Pocas cosas hay más agobiantes que una de las calles más céntricas de una gran ciudad en plena hora punta. Cientos o incluso miles de personas bullen en direcciones opuestas, normalmente a gran velocidad, sin importarles si en el camino dan un codazo al “vecino de al lado”. Pero incluso prescindiendo de miramientos con los choques llega un momento en el que la fluidez se hace insostenible y es necesario parar. Ni qué decir tiene que con las carreteras es mucho peor. Si no fuera por las normas de tráfico, habría muchísimos más accidentes de los que hay, especialmente en las épocas en las que las autopistas están más transitadas. Estas señales evitan las colisiones, pero no los atascos, como todos hemos experimentado alguna vez en primera persona.
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En cambio, si nos fijamos en otra especie que también utiliza carreteras con circulación de doble sentido, no importa cuánto se masifiquen, la fluidez parece no disminuir nunca. Se trata de las hormigas. Durante siglos, e incluso milenios, su capacidad para desplazarse en línea recta, cargando objetos mucho más pesados que su propio cuerpo y sin chocarse en el camino con sus compañeras ha llamado la atención de muchos científicos. Son insectos realmente fascinantes por muchas de sus cualidades, pero esta es una de las más atractivas. Por eso, un grupo de científicos de las Universidades de Toulouse, Arizona y Adelaide, decidió grabar 170 experimentos en los que se dejaba a varios grupos de diferente tamaño de hormigas fluir por el interior de una serie de puentes, ubicados entre su hormiguero y una fuente de alimento. Concretamente, usaron circuitos de diferentes anchos, 5mm, 10mm, y 20 mm, y cantidades de insectos que variaban desde 400 hasta 25.600. De este modo, observaron cuáles son los puntos clave de su buena circulación, aunque por desgracia son difícilmente aplicables por los humanos.
Ajuste de la velocidad, solo cuando sea necesario
Ni qué decir tiene que las hormigas no cuentan con normas de tráfico, ni tampoco temen a los choques; aunque, todo sea dicho, apenas chocan entre ellas.
La razón, según describen estos investigadores en un estudio publicado en eLife, reside en un ajuste muy concreto de la velocidad en casos de necesidad. Vieron que ante un aumento de densidad en su camino las hormigas son capaces de evaluar el hacinamiento en cada punto y ajustar su velocidad para que el desplazamiento sea óptimo. Curiosamente, si el camino estaba moderadamente ocupado, aumentaban la velocidad, hasta que, llegados a un momento en que se estaba alcanzando la saturación de la zona, la bajaban hasta que fuese necesario. Pero no necesitaban parar y el conjunto seguía viéndose igualmente fluido. Tanto que, si bien los humanos suelen atascar el tráfico cuando la ocupación alcanza el 40%, ellas eran capaces de llegar hasta el 80% sin problemas.
No es la primera vez que un estudio se centra en buscar el secreto de la circulación óptima de las hormigas. De hecho, en 2008 otro equipo de científicos descubrió otro factor muy interesante: el uso de guardias de tráfico. Quizás llamarles así sea un poco exagerado, pero lo cierto es que es así como se comportan, pues se trata de hormigas que se posicionan a la salida del hormiguero y evitan la salida de nuevos insectos cuando el camino está llegando a un punto máximo de ocupación.
Las plantas se aprovecharon de la dependencia de las hormigas para «esclavizarlas»
Todos estos métodos utilizados por las hormigas tienen cabida porque, al fin y al cabo, todas ellas se desplazan con un fin común: conseguir alimento y almacenarlo en su guarida para cuando sea necesario. Es más, su compromiso con el grupo es tan grande que, según un estudio publicado en 2007, algunas incluso usan sus propios cuerpos para tapar los baches del camino que puedan bloquear el acceso de sus compañeras. En cambio, los seres humanos nos desplazamos con objetivos individuales, de modo que poco nos importa a dónde vayan las personas que nos rodean. Por eso es tan complicado actuar de forma colaborativa. En ese caso, solo nos queda tirar de claxon e incordiar a esas otras personas que no dejan de estar tan agobiadas como nosotros. Eso sí, por motivos probablemente diferentes.