Soy de los que piensan que el valor social del trabajo de una persona se puede determinar con cierta facilidad, y que, generalmente, nos excedemos al calificar de “héroes” a determinados personajes, como los que se dedican a meter goles. Héroes son los que hallan curas para enfermedades que causan sufrimiento a la humanidad, los que nos brindan las vacunas, los que mejoran nuestra calidad de vida, los que ayudan a aquellas personas desamparadas a las ¿Qué sería de nosotros sin cómicos como Daniel Rabinovich?
que el sistema ignora deliberadamente, los que expanden nuestro conocimiento y amplían los límites de nuestra perspectiva como especie.
¿Y qué sería del mundo sin los artistas que nos maravillan y nos hacen sentir mejor con la catarsis de sus obras?, y de entre ellos, ¿qué sería de nosotros sin los cómicos? **¿Por qué merece la pena escribir un texto como este para homenajear a alguien como Daniel Rabinovich, componente de Les Luthiers, en el día de su muerte? Porque la vida sería insoportable sin personas como él, que nos hacen más llevadero el día a día con el método infalible de empujarnos a las carcajadas.
El escribano que nos hacía llorar de la risa
Daniel Abraham Rabinovich Aratuz nació y murió en Buenos Aires**, la capital argentina, que vio crecer su talento y el del resto de Les Luthiers, el grupo musical humorístico de merecida fama internacional al que pertenecía desde Como Marcos Mundstock, era una de las caras y las voces más reconocibles de Les Luthiers
su fundación, en 1967. Era escribano público desde 1969 y en 2012 se le concedió la nacionalidad española, como a su compañero Marcos Mundstock; ambos son, de hecho, las caras y las voces más reconocibles de Les Luthiers.
Rabinovich sabía tocar la friolera de quince instrumentos musicales, aunque especialmente la guitarra y el violín. Pero, como no podía ser de otra manera, le daba también a unos cuantos de los que Les Luthiers habían concebido para sus espectáculos, tales como el latín, el calephone, el alt-pipe a vara, el bass-pipe a bara y la gaita de cámara. Participó en siete películas entre 1983 y 2015, incluyendo el doblaje de una paloma en Bolt (Byron Howard y Chris Williams, 2008) junto con Carlos Núñez Cortés y Mundstock, y en nueve programas y series de televisión entre 1989 y 2012.
En cierta entrevista para el diario argentino La Nación, explicó: “En Les Luthiers soy cantante, payaso, actor, pero no escribo. Las ideas son de los demás. Un día me puse a escribir una idea, de un divorcio de una pareja, y me gustó mucho ese poder de hacerles hacer a los personajes lo que yo quería. Yo no creo en Dios, pero era un poco como ser Dios. Me empezaron a llegar ideas y empecé a escribirlas, y a sentir el poder que yo veía en mis compañeros. Pero no me siento escritor. Me siento actor, payaso, músico a veces, pero escritor todavía no. Me encanta escribir”. Y,Solía interpretar al tonto, al torpe, al ignorante; pero a la manera natural de un genio
sin embargo, la entrevista era porque *se había animado a publicar un libro de narrativa: Cuentos en serio, de 2003, y continuó con El silencio del final*, de 2004, otra recopilación de relatos del mismo espíritu.
Cuando Rabinovich salía al escenario durante los espectáculos de Les Luthiers, sólo el hecho de verle aparecer con su acostumbrada sonrisilla ya se la contagiaba a uno, que estaba pendiente de lo que fuese a soltar por aquella boca impredecible, aunque guionizada, porque sabía muy bien que sería algo descacharrante. El personaje que solía interpretar era el del tonto, el del torpe, el del ignorante, el del excéntrico que siempre da la nota, a veces pícaro, pero siempre con una absoluta falta de sentido del ridículo y una divertidísima verborrea incontenible. Y no hay que equivocarse: hay que ser genial para conseguir elaborar a semejante personaje y que resulte tan creíble y tan natural** que uno, siendo consciente de que se trata de una actuación, sienta la curiosidad de cómo sería verdaderamente Rabinovich, y a no pocos nos hubiese encantado tomarnos un café con él.
Los graves problemas cardíacos que lo atenazaban desde hacía algunos años se lo han llevado consigo a los 71 años, y ahora el mundo es un lugar un poco más triste, y la vida, un poco menos llevadera sin el talento de Daniel Rabinovich para hacer que nos desternillemos. Pero siempre nos quedará su obra; es lo bueno de las personas grandes y valiosas, que suelen dejarnos algo extraordinario con que recordarles.