Cuando un director toma una linde con comedias de trazo grueso y escasas luces, en no pocas ocasiones, el gusto inexplicable del público por esa linde se acaba y el director continúa en ella con infeliz obstinación. Pero a algunos les suena la flauta y, un día de extraordinaria lucidez, deciden hacerse apreciar como profesionales, o al menos intentarlo. Al cineasta estadounidense Adam McKay le ha salido bien la jugada con *La gran apuesta (2015) y Vice* (2018), que ha obtenido ocho ocho nominaciones a los Óscar; y por la misma senda va su compatriota *Peter Farrelly, cuya Green Book opta a cinco de esos ansiados premios hollywoodienses* y que ya logró, entre otros reconocimientos, tres galardones destacables en los Globos de Oro, el primer domingo de este 2019: mejor película cómica, libreto y actor de reparto, que se dice pronto.
Pero la verdad sea dicha: hasta su último filme, no era costumbre de Farrelly ni por asomo subir a ningún escenario para recoger distinciones a su labor cinematográfica, y sólo había podido hacerlo en contadas ocasiones de segunda categoría. La carrera que ha construido como realizador junto a su hermano Bobby se debe considerar desechable, por mucho que los espectadores recordemos ocurrencias concretas de las tontas gamberradas sin fuste que componen mayormente su filmografía: Dumb and Dumber (1994), Kingpin (1996), There’s Something About Mary (1998), Me, Myself and Irene (2000), Osmosis Jones y Amor ciego (2001), Stuck on You (2003), Amor en juego (2005), The Heartbreak Kid (2007), Hall Pass (2011), Los tres chiflados (2012) y Dumb and Dumber To (2014), una serie de catastróficas desdichas.
Y, con Green Book, el bueno de Peter Farrelly parece haber dicho “¡basta!”, quién sabe si en busca de la consideración crítica que no había logrado hasta ahora, y asumiendo que sus filmes con mayor recaudación son los de los últimos años noventa y una continuación suya. Aunque desconocemos si esto será flor de una sola temporada y lo próximo que ruede sea Dumb and Dumber Again con Bobby y se quede tan ancho con su única medallita en el pecho o si, como Jay Roach (*Trumbo*) o Adam McKay, le habrá encandilado que le aplaudan y permanezca en el cine respetable, bien lejos de lo que dan de sí las fantochadas más histriónicas de Jim Carrey, con quien ha colaborado en tres de las trece películas para la gran pantalla que ha dirigido hasta la fecha. Pero no os llevéis a engaño tampoco: **Farrelly no es en absoluto un as audiovisual, y respecto a Green Book, nos conformamos con que se deje ver**.
En esta historia verídica acerca del encuentro de los antagónicos Tony Lip y Don Shirley, currante campechano el uno y sofisticado pianista el otro, el realizador se muestra incapaz por completo —y ni se diría que lo procura— de apartarse de la más estricta funcionalidad visual; y si sumamos a eso que la estructura del guion escrito por Nick Vallelonga (Stiletto), Brian Hayes Currie (Two Tickets to Paradise) y el propio Farrelly es de una linealidad convencionalísima, sus nominaciones a premios populares tal vez se deban al propósito de cumplir con la cuota de una peliculita agradable y bienintencionada en sus marcados valores progresistas, mediocre casi, del montón si no fuera por las matizadas interpretaciones de Viggo Mortensen (*El Señor de los Anillos*) como el currela italoamericano y de Mahershala Ali (*House of Cards*) en la piel del músico negro.
O quizá no pudieron resistirse al homenaje a uno de los suyos, y uno de los nuestros, ya que Tony Lip fue actor sin acreditar en los filmes El Padrino (Francis Ford Coppola, 1972), Tarde de perros (Sidney Lumet, 1975) y Toro salvaje (Martin Scorsese, 1980), y nombrado en Goodfellas (Scorsese, 1990), Donnie Brasco (Mike Newell, 1997) y la serie Los Soprano (David Chase, 1999-2007). Y a los dos intérpretes protagonistas los flanquean otros sin tacha alguna: Linda Cardellini (Brokeback Mountain) encarnando a Dolores, Dimiter D. Marinov (Triple 9) como Oleg o Mike Hatton (Vigilante Diaries) poniendo rostro a George. La partitura compuesta por Kris Bowers (*Dear White People*) encaja sin dificultades con la realidad musical de Don Shirley, pero no sobresale. Como la película en su conjunto, que no se sobrepone de ser una obra pasadera, sin inconvenientes ni virtudes señalados, que podría revelarse como lo mejor de Peter Farrelly. Pero eso era muy fácil.