay que olvidar vivir en la realidad que conocemos, buscando el desarrollo personal y la mejora de la misma, y no preocuparse solamente por el disfrute de mundos imaginarios, y ni mucho menos tener la cabeza en sus fantasías de forma permanente. El modo de expresarlo en la aventura asombrosa de Spielberg **no es sino una referencia directa a una de las frases más elocuentes atribuidas a Groucho Marx**, un genio del humor y de la comedia fílmica: “La realidad no me entusiasma, pero sigue siendo el único lugar donde conseguir una comida decente”. Tal frase la encontramos en la novela como apostilla del Nivel 2 o de su segunda parte y no en la explicación de Halliday, pues lo que dice en el libro es que la realidad “es el único lugar donde puede encontrarse la verdadera felicidad”, una declaración tal vez demasiado cursi para los espectadores.
Por ese motivo, nos alegramos mucho de que los guionistas, Zak Penn o el mismo Cline, decidiesen cambiar el diálogo en ese punto, no sólo por librarse con muy buen criterio de la cursilada sino también para incluir la referencia al inconmensurable Groucho, que entronca socarronamente con la dicotomía filosófica entre el realismo y los idealistas, o entre los que viven con los pies bien plantados en el suelo y los que creen que su existencia no es más que el paso anterior a una vida de ultratumba, o incluso entre los primeros, que defienden el pensamiento racional y el saber que emana del trabajo científico y el relativismo posmoderno y “los cristales con los que se miran las cosas” o el pensamiento mágico de los magufos de toda laya. El problema es que Groucho probablemente jamás dijo eso, aunque cuadra con su clase de humor.
**De Woody Allen** se conoce lo que sigue: “Odio la realidad, pero es en el único sitio donde se puede comer un buen filete”, frase que, según Quote Investigator, pronunció en una entrevista publicada en 1993, reciclando la *de un cuento suyo que apareció en la revista The New Yorker* en 1977 con el título de “El condenado”, acerca de “los dilemas existenciales paródicos de un aspirante a asesino llamado Cloquet”, en el que leemos esto: “Cloquet odiaba la realidad, pero se dio cuenta de que todavía era el único lugar donde conseguir un buen bistec”. Y la primera ocasión en que por lo visto supimos de la supuesta frase de Groucho fue en 2003, cuando este llevaba muerto más de un cuarto de siglo. Así que Ernest Cline metió la pata con este asunto en Ready Player One pero, en lo que respecta a la película, bien podemos tomárnoslo como una referencia cultural a esta falsa atribución: pocas cosas más posmodernas**.