*Uno de los filmes que más está dando que hablar en los últimos días es la española El hoyo* (2019), una pesadilla distópica propuesta por el bilbaíno Galder Gaztelu-Urrutia** y sus guionistas, el barcelonés David Desola y el también vasco Pedro Rivero, y que fue galardonada en el Festival de Toronto, en el de Sitges y con un Goya técnico. En esta obra, su ópera prima, que ha alcanzado éxito y notoriedad popular en Netflix, nos muestra una especie de cárcel con una extraña estructura vertical, paredes desnudas de hormigón, sendos catres en extremos opuestos de cada cuartucho y un hueco rectangular en el centro exacto, por donde desciende una plataforma una sola vez todas las jornadas.

En el nivel cero, en lo alto de la torre, unas personas cocinan un montón de manjares según las instrucciones de un exigente chef y los colocan a diario en la plataforma, y esta baja como un excéntrico ascensor alimenticio, se detiene unos minutos en cada nivel y prosigue su marcha hasta el último, el 333, la mitad que el número satánico por excelencia. Durante esos minutos, por supuesto, los dos recluidos de cada nivel comen cuanto les es posible, y la cantidad de comida va reduciéndose hasta que, mediados los niveles, a sus ocupantes no les sirve de nada ni lamer los platos vacíos. Y el pánico por la inanición desata la violencia antropófaga en los niveles inferiores, como es de esperar.

Por qué la explicación más correcta sobre el final de ‘El Hoyo’ no es la alucinante

Porque los confinados pasan un mes entero en cada nivel, y al siguiente se despiertan en otro distinto, tal vez más arriba, con mayor posibilidad de alimentarse, o más abajo, con el peligro de desnutrirse, de morir del hambre aterradora o incluso a manos de algún compañero poco escrupuloso a la hora de resistir los impulsos caníbales. Agua limpia, eso sí, no les falta porque cuentan con un lavabo funcional y su grifo potable correspondiente en sus habitáculos. Y, si se les ocurre quedarse con algún trozo de comida cuando la plataforma ya ha descendido camino de lo más profundo de este infierno metafórico, la temperatura sube o baja con rapidez como amenaza de muerte para que se desprendan de ello.

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Basque Films

Y, claro, nos referimos a **una metáfora porque la rutina en el funcionamiento inmoral de El Hoyo representa las características desigualdades sociales de nuestro sistema económico y la atrocidades terribles que ocasionan, con las administraciones públicas como garantía de un orden en el que los que están en lo alto de la pirámide ciudadana acaparan los recursos, y quienes se encuentran por debajo van recibiendo las sobras. Y la miseria resultante para los que viven en los estratos inferiores degenera en arranques violentos, tanto personales como con disturbios; y por esa razón y no otra en este esquema, la estabilidad y la paz sociales dependen mucho del bienestar logrado por y para la ciudadanía.

El concepto de alienación, la inconsciencia de la perversidad y el yugo que sufren sus víctimas, también resulta básica en este mundo regido por las diferencias de clase: si bien a unos los empujan al Hoyo por castigo, otros se meten allí por voluntad propia, con la intención de conseguir “títulos homologados”**. El personaje de Trimagasi (Zorion Eguileor) representa al cínico que conoce bien el sistema, no lo cuestiona y está dispuesto a hacer lo que sea preciso para sobrevivir. Y el de Imoguiri (Antonia San Juan), a quien ignora honestamente su malignidad habiendo trabajado para él, se mete en la negra boca del lobo, se le cae la venda por fin y trata de cambiarlo con una ingenuidad triste.

En cuanto a Baharat (Emilio Buale), encarna al optimista con una fe enternecedora y por completo irracional en que podrá ascender a lo alto de la pirámide económica y, una vez allá arriba, no seguir preocupándose por esta distribución infernal; y se lleva un chasco, obviamente. A la impredecible Miharu (Alexandra Masangkay) la ha desquiciado el sistema con su falso respeto por sus propias normas, y Goreng (Ivan Massagué), que sueña y alucina con los muertos, es aquel individuo que rehúsa aceptar el estado de cosas por inadmisible, decide enfrentarse a él con audacia, no tanta ingenuidad como Imoguiri, pero sí más fuerza y tal vez la misma insensatez que Baharat, a quien convence sin muchas dificultades para que le ayude.

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Ambos se aprovechan de la aparente “movilidad entre las clases” —que se finge igualmente con el traslado a un nivel distinto cada mes— para que dé comienzo su revolución, con la loca idea de garantizar el reparto justo de la comida: Imoguiri aseguraba que, si cada recluso tomase la ración que de veras necesita para alimentarse bien, habría víveres para todos. Pero El Hoyo es una estructura tan diabólica que ella, ex empleada supuestamente informada, lo decía creyéndole una profundidad de 200 niveles, no sus 333 reales ni los 250 que había calculado luego Goreng, conque no hay comida para todos ellos de entrada, como Baharat y él descubren más tarde con un horror mayúsculo.

El señor Brambang (Eric Goode), el ideólogo, les proporciona un verdadero objetivo: “¿Quién se va a enterar ahí arriba si lo conseguís?”, les pregunta. “La administración no tiene conciencia. Sin embargo, hay una mínima posibilidad de que la tengan los que trabajan en el nivel cero: a ellos debe ir dirigido el mensaje. ¿Y cómo hacer eso? Con un símbolo: necesitamos un plato delicioso e impecablemente presentado que regrese intacto al nivel cero”. Y remata: “Imaginaos la cara que pondrán cuando vean que El Hoyo les devuelve un plato así. Entonces, sí que entenderán el mensaje”, con el que su conciencia podría despertarse y hacer que se tambalee y se derrumbe tan ignominioso sistema.

Y les sugiere el postre resultón de la panacota, por el que uno de los cocineros había sido regañado al caerle un pelito suyo encima, inolvidable así para estos obreros. Pero Goreng y Baharat se topan en el nivel 333 con Mali (Zihara Llana), la hija a la que estaba buscando Miharu, y de dan la panacota de comer. En sueños, Goreng comprende que ningún mensaje podría ser mejor que la niña: si la panacota provocaría desconcierto, ella, un gran escándalo porque es ilegal que haya menores en El Hoyo. Y él, muy maltrecho, se queda en el oscuro abismo para morir como antes el desangrado Baharat, mientras la pequeña sube como un tiro en la plataforma al nivel cero para que empiece la revolución.