el regreso de mary poppins rob marshall

Disney

No erran el tiro los que dicen que la presente es una época marcada por el aumento de las continuaciones, las precuelas y los reinicios en el cine comercial, y que esta circunstancia puede ser un buen ejemplo de la merma de imaginación y originalidad en la industria de Hollywood, si no de que ganan los impulsos conservadores por miedo a no descalabrarse en taquilla, y no la predisposición a la audacia con la que se consiguen cosas nuevas. Pero, en realidad, considerando que cada vez se realizan más filmes, esto no debería resultar un problema para quien desee ver obras que se aleje de lo acostumbrado, y que una película forme parte de una saga no influye lo más mínimo en su calidad, en las virtudes que pueda tener para acabar siendo estimable o un triste desperdicio. Y **El regreso de Mary Poppins** sirve para tranquilizar los ánimos en este asunto.

Y eso que el director elegido para retomar la labor del escocés Robert Stevenson (Herbie Rides Again) *en el clásico oscarizado Mary Poppins (1964), que adaptaba el libro homónimo de la escritora británica Pamela Lyndon Travers —cuyas negociaciones con Walt Disney para la traslación a la gran pantalla de sus novelas, muy difíciles por la obstinación de la autora, se ha narrado en Saving Mr. Banks* (John Lee Hancock, 2013)— no parecía augurar nada bueno: el estadounidense Rob Marshall, pese a que se ha especializado en largometrajes musicales, no sirve como ejemplo de lo que es un cineasta con estilo propio y bien definido o inventiva, ingenio y vigor audiovisuales que despierten verdaderas emociones en el espectador, sino que se ha limitado a salvar la papeleta con obras aceptables como mucho o, en ocasiones, a patinar con otras claramente fallidas.

el regreso de mary poppins rob marshall
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Saltó a la palestra gracias al musical Chicago (2002), una mediocridad sin fuste que triunfó en los Oscar antes que maravillas como El Señor de los Anillos: Las dos torres, Las horas y El pianista (Peter Jackson, Stephen Daldry, Roman Polanski, 2002). Le siguieron el olvidable drama romántico Memorias de una geisha (2005), otro musical estéril y sin rumbo como Nine (2009), remake de Ocho y medio (Federico Fellini, 1963) a partir del espectáculo de Broadway de 1982; Piratas del Caribe: En mareas misteriosas (2011), un bajón considerable después de la espléndida trilogía de Gore Verbinski (*The Ring*) protagonizada por el gran Jack Sparrow (Johnny Depp); y otro musical, visible por fin en su mezcla de cuentos clásicos, con el título de Into the Woods (2014). Y ahora, *su falta de personalidad ha logrado mantener El regreso de Mary Poppins al nivel digno de la primera película*.

Porque por la historia de la célebre niñera a cargo de la familia Banks no ha pasado el tiempo en esta continuación, no sólo por lo que se refiere a la apariencia impecable de ella, sino también en el espíritu ingenuo, agradabilísimo, jovial y cursi de la obra: quitando el intenso desarrollo de los efectos visuales en estas décadas, lo que Rob Marshall nos ha entregado según el libreto de David Magee (Life of Pi) **podría haber sido cosa de Robert Stevenson si hubiese rodado una secuela inmediata en los años sesenta. Todo es aséptico en su perspectiva, funcional en su planificación, destinado a repetir esencialmente lo que fue Mary Poppins** como si el mundo no hubiese evolucionado y los gustos infantiles con él. Pero, a pesar de ello y de algún modo, nada chirría, y la peripecia fantasiosa se revela como lo que uno podría esperar y, en fin, sólo eso.

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Indiscutible es el colorido hortera, la candorosa excentricidad y la animación retro de los números musicales y el conflicto iluso a lo Frank Capra porque así mismo eran los del filme original, e irreprochable la reencarnación de la niñera mágica que compone Emily Blunt (Looper), con la adecuada compañía de Lin-Manuel Miranda (*House) como Jack, Ben Whishaw (Skyfall) y Emily Mortimer (Match Point) en la piel de los adultos Michael y Jane Banks, Pixie Davies (Miss Peregrine’s Home for Peculiar Children), Nathanael Saleh (Juego de tronos) y el novato Joel Dawson como los pequeños Anabel, John y Georgie, Julie Walters (Harry Potter y la Orden del Fénix) interpretando a la sarcástica Ellen y Colin Firth (El paciente inglés), David Warner (Titanic) y Meryl Streep (Death Becomes Her*) como Wilkins, el almirante Boom y la prima Topsy.

Por otra parte, el espectador se da de bruces con dos cameos muy apetecibles y agradecidos, de los que arrancan las sonrisas más sinceras que uno pueda contemplar en la cara de un cinéfilo con la niñera cantante en su memoria infantil, que justifican por sí solos el visionado del El regreso de Mary Poppins y que consolidan su eficaz nostalgia de fotocopia tanto como la respetuosa partitura de Marc Shaiman (A Few Good Men), que se asienta lógicamente en la labor de su difunto colega Irwin Kostal (Pete’s Dragon) para Mary Poppins, y el trabajo visual de Rob Marshal, tal vez aliviado por no tener que parir una película con la impronta del autor cinematográfico que no es, sino dejarse llevar por la risa contagiosa del señor Dawes Sr. y la feliz aventura musicalizada que la había precedido. Y por eso la nueva es tan supercalifragilisticoespialidosa como la obra original.

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