Aunque es bien sabido que las centrales actuales poco tienen ya que ver en con las originales en materia de seguridad, su evolución ha sido tan progresiva como el desarrollo tecnológico que les acompañó. Se han ido modificando con más, mejores y redundantes tanto sistemas como protocolos que contrarrestaran más que patentes posibilidades de catástrofe.

Los incidentes nucleares se clasifican de acuerdo a la escala INES, que es el estándar del Organismo Internacional de Energía Atómica –IAEA, por sus siglas en inglés–. Este se engloba bajo el paraguas de la ONU y promueve el uso pacífico de la energía nuclear. Esta escala clasifica todos y cada uno de los eventos susceptibles de, por la razón que sea, llevar a una central nuclear a operar al margen de funcionamiento esperado.

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Esa escala va del cero, para eventos sin ningún tipo de significancia a nivel de seguridad, al siete, donde únicamente entran los dos accidentes más graves en la relativamente breve historia de las centrales nucleares: Chernobyl y Fukushima. Los incidentes y más graves accidentes nucleares –que se cuentan a partir del nivel 4 INES– conocidos no son precisamente un par.

Escala incidentes radiológicos INES
IAEA

Khystym (URSS), 1957

Con un nivel de 6 sobre 7 en la escala INES, el accidente de la planta Mayak –finalizada en 1948– cerca de la ciudad de Khystym es el único en este nivel y fue uno de los más importantes que ha tenido lugar en la historia. El más relevante –se sucedieron varios– ocurrió en el almacén de un centro de preprocesamiento de plutonio y uranio para su uso militar. La planta estaba situada en la ahora Ozyorsk, una de las ciudades secretas de la antigua Unión Soviética.

Kystym, Mayak, Ozyorsk
Ecodefense, Wikimedia Commons

Impensable en los sistemas y bajo los protocolos actuales, en su primera fase arrojaba el agua contaminada directamente al pequeño lago Karachay –que se considera hoy uno de los lugares más contaminados de la Tierra–. Tras ese primer y catastrófico acercamiento –pues se filtraba a las fuentes de abastecimiento de agua–, se construyó un almacén de hormigón con tanques de acero con una refrigeración y sellado, también poco afortunados.

Al calentarse, los residuos se filtraron y evaporaron hasta que, el 29 de septiembre de 1957, una explosión química –no de origen nuclear– y equivalente a cerca de 70 toneladas de TNT esparció por los aires grandes cantidades de cesio-137 y estroncio-90 radioactivos.

Si bien no consta que nadie muriera como consecuencia directa de esta explosión, al menos 22 poblados con unos 10.000 habitantes en conjunto fueron afectados por una pluma de radiación de varios cientos de kilómetros. Solo cuatro de estas localidades fueron evacuadas durante las primeras semanas, el resto tuvo que esperar entre ocho meses y dos años. Es difícil dar una cifra certera del alcance de esta radiación, pues los casos de cáncer por efectos de ésta son difícilmente distinguibles de los que ocurren naturalmente. Las estimaciones más abultadas datan de 1992 y apuntan a un total de 8000 muertes desde 1960. En 1968 se creó la Reserva Natural de los Urales del Este –EURT, en inglés–, que sigue restringida actualmente. Al menos cuenta de nuevo con una gran biodiversidad. Eso sí, radiactiva.

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Windscale (Reino Unido), 1957

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Tan solo 11 días después de la explosión de Khystym, tuvo lugar el incendio de Windscale en el actual condado de Cumbria, al noroeste del Reino Unido. Con una escala INES de 5 sobre 7, se trata del peor evento radiológico en la historia del país. Tuvo lugar en una de las instalaciones bajo el proyecto High Explosive Reseach, que buscaba desarrollar de forma independiente bombas atómicas a finales de los años 40. Se crearon apresuradamente dos reactores refrigerados por aire en la instalación, cada uno bajo su torre. La intención: el procesado de plutonio, seleccionado frente al uranio por producir a un coste un equivalente un potencial mucho más destructivo de bombas.

El incendio ocurrió en la torre 1 del reactor, tras un calentamiento intencionado y reiterado del mismo y sobre el que se perdió el control. Desapercibido en un primer momento, ganó intensidad cuando se potenciaron los sistemas de ventilación, mientras la temperatura del núcleo seguía aumentando en lugar de disminuir. Fue entonces cuando se hizo evidente que el propio núcleo estaba incendiado y emitiendo a la atmósfera grandes cantidades de yodo-131, cesio-137 y xenon-133, en una nube de gas que no tardó en propagarse por el norte de Europa.

Tras intentarlo arrojando dióxido de carbono y posteriormente con agua –con los peligros de explosión que esto conlleva– sin éxito, finalmente se extinguió el incendio cerrando la ventilación por completo. No hubo víctimas directas del incendio, pero se estima que unos 240 casos de cáncer pueden estar asociados a este evento. Desde entonces, no se han construido reactores de este tipo. El documental de la BBC sobre estas líneas apunta a la relajación de las medidas de seguridad como bajo la presión del gobierno británico para producir armas nucleares.

El desmantelamiento de esta planta ha comenzado este mismo año, pero no se espera que finalice hasta el año 2120, con un coste estimado –y creciente en cada revisión– de 70.000 millones de libras.

Lucens (Suiza), 1969

Sala de control de Lucens, Suiza
Biblioteca de la EPF-Zúrich.

De nuevo en Europa, se construyó bajo la roca un reactor experimental de tan solo 8 megavatios de potencia. Su conexión a la red eléctrica se dio en enero de 1968, con un retraso considerable respecto a los progresos de producción de las grandes potencias. Este reactor para investigación, probablemente exploraba la producción de materiales fisibles para fabricar armamento nuclear más poderoso. Su diseño, todavía de Generación I y propio de los suizos, estaba moderado con agua pesada –con deuterio en lugar de hidrógeno–, lo que permitía la utilización de uranio prácticamente sin enriquecer.

Tras tomar muchos meses para su puesta en marcha, después varios cambios en su gestión y firmado ya el Tratado de No-Proliferación de armas nucleares, sufriría un accidente que acabaría una vez más en la temida fusión –parcial– del núcleo. 358 días después de su puesta en marcha inicial, el reactor explotó liberando el refrigerante y grandes cantidades de radiación a la caverna interna. Gracias al sistema de refrigeración secundario, el evento pudo ser controlado sin que muriera nadie.

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La investigación posterior reveló que las delicadas barras de combustible utilizadas habían sido dañadas por la corrosión. Según la Inspección Federal para la Seguridad Nuclear suiza, los propios operadores “no eran conscientes de que se encontraban ya con un reactor fuertemente dañado” previamente a su puesta en marcha. A día de hoy no está clara su clasificación como accidente nuclear –la escala INES es posterior al accidente–, pero la propia Oficina Federal de Salud Pública de Suiza lo catalogaba en 2013 entre un nivel 4 y 5. La instalación, finalmente sellada en 1993, se dio por descontaminada en 1995.

Three Mile Island (Estados Unidos), 1979

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Esta vez al otro lado del atlántico, se considera uno de los accidentes nucleares más relevantes de la historia. Ocurrió en Estados Unidos hace ahora 40 años y en una fase ya mucho más avanzada del desarrollo nuclear, en una planta ya dedicada a la generación de electricidad para uso civil. La central contaba con dos unidades, TMI-1 y TMI-2, la segunda de las cuales sufrió una fusión del núcleo en su reactor el 28 de marzo de 1979.

De nuevo, una pérdida de refrigerante –debida a una válvula atascada tras su limpieza– y una deficiente gestión inicial cocinaron el caldo de cultivo perfecto para un aumento progresivo de la temperatura del núcleo. Este se fundió parcialmente al no poder refrigerarse de forma suficiente. Tres horas después de la primera alarma, se declaró la emergencia al público general mientras se liberaba a la atmósfera parte de los gases radiactivos, con xenón y kriptón, situando este accidente en el nivel 5 en la escala INES.

A pesar de esto, no hubo muertos directos y los efectos sobre la salud de la población son difícilmente determinables. Si bien se calcula que unos dos millones de personas fueron irradiadas por estos gases, la dosis media estimada es del orden de la mitad de la que se recibe al hacerse unos rayos X del torso. Hoy se considera que este accidente dio vida al movimiento antinuclear en Estados Unidos.

Antes y después de Chernóbil

Otros incidentes han llegado a la categoría de accidente, aunque sucedieron a una escala menor, todos ellos en el nivel 4 INES:

  • Idaho (Estados Unidos), 1961. El único incidente del país en el que hubo víctimas directas sucedió en el reactor nuclear experimental de la Armada estadounidense, cuando el 3 de enero explotó y se fundió el núcleo, matando a tres operarios.
  • Jaslovské Bohunice (Checoslovaquia), 1976 y 1977. Dos accidentes tuvieron lugar en este reactor, denominado KS 150. En un primer momento, una fuga de CO2 mató a dos operarios. Bajo el secretismo inicial y un año más tarde, durante una parada para el cambio de combustible, una serie de fugas de refrigerante contaminaron el circuito secundario.

  • Tokaimura (Japón), 1999. Fue el primer acidente como tal tras el desastre de Chernóbil. Tras una pequeña explosión en 1997, en la que algunos trabajadores fueron expuestos a la radiación, el más serio ocurrió dos años más tarde. Tres trabajadores, sin la preparación suficiente, manipulaban uranio enriquecido –fuertemente, para una central–, a cerca del 20%. Al manipular conjuntamente más material radiactivo del que era seguro, se activó la reacción en cadena que debía suceder con el reactor en marcha. En su momento e incluso antes de que dos de los trabajadores murieran, ya se consideró uno de los cinco accidentes nucleares más graves de la historia.

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Por último, recordar el desastre de Fukushima, que en 2011 obligó a desalojar extensas áreas en Japón después de que un tsunami arrasara la central nuclear en la costa. No murió nadie como consecuencia directa del accidente, pero sí unos 16 000 como resultado de los daños del terremoto y la gigantesca ola. Según algunos informes, la propia evacuación y los accidentes generados en ellas pudieron haber costado hasta 1600 vidas adicionales que podrían incluso haber superado la relativamente pequeña merma en esperanza de vida efecto de la radiación de permanecer sin evacuar.

La inmensa mayoría de los accidentes de esta primera etapa se dieron en centros –de una u otra forma– experimentales, en su mayoría con una ambición militar patente o subyacente. Cada año se dan cientos de pequeños incidentes en las centrales nucleares de España y el mundo, que en su inmensa mayoría se catalogan como nivel cero en la escala INES. Esto es así gracias a los fuertes protocolos y cada vez mayores medidas de seguridad que impiden su escalada. Muy probablemente seguirán ocurriendo, pero el trabajo de la industria es minimizar su impacto al máximo.

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