Bong Joon — ho es un hombre práctico: cuando subió al escenario de los premios Oscar de la Academia 2020 para recibir el premio por la mejor película internacional estaba seguro que no volvería a regresar al escenario. Y de hecho lo dejó claro: “Estoy listo para beber esta noche hasta la mañana siguiente”, dijo con toda tranquilidad. Ya tenía entre las manos la estatuilla al mejor guion original y para el director surcoreano, la noche había terminado de manera triunfal.

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De hecho, era la apuesta de la mayoría de la crítica y prensa especializada. Que aunque reconocía los indudables y múltiples méritos de la película del surcoreano, también sabía que era improbable que el film —considerado la mejor del año por todo tipo de publicaciones y expertos— avanzara hacia los premios más importantes de la noche. Se trataba de una cinta coreana, hablada en coreano, con un elenco coreano virtualmente anónimo en Norteamérica. Si eso no fuera, construía una agudísima crítica a la sociedad coreana. De modo que Bong Joon — Ho podía darse por bien servido al haber conquistado dos importantes galardones, lo usual en películas de la categoría de la suya en la noche de premios.

Pero algo cambió en la noche del 9 de febrero del 2020: Parasite arrasó con los pronósticos en contra al alzarse con las estatuillas a mejor director y mejor película e hizo historia al convertirse en el primer film en lograr una proeza semejante. Se trató de un hito que demostró que la agresiva campaña de la Academia por incluir nuevos miembros, ampliar su base de votantes y apostar a la inclusión, comienza a tener resultados reales concretos.

Todo lo anterior ocurre después de semanas de críticas por un conjunto de nominaciones en las que solo hubo una mujer afroamericana entre los rubros más importantes y ninguna mujer, en el rubro de dirección.

El Oscar parecía haber retrocedido a una época obsoleta y conservadora en la cultura occidental y, en particular, la norteamericana teniendo preponderancia sobre cualquier otra historia y visión. Pero en específico en el hecho de reflejar un sesgo muy específico en la manera en que se analizan los premios como reflejo de la cultura popular.

¿Cómo logró Parasite semejante éxito? ¿Cómo venció la resistencia al cambio de los principales gremios de votantes para construir un fenómeno de considerable importancia? Tal vez la respuesta sea mucho más simple de lo que parece.

Un largo trayecto al éxito

A principio de los ochenta y noventa, la posibilidad que una película en lengua no inglesa incluso consiguiera distribución a lo largo y ancho de EE.UU., era remota. En especial, las de idioma asiático no solo eran consideradas carentes de público probable, sino que además no tenían ningún vínculo con las grandes audiencias. Al final, las pocas que lograban atravesar el cerco de la desconfianza –que incluían grandes nombres como Kurosawa o el contemporáneo Zhang Yimou— se exhibían únicamente en cines especializados bajo la premisa de festivales y curiosidades artísticas sin el mayor valor como obra cinematográfica real.

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Una percepción semejante condenó a célebres autores como Lou Ye y Wong Kar-wai a permanecer en un semi anonimato durante la mayor parte de la última década del siglo pasado, a pesar que buena parte de su obra se consideraba ya de alta factura y participa en festivales a nivel mundial. En Norteamérica, el mercado cinematográfico continuaba siendo lo suficientemente refractario como para que el cine extranjero tuviera verdaderos problemas en ser considerado parte del sistema. Para entonces, apenas los distribuidores independientes —en la actualidad desaparecidos— como New Yorker Films y Circle Films, llevaron películas internacionales a teatros como el Film Forum de Nueva York, en donde encontraron un público interesado por films por completo ajenos a la oferta habitual.

Ya lo dijo Bong Joon — ho durante el Globo de Oro de este año. Aún con una estatuilla entre las manos, el director recordó que hay una buena cantidad de cine “más allá de los subtítulos” en una clara referencia al incómodo fenómeno que buena parte del cine extranjero en Estados Unidos debe enfrentar para lograr cierto éxito: luchar contra la idiosincrasia de un público que se resiste a películas subtituladas. Para finales de los noventa, el fenómeno era incluso más directo y se llegó a hablar sobre la posibilidad de traducir buena parte del material internacional al inglés, para facilitar la distribución, algo que nunca llegó a ocurrir debido al escaso interés sobre el tema.

Cuando el género se pone al servicio del gran cine

Solo 12 películas en idiomas extranjeros han sido nominadas para la mejor película y de ellas, todas tienen un marcado componente histórico o son grandes éxitos en su país de origen, que se refleja en la audiencia norteamericana más vanguardista y menos conservadora. Ya fueran historias enfocadas en eventos históricos colosales como La vida es Bella (1997) de Roberto Benigni y su versión sobre El Holocausto, films norteamericanos rodadas en un idioma diferente al inglés como parte de la estructura narrativa como Cartas desde Iwo Jima (2007) de Clint Eastwood o curiosidades como Il Postino (1994) de Massimo Troisi y Michael Radford, la Academia parecía estar convencida que sólo recreaciones históricas o más o menos intelectuales tenían la oportunidad de calar en el público.

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Después de todo, el mercado Hollywodense se maneja desde la óptica del dinero: cuánto puedes hacer y cuánto puedes ganar. Y productos minoritarios, que ademas debían atravesar la barrera del idioma, no eran el tipo de inversión que las grandes distribuidoras deseaban realizar.

Pero en el año 2000, Crouching Tiger, Hidden Dragon de Ang Lee, se convirtió en un fenómeno de taquilla en suelo norteamericano al alcanzar durante su fin de semana de estreno 128 millones de dólares, lo que la convirtió en la película más taquillera en la historia norteamericana en un idioma foráneo. El público no solo estuvo dispuesto a leer subtítulos, sino que además lo hizo con buen agrado, convirtiendo a la película de Lee en un fenómeno perdurable y la demostración que el en apariencia mercado asiático.

Para entonces, otro fenómeno extraño había abierto las puertas del cine asiático a Norteamérica: un renovado grupo de películas de género de terror asiáticas se convirtieron en fenómenos de culto, éxitos de taquilla y en algunos casos, lograron remakes exitosos en el cine local. Desde Kuchisake Onna de Kôji Shiraishi hasta Yogen de Noroi Tsuruta, el subgénero asiático de terror hizo por el cine internacional lo que no lograron grandes obras de autor. Y, de hecho, podría considerarse que el gran primer paso para lo ocurrido en la noche del Oscar 2020 comenzó con esta gran invasión terrorífica que se convirtió en tendencia a finales de los años noventa y principio de los ’00.

Una nueva generación de autores y de público

Para los primeros años del milenio, el cine asiático era lo suficientemente reconocido como para dar sus primeros pasos en solitario y sin necesidad del refuerzo del género del terror. Poco a poco, directores vanguardistas como Hirokazu Koreeda, cuyas películas Nadie sabe (2004) y Still Walking (2008), le convirtieron en objeto de culto a nivel de público y de la industria comenzaron a construir un camino que rápidamente abrió la posibilidad que el cine asiático pudiera ser tomado en consideración en EE.UU. como algo más que una muestra exótica o un género destinado a una franja de atención concreta. Más tarde, Yôji Yamada, Takashi Miike, Satoshi Kon y Yōjirō Takita crearon una nueva versión del cine asiático a tono con la sensibilidad estadounidense, pero sin perder su esencia local.

No obstante, fue el trío de directores Bong Joon-Ho, Kim Ji-woon y Park Chan-wook quienes abrieron formalmente las puertas del éxito durante el primer lustro de los ’00 y crearon toda una nueva forma de concebir el cine asiático. No solo se trataba de directores con un lenguaje extraordinario y una forma asombrosa de narrar historias, sino también lo suficientemente osados como para crear historias que pudieran traspasar la barrera del idioma. En el año 2004, la película Oldboy de Park Chan-wook, fue la primera película coreana en ganar el Gran Premio de Cannes.

Pero fue Bong, con su aire contemporáneo y sus historias inquietantes, el que logró dar el salto a las grandes audiencias. En 2013, Snowpiercer, su primera película en inglés, asombró al público y crítica además de demostrar que el cine coreano — y el asiático en general — podía encontrar un punto intermedio entre el norteamericano y el aire críptico del lenguaje cinematográfico de su Corea del Sur natal. En 2017, fue una película de Bong la que desató un enfrentamiento inédito en Cannes, cuando la bilingüe Okja, producida por Netflix, sacudió los cimientos tradicionales del Festival y le obligó a analizar sus reglas del concurso. Tal vez tenía poco que ver con la trama de la película — considerada suave e incluso innecesariamente cursi por la crítica — pero el nombre de Bong se convirtió en sinónimo de un tipo de cine moderno, cercano al hollywoodense y al final, capaz de competir en los grandes escenarios.

La era Parasite

En 2015 y 2016, el Oscar fue acusado de ser “muy blanco” y, sobre todo, de favorecer a la producción norteamericana. Lo que provocó que la Academia abriera sus numerales para nuevos miembros y comenzara una lenta transformación, que de alguna u otra manera continúa siendo insuficiente, pero comienza a ser visible. Con el apoyo de las redes sociales y toda una nueva generación de periodistas y críticos de cine mucho más sensibilizados con la inclusión y la representatividad, películas como Black Panther (2018) de Ryan Coogler y Crazy Rich Asians (2018) de Jon M. Chu se convirtieron en grandes éxitos de taquilla que, además, dejaron claro que las había un enorme interés por películas con acento cultural y étnico, reforzado además por un público ávido de nuevas historias.

Todo lo anterior tuvo un efecto inmediato en las distribuidoras, sobre todo las más pequeñas y vanguardistas, que comenzaron a incluir en sus catálogos todo tipo de oferta en idiomas diferentes al inglés sin necesidad de traducción. En el 2019, la cartelera estadounidense disfrutó de Parasite, Honeyland y Portrait of a Lady on Fire, aclamadas por público y taquilla. Y aunque solo la película de Bong tuvo la suficiente repercusión para avanzar en la temporada de premios con paso seguro, el hecho que el resto fueran consideradas en listas especializadas como lo mejor del año y celebradas en premiaciones independientes, abrió un nuevo camino hacia un tipo de cine por completo distinto.

En mayo del 2019, Parasite de Bong se estrenó en Cannes y recibió una ovación de casi ocho minutos. No solo se convirtió en la gran triunfadora del Festival (que ganó con toda facilidad y en medio de críticas entusiastas), sino que además consiguió el apoyo de Gold House, una organización asiático-estadounidense que se había formado en 2018 para impulsar a la películay Crazy Rich Asians en medio de la temporada de premios. Y aunque con el film de Chu no tuvo demasiado éxito, Parasite demostró ser un producto poderoso que comenzó un triunfante recorrido por la temporada de premios hasta levantar la estatuilla a la mejor película del año. En enero del 2020, Parasite se convirtió en la primera película asiática en recibir el SAG Awars al mejor elenco. Lo demás, ha sido convertirse quizás en una puerta abierta a un nuevo tipo de cine, pero, sobre todo, un recorrido por completo novedoso para una generación entusiasta por renovadas experiencias cinematográficas.

¿En qué consiste el fenómeno Parasite? Se trata sin duda de una combinación de factores: desde su tema de actualidad hasta su curiosa puesta en escena, la película de Bong tiene un especial énfasis en temas actuales que son parte de la discusión cultural estadounidense. “La distribución desigual de la riqueza es una enfermedad con la que todos vivimos, donde sea que estés”, dijo a TIME el profesor de teatro y estudios de perfomance en UCLA Suk-Young Kim. “Es algo con lo que todos podemos relacionarnos”, añadió. En un año en que casi todas las películas nominadas meditaban sobre grandes problemas y dolores sociales, la propuesta de Parasite no fue solo asombrosa y por completo adecuada, sino la que mejor resumió el ánimo mundial sobre temas específicos de interés general.

¿Será el triunfo de Parasite duradero y extensible a otras películas?

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