Una de las formas de saber cuánta importancia e influencia ha tenido una obra de cine entre los espectadores y el ámbito de la producción, porque de lo que se come se creía, es comprobar si ha creado escuela. No obstante, con la serie de televisión Lost (J. J. Abrams, Damon Lindelof y Jeffrey Lieber, 2004-2010) no haría falta el esfuerzo porque fue un auténtico fenómeno cultural, no muy diferente al que se desató más tarde con Juego de tronos (David Benioff y D. B. Weiss, 2011-2019). Pero, si buscamos manifestaciones de dicha influencia, podríamos señalar a la nueva película Fantasy Island (Jeff Wadlow, 2020).

Uno se sienta a contemplarla y, conforme se desarrolla la intriga, los episodios sobre los supervivientes del accidentado vuelo 815 de Oceanic Airlines asalta su memoria de un modo inevitable. No podría ser de otra manera por el gran parecido entre los elementos del filme de Blumhouse y los de la serie, de cuya sombra diríamos que es alargada. Porque, si bien el primero ha adaptado al largometraje la ficción televisiva La isla de la fantasía (Gene Levitt, 1977-1984), la trama que nos ofrece es inédita, y nunca se vio en los capítulos de la historia original ni en el remake homónimo (Barry Josephson, 1998-1999).

fantasy island lost
Sony

Por lo tanto, los detalles del guion que han escrito Jillian Jacobs, Christopher Roach (Non-Stop) y el propio Wadlow para esta precuela funcional son de elaboración posterior a la serie de Abrams, Lindelof y Lieber, y presas de su influjo. Pero no nos equivoquemos, por favor: que la reciente película beba de la obra más inolvidable de la ABC no implica que los autores de Fantasy Island hayan sabido replicar en absoluto la increíble, apasionante y gozosa aventura de Lost, el asombro mayúsculo y las emociones que nos embargaban con ella ni los mecanismos artísticos y técnicos que utilizaron para conseguir su hazaña.

La penosa realidad es que ni el director estadounidense del largometraje se había demostrado muy eficaz en su filmografía previa ni ha podido cambiar esta impresión ahora. La vuelta de tuerca al slasher de Cry Wolf (2005), tremendamente inverosímil, fue su ópera prima; a la que le siguieron Rompiendo las reglas (2008), un trasunto mediocre de Karate Kid (John G. Avildsen, 1984); el lamentable despropósito de Kick-Ass 2: Con un par (2013), la correctita Memorias de un asesino internacional (2016) y la sosería arbitraria de Verdad o reto (2018), primer guion de Jacobs, a ocho manos.

Y Fantasy Island se revela como un compendio obvio de los defectos que lastran las películas de Wadlow: su realización sin alicientes, con la que solo puede llegar a ofrecer propuestas pasaderas, soportables si no descarrila en las ocurrencias inadmisibles como acostumbra pero de las que siempre resulta fácil prescindir; los giros mal fabricados o sin justificación de sus guiones, que sumen el argumento en la arbitrariedad y en la narración deslavazada del conjunto y, sobre todo, lo inane de sus tentativas tristes por provocar algún tipo de sentimientos o empatía hacia los personajes e interés por su futuro inmediato.

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Conque su parecido con Lost es indiscutible pero únicamente superficial. Tenemos a ese grupo de desconocidos que llegan a una isla mágica por las maquinaciones de un hombre poderoso, el señor Roarke (Michael Peña), conectado con la misma y artífice de lo que causan sus especialidades, como Benjamin Linus (Michael Emerson) o Jacob (Mark Pellegrino) en la isla perdida; un grupo que ignora su relación entre sí y su verdadero propósito, al que el pasado en el continente les supone una gran carga emocional que condiciona su comportamiento donde se encuentran y con el que son manipulados.

Una manipulación que se realiza a través de las apariciones de supuestos seres queridos suyos, hay que añadir. Y no falta ese personaje que sabe moverse por el lugar, conoce algunos de sus secretos y, oh, extraña a una hija: Damon (Michael Rooker), que nos recuerda a Alex Rousseau (Tania Raymonde). Ni los hermanastros Brax (Jimmy O. Yang) y J. D. Weaver (Ryan Hansen), como Shannon Rutherford (Maggie Grace) y Boone Carlyle (Ian Somerhalder); ni la hija que nunca tuvo Gwen Olsen (Maggie Q) y que le proporciona su fantasía como un hijo a Jack Shephard (Matthew Fox) en el limbo extraño de la serie.

Ni esos conspiradores que quieren apropiarse de una isla tan singular, como Charles Widmore (Alan Dale) de la otra, cuyo poder está concentrado en una caverna con una fuente de la que fluye agua muy especialita. Ni, caray, unas instalaciones subterráneas con máquinas electrónicas, monitores y botoncitos. Así las cosas, no es posible haber disfrutado de las seis extraordinarias temporadas Lost y tragarse ahora Fantasy Island sin recordar las desventuras en la de Jacob y el Hombre de Negro, y no lamentar que Jeff Wadlow y compañía no hayan sido capaces de hacer algo mejor con su legado.

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