La noche del 17 de septiembre de 1999, Jesse Gelsinger, un joven norteamericano de 18 años, se convirtió en la primera persona muerta a causa de una terapia génica. Gelsinger padecía una deficiencia de la enzima ornitina transcarbamilasa que impedía que su hígado metabolizara bien el amonio. Este trastorno suele ser mortal en recién nacidos, pero Gelsinger lo había adquirido ya desarrollado, lo que lo convertía en un paciente ideal para un ensayo de la Universidad de Pensilvania que buscaba un tratamiento para los enfermos de edad más temprana.
En aquella época las terapias génicas aún estaban en pañales y aunque ya se habían producido pruebas, estas no acababan teniendo resultados del todo satisfactorios. Gelsinger murió porque al ser tratado con el vector viral que corregiría el gen que causaba sus problemas, este le causó una respuesta inmune inesperada que acabó en un fallo multiorgánico.
Su historia casi 20 años después parecía estar guardada solo en un puñado de artículos y en una web de recuerdo que creó su familia, pero ha revivido a causa del escándalo del nacimiento de los dos primeros bebés editados genéticamente con la técnica CRISPR/Cas9 en China.
¿Bebés modificados para resistir el sida? La nueva polémica genética desarrollada en China
El pasado mes de noviembre, el mundo de la ciencia se levantaba con el comunicado del investigador chino He Jiankui, quien aseguraba que había conseguido llevar hasta el nacimiento dos embriones modificados para que no pudieran adquirir el VIH en un ensayo con familias portadoras de virus. Tras el revuelo generalizado y las críticas de la inmensa mayoría de la comunidad, esta semana el Gobierno Chino publicaba las primeras conclusiones de su investigación, dando por cierto que las gemelas -apodadas Lulu y Nana- además de un tercer bebé en camino, habían nacido, y que el investigador había trabajado a espaldas de las autoridades y “violando toda legalidad”.
Entre los casos de Gelsinger y los bebés chinos hay muchos años de diferencia y numerosas mejoras técnicas, pero parecen volver a dar el mismo resultado con respecto al debate ético de la ingeniería genética en humamos: dónde se deben marcar las líneas rojas. Una pregunta difícil de contestar por completo pero que parece tener el consenso de que en ambos casos, aunque por distintas razones, se sobrepasaron.
El caso Gelsinger se debió a una negligencia, pero acarreó un retraso en las terapias génicas
Tras la muerte del joven de 18 años, la investigación llevada a cabo por la FDA norteamericana concluyó que se habían dado varias negligencias importantes. La primera de ellas que Gelsinger entró en el ensayo en sustitución de otro sujeto anterior, además de diversos fallos en la exposición de riesgos a los pacientes.
Un año después, en el 2000, un grupo de científicos franceses trataron con otra terapia génica a una decena de niños que afectados por SCID -los llamados niños burbuja-, consiguiendo resultados favorables en primera instancia, pero dos de los infantes acabaron padeciendo después leucemia. Estos resultados, junto con el fallecimiento de Gelsinger, hicieron que los ensayos de este tipo entraran en dique seco, hasta el punto que hasta el año pasado Estados Unidos no autorizó la que ha sido la primera terapia génica comercial.
El caso de los bebés editados de China, cargado de irregularidades y hecho con nocturnidad, sin permisos ni autorización de comité alguno, ha vuelto a poner a la comunidad científica ante la misma tesitura: el riesgo de que la labor de uno o varios negligentes puedan socavar la confianza en unas técnicas utilizadas con seguridad en otros aspectos.
No en vano, la respuesta de la opinión pública se disparó tras darse a conocer la noticia el pasado mes de noviembre. El ganador del premio Nobel, David Baltimore, dijo que el experimento chino mostró que "ha habido un fracaso en la autorregulación en la comunidad científica". El uso de la edición genética en embriones llevados hasta el nacimiento es algo irregular en la mayoría de países y está visto como un umbral no transferible por la inmensa mayoría de los centros de investigación, que se han basado hasta ahora en la directriz de 2015 de la Cumbre Internacional sobre la Edición de Genes Humanos, donde se concluye que "si, en el proceso de investigación, los embriones humanos [...] se someten a la edición de genes, las células modificadas no deben utilizarse para establecer un embarazo".
El experimento chino no es una terapia, es mejora genética
En España nada más conocerse la noticia voces tan autorizadas como el padre del CRISPR Francis Mojica no tardaron en lamentarla. También Lluís Montoliu, investigador del Centro Nacional de Biotecnología y autor de un reciente libro sobre la técnica.
En el ámbito internacional, el también investigador chino Feng Zhang, llegó a pedir una moratoria internacional obligada en la implantación de embriones editados.
No es la primera vez que se utiliza la técnica CRISPR/Cas9 para modificar genes en embriones humanos. Sin embargo, sí que es la primera vez que estos embriones se implantan y dan lugar a un embarazo que llega a término. Esto ha provocado que la respuesta científica general sea contraria por cuatro factores fundamentales.
- No se trata de una terapia, sino de una mejora genética. No se trata de curar el VIH de nadie, sino de dar lugar a un ser vivo que no lo va a padecer, según explicó Montoliú.
- No era necesario, ya que hay otros métodos para evitar que el niño de un paciente con VIH nazca con la enfermedad.
- La técnica aún no está lo suficientemente controlada como para asegurar que no puede tener factores secundarios “impredecibles”, según dijo Mojica, los cuales podrían ir desde malformaciones a tendencia a sufrir otras enfermedades.
- Las niñas nacidas pasarán a su estirpe esta mutación y los posibles problemas que puedan acarrear.
- Por último, todo el secretismo y poca claridad del experimento, que no ha sido publicado en ninguna revista ni ha ofrecido información suficiente.
En la otra mano, está la parca argumentación de He Jiankui, quien se dedicó a subir varios vídeos a Youtube argumentando su investigación y que en su reciente informe las autoridades chinas concluyen que estaba buscando “fama y autoridad por encima de cualquier otra cosa”. Para él, según sus propias palabras, existe un "valor médico real" para descubrir cómo se puede usar el CRISPR para paralizar y prevenir el VIH. Jiankui argumentaba que el padre de las gemelas, el portador del virus, sabía que había otros métodos para evitar que nacieran con ella, pero quería eliminar cualquier posibilidad de que la adquirieran de por vida para no sufrir como él. "Puede que no sean los directores de un centro de ética citado por el New York Times, pero no por ello tienen menos derecho para decidir sobre lo que está bien y lo que está mal en su propia vida" esgrimía Jiankui desde sus vídeos.
Ni los filósofos y pensadores más arriesgados apoyan experimentos sin seguridad
Pero entonces, ¿hay algún bioético o pensador que apoye experimentos de este tipo? Julian Savulescu es un filósofo australiano, formado bajo el paraguas del conocido utilitarista Peter Singer, que se ha destacado durante su carrera por defender hasta el extremo la ingeniería genética. Y cuando decimos hasta el extremo, es hasta límites que parecen de ciencia-ficción. Sin embargo, tampoco ampara lo ocurrido en China.
Savulescu ha sido editor de la revista Journal of Medical Ethics, una de las referencias en bioética. Su pensamiento se puede resumir en un concepto que él llamó Beneficencia Procreativa en 2001. En su ensayo argumenta que los padres tienen el derecho, pero también la responsabilidad, de asegurar para sus hijos el mejor 'catálogo' genético posible si está en sus manos gracias a las técnicas actuales. Savulescu nombra evitar enfermedades como el alzheimer, pero también rasgos no médicos como la memoria, la inteligencia, el sexo o incluso factores estéticos, abriendo por completo las puertas a los llamados 'bebés de diseño':
“Las parejas deben seleccionar los embriones que tienen más probabilidades de tener la mejor vida, según la información genética disponible, incluida la información sobre los genes que no son enfermedades […] Deberíamos permitir la selección de genes que no son enfermedades, incluso si esto mantiene o aumenta la desigualdad social”, escribe Savulescu.
Aunque con esta argumentación pudiera parecer lo contrario, el filósofo australiano fue uno de los primeros en posicionarse frente al caso de los bebés chinos, definiéndolos como “una monstruosidad” por la falta de seguridad de que esas dos niñas no vayan a padecer trastornos inesperados. En resumen, Savulescu defiende que podamos elegir hasta el color de los ojos de nuestros hijos, pero siempre que sepamos que es seguro.
En una línea distinta se posiciona George Daley, decano de la Escuela de Medicina de Harvard, quien rebajó el tono frente a todas las críticas. "Es hora de avanzar en los debates sobre la permisibilidad ética para lograr que la tecnología vaya hacia delante”. Tampoco parecía referirse a apoyar completamente Jiankui, sino a tener cuidado con que “el hecho de que la primera edición humana se nos haya presentado como un paso en falso no debería significar meter la cabeza en la arena -una expresión anglófona que viene a significar esconderse o mirar hacia otro lado-. No creo que los actos de un solo investigador que haga las cosas mal represente un fracaso de la autorregulación científica”.
Por último, en una posición más ambigua está George Church, genetista de Harvard y uno de los investigadores más dados a explorar todas las posibilidades que abre la ciencia. Suyo fue por ejemplo el ensayo que implantó genes de un mamut lanudo en los de un elefante en 2015, también usando CRISPR. Church contaba en una entrevista con Science que la decisión de usar la edición de genes para prevenir el VIH estaba justificada debido a la gran carga mundial de la enfermedad, pero que no apoyaba el estudio por las condiciones en las que se había dado. Sin embargo, no dudaba en abrir la puerta al uso de esta técnica en humanos. “En algún momento deberemos decidir si ya hemos realizado demasiados ensayos con animales y suficientes con embriones humanos, alegando que el momento de la primera edición genética consensuada deberá llegar en un momento dado. Y comparaba los bebés chinos también con Gelsinger. “¿Se trata de algo que será recordado como Jesse Gelsinger o como Louise Brown? - en referencia al primer bebé nacido mediante fertilización in vitro- Eso es probablemente a lo que se reduce todo”, concluía.