Hoy, 25 de noviembre, es el Día Internacional de la Violencia Contra la Mujer, una jornada que se conmemora cada año en todo el mundo, con el fin de denunciar la violencia ejercida contra las mujeres y reclamar políticas para su erradicación. Aunque países como España ya cuentan con algunas de estas políticas, a la vista de los resultados no parecen ser suficientes. No hay más que ver que, según cifras oficiales del Ministerio de la Presidencia, Relaciones con las Cortes e Igualdad, en lo que va de año 44 mujeres han sido asesinadas por sus parejas y 35 niños menores de edad han quedado huérfanos por este motivo. La cifra, con el año aún sin terminar, apenas se encuentra una decena de casos por debajo de las estadísticas de 2017 y a solo cinco muertes de alcanzar las de 2016.

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Todo esto solo contempla las muertes, pero si se tienen en cuenta también las mujeres que viven amenazadas por sus parejas, ya sea física o psicológicamente, las cifras son realmente espeluznantes. Pero lo peor es que muchas de estas víctimas ni siquiera se consideran como tales, pues llegan a pensar que lo que están viviendo es algo normal en una pareja o que lo que les ocurre es culpa de ellas. De hecho, de las 44 mujeres que han muerto este año solo 13 habían denunciado previamente a sus verdugos. Puede que muchas no lo hicieran por miedo, pero quizás otras ni siquiera entendían su situación. Por eso, por mucho que creamos que sabemos cómo hacerlo, es importante que aprendamos a detectar el maltrato, tanto a nosotros mismos como a las personas que nos rodean.

Gaslighting: la tortura de las parejas manipuladoras

En 1944 se estrenaba la película ‘Gas Light’ (‘Luz de gas’ en español), resultado de la adaptación de la obra de teatro del mismo nombre escrita por el dramaturgo y novelista Patrick Hamilton, en 1938. La protagonista de la historia, Paula, comienza a percibir que en la casa a la que se acaba de mudar con su marido ocurren cosas extrañas, como la aparición de luces titilantes o ruidos inexplicables. Atemorizada, se lo cuenta a su esposo, que asegura que no está ocurriendo nada y que todo es fruto de su imaginación. En realidad Paula no se estaba imaginando lo que veía, pues era él el que provocaba todos esos fenómenos anormales, con el fin de hacerla sentir desequilibrada y que cada vez que él se portara indebidamente, pudiera convencerla de que se trataba de otra de sus alucinaciones.

Solo es el argumento de una película. ¿Quién podría hacer algo así? En realidad continuamente lo hacen miles de hombres en todo el mundo. “No seas paranoica”. “Estás loca”. “Yo no dije eso”. Y, por supuesto, “todo esto es por tu culpa”. Ninguna de estas frases está extraída del guión de una obra de teatro. Son las sentencias reales que muchas mujeres maltratadas escuchan día tras día hasta llegar a desconfiar de su propia cordura.

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Este fenómeno, bautizado como gaslighting en honor a la película, es una de las formas más veladas de violencia dentro de una pareja, tanto del hombre hacia la mujer como al revés. Por eso, es el primer factor que todos debemos aprender a detectar. El objetivo no tiene por qué ser siempre hacer sentir loca o paranoica a la otra persona, sino simplemente atacar a su autoestima y generar una dependencia tóxica de su maltratador, que se sitúa como alguien superior. “El maltrato físico es lo innegable, lo que ya, de ninguna forma, puede esconderse”, explica a Hipertextual la psicóloga especializada en personas maltratadas Patricia Ríos. “El maltrato psicológico es una violencia que aniquila la psique y anula al sujeto, pero aún sigue siendo una violencia sorda, muda e invisible. Actualmente no es un tema prioritario ni recibe la importancia que merece. Sí es cierto que, cada vez más, se van añadiendo temas de educación emocional e igualdad incluso en etapas tempranas, pero la teoría sin un acompañamiento que permita la práctica no produce un auténtico aprendizaje, con el paso del tiempo se va difuminando y puede llegar a olvidarse por completo, haciendo que el propio sujeto se encuentre solo y perdido y ante el riesgo de vivenciar el maltrato
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Esto es algo que empieza poco a poco y debe detectarse lo antes posible. “Ante cualquier situación que genere sentimientos de inferioridad, vergüenza, angustia, desasosiego, intranquilidad y/o rechazo hay que comunicarlo con el fin de determinar las ayudas que requiere cada caso”, expone ríos. “En ninguna relación debería de haber alguien que sobresalga por encima del otro”.

Los adolescentes, víctimas inconscientes

A veces concebimos la violencia de género como algo meramente de adultos y no consideramos que esa toxicidad pueda generarse también en la cándida relación entre dos adolescentes. Sin embargo, son muchos los casos que se dan entre ellos, a pesar de todas las charlas y talleres que se suelen realizar con el objetivo de concienciarlos.

De hecho, la violencia de género ha aumentado un 40% entre los adolescentes en los últimos años, según datos de la Fundación ANAR. Esto hace muy importante incrementar las campañas informativas en este sector de la población, sobre todo porque entre estos datos también figura que uno de cada cuatro menores de 30 años piensa que ciertos comportamientos de control forman parte de la normalidad de la pareja.

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En el manual de información para familias sobre la violencia de género en la población adolescente, desarrollado por la Diputación de Alicante y compartido por la Junta de Andalucía, se establece que la mayoría de los jóvenes y adolescentes españoles de más de 14 años tienen o ya han tenido una relación afectiva. En esta etapa de la vida las relaciones afectivas se establecen con diferentes tipos de compromiso, que pueden ir desde una simple cita hasta una relación estable. En este punto ya puede comenzar a darse violencia de tres formas diferentes: física, psicológica o sexual.

La primera es la más fácil de detectar, pues a menudo deja huellas, como moratones o arañazos, aunque no siempre es así, por lo que es importante que los familiares presten atención al estado anímico de cada miembro de la pareja. Por otra parte, la violencia psicológica se da cuando alguno de los jóvenes desarrolla comportamientos hacia el otro, como insultos, gritos, burlas, apodos indeseables, celos, amenazas con hacerle daño a ella o a sí mismo y minimización (le da poca importancia). Además, puede ir acompañado de conductas como no dejarle salir, controlarle las llamadas telefónicas o aislarle de sus amistades. En el caso de los adolescentes es especialmente peligroso el “cibercontrol”, consistente en controlar a la pareja a través de sus interacciones con el móvil o las redes sociales; por ejemplo, obligándole a darle sus contraseñas personales. Ninguna de estas conductas, por pequeñas que parezcan, debe aceptarse, ni siquiera si el maltratador asegura hacerlo “por amor”.

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Finalmente, el maltrato sexual puede darse a cualquier edad, pero es muy típico entre jóvenes, cuando un miembro de la pareja quiere llevar a cabo prácticas sexuales para las que el otro no está preparado o, simplemente, no le apetece. Se manifiesta a través de manoseos y besos no deseados, relaciones sexuales forzosas o privación del uso de métodos anticonceptivos.

Si se detectara cualquiera de estos factores se debe buscar ayuda cuanto antes y poner fin a la relación antes de que todo se complique.

Las consecuencias de la violencia de género

Aunque cada caso es diferente, las mujeres que buscan ayuda psicológica después de uno o varios episodios de maltrato de cualquier tipo suelen tener una serie de síntomas comunes. Así lo ha explicado a este medio Patricia Ríos:

Muestran un estado anímico muy bajo, desmotivación hacia el futuro y la vida, cansancio físico y mental e incluso a veces acuden con pensamientos suicidas o intentos fallidos. Las víctimas de malos tratos han vivido situaciones límite y de gran impacto, cuando no traumáticas. De forma general, son personas muy heridas y dañadas, los síntomas son diversos y dependen del caso, traen signos de depresión, ansiedad, fobias, problemas con la comida, con la sexualidad o desconfianza e inseguridades dentro la pareja y acerca del amor.

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Incluso su cerebro sufre, según la información que se extrae de un estudio publicado en Scientific Reports en 2016. Este trabajo introdujo una novedad importante en el uso de modelos animales para la investigación del estrés, ya que en estos casos normalmente se utilizan machos, por lo que las bases biológicas en hembras son menos conocidas. Para poner solución a este problema, científicos de la Escuela de Artes y Ciencias de Rutgers tomaron parejas de ratón en las que la hembra estaba recién introducida en la pubertad y, por lo tanto, nunca había tenido relaciones sexuales. El macho, por el contrario, era mucho más experimentado, por lo que al ser puesto junto a su compañera la sometía rápidamente, creando en ella una situación de incomodidad y gran estrés. Pasado un tiempo, las ratonas mostraban un nivel de aprendizaje asociativo más bajo y un menor interés por sus crías después de la pubertad. De este modo se obtenía un modelo animal estresado a través de agresión sexual, que puede ayudar a comprender mejor las bases de los cambios generados. ¿Pero a qué se debían estos cambios en el comportamiento? Según los análisis posteriores, las hembras que habían sido forzadas experimentaron antes y después de la agresión un gran incremento en sus niveles de corticosterona, que es una hormona relacionada con los síntomas del estrés. Además, también se observó un menor número de neuronas en el hipocampo, que es la región cerebral asociada a las emociones, la memoria y el sistema nervioso autónomo.

Todo esto solo se ha comprobado en ratonas, pero cuadra a la perfección con el comportamiento típico de muchas mujeres maltratadas o agredidas sexualmente, pues a menudo experimentan estrés postraumático, acompañado de dificultad para aprender y concentrarse si la agresión ha tenido lugar en etapas tempranas. Esto se debe a que el cerebro de los adolescentes aún presenta una gran plasticidad, por lo que es muy “moldeable” por los sucesos estresantes. Y pocas cosas hay más estresantes que el maltrato.

¿Cómo se trata a una víctima de violencia de género?

Todo depende del tipo de maltrato que haya sufrido la víctima en cuestión. Lógicamente, el maltrato físico se cura tratando sus lesiones, pero sin duda las heridas más difíciles de sanar son las de la mente. Por eso, es muy importante el apoyo psicológico. “Cuando estas personas llegan a consulta es importante tratarlas con mucho amor, cuidado, paciencia y dedicación”, narra Patricia Ríos. “Todos los casos lo requieren, por supuesto, pero en especial estas personas demandan un extra. No debemos olvidar que cualquier persona que nos confiese un caso de violencia, nos está abriendo la puerta a un secreto muy difícil y, como ya hemos dicho, silenciado en acción u omisión por el entorno”. También apunta a la importancia de preservar su intimidad: “El tema de la confidencialidad es algo que se remarca mucho y es muy importante que los límites de la misma se entiendan y acepten. Cuando se presume un peligro de vida, sea la del paciente o la de terceros, automáticamente se alerta a las autoridades para que puedan desplegar la ayuda necesaria. Una vez establecido esto con la víctima, queda un largo camino en en el que la autoestima, las habilidades sociales, el amor, los límites y el respeto son la base”.

¿Un maltratador puede reformarse?

En primer lugar, debe quedar claro que no hay un prototipo de persona maltratadora ni maltratada. “No hay un perfil propiamente dicho, si se dan las circunstancias propicias cualquiera puede llegar a ser víctima o autor”, aclara Ríos. “El conocerse a uno mismo y saber cuáles son los propios límites y debilidades, suele ser en ambos casos una asignatura pendiente”.

Por lo tanto, la capacidad para reformarse después de una agresión dependerá mucho de cada persona, ¿pero es algo realmente posible? A esta pregunta, la psicóloga tiene una respuesta muy clara: “Un maltratador no es un enfermo, sino alguien que ha perdido el control. Recuperar ese control es una decisión personal, pero si uno quiere hacerlo y encuentra a un profesional que pueda acompañarlo en esa andadura, podrá cambiar, desde luego”.

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De cualquier modo, independientemente de que no haya un perfil concreto y que, si quieren, puedan reformarse, muchos científicos consideran que la “solución” a estos problemas podría buscarse en el cerebro de los agresores. Esto es precisamente lo que describió este verano un equipo de investigadores de la Universidad de Pensylvania y la Universidad Tecnológica de Nanyang en un estudio publicado en Journal of Neuroscience. En él, analizaban si la corteza prefrontal, encargada del control de ideas y comportamientos complejos, desempeña un papel importante en la decisión sobre la conveniencia de llevar a cabo comportamientos violentos.

Los hombres que participaron en el estudio como voluntarios se dividieron en dos grupos. Los que se encontraban en el primero fueron sometidos a 20 minutos de estimulación transcraneal directa sobre la corteza prefrontal, mientras que los del segundo solo se expusieron a una corriente de baja intensidad durante 30 segundos. Estos últimos pertenecían al grupo placebo, ya que esta actividad no ejercía ningún papel sobre su comportamiento, pero ninguno lo sabía. Finalizada esta parte del experimento, se les presentó a todos un escenario hipotético en el que presenciaban, bien un asalto físico, bien una agresión sexual. Cuando, a continuación, se les preguntó con qué probabilidad se verían como protagonistas de esas escenas, la intención de participar disminuyó con respecto al placebo en un 47% para la agresión física y un 70% para la sexual. Por otro lado, también fueron más propensos a calificar las escenas como moralmente incorrectas. Esta investigación respondía a una pregunta que los científicos se han hecho durante años: ¿son los comportamientos violentos los que generan cambios en el cerebro o estos cambios los que desencadenan la violencia? En base a los resultados, se apoyaría la segunda opción. En su momento los autores del estudio insistieron en que aún faltaría mucha investigación para poder afirmarlo con seguridad y, por lo tanto, poder usarlo como “tratamiento” frente a violadores y agresores sexuales. Sigue sin haber una respuesta, por lo que de momento solo queda confiar en la educación y la justicia, aunque a veces ambas demuestren ser insuficientes.

¿Cuál es el término correcto?

Existe una gran disputa en lo referente a cómo debemos de llamar a este tipo de violencia. ¿Violencia de género? ¿Maltrato doméstico? ¿Violencia sin más? Todo depende de a qué nos estemos refiriendo, como también ha contado a Hipertextual Patricia Ríos: “En la violencia de género deberíamos englobar todo acto violento ejercido por un género contra el otro. De esta forma, ya no es solo el hombre el que ejerce violencia y la mujer quien la padece, sino que también puede ocurrir, y ocurre de hecho, al contrario: que sea la mujer la que ejerce la violencia y el hombre el que la padece. En este último caso el maltrato suele ser de tipo psicológico, aunque también existe y sucede el maltrato físico ejercido por la mujer hacia el hombre”. Existe un término concreto para referirse solo a la violencia del hombre a la mujer, aunque no se use con la misma frecuencia. “La violencia machista es la vertiente que hace alusión, únicamente, a la violencia ejercida por un hombre hacia una mujer, por lo general, cuando mantienen una relación muy cercana”.

Por otro lado, otro factor a tener en cuenta es si la violencia va más allá de los dos miembros de la pareja. “Cuando se habla de violencia doméstica, es un tipo de violencia que va más allá del tipo de agresión que despliegan hombres contra mujeres y mujeres contra hombres, incluye la violencia ejercida entre familiares de un hogar (y no sólo entre los miembros de la pareja) o incluso entre personas que, sin ser familiares, viven bajo el mismo techo. Por último, la violencia intrafamiliar es aquella que se ejerce en el seno de una familia entre sus miembros. Donde los menores son siempre los más perjudicados”. Entonces, ¿cuál es el término correcto?:

Todas ellas engloban un mismo factor común, la violencia entre personas, sean de igual o distinto, género, raza, sexo y/o edad. Si tenemos en cuenta todas las variables, quedan escasas las tipologías actuales de violencia, puesto que en ninguna de ellas se habla de violencia entre personas del mismo sexo. Así que, personalmente y de forma conjunta, me gusta llamarlo violencia interpersonal.

De hecho, en sus declaraciones a Hipertextual la psicóloga ha explicado también que en consulta se ha encontrado con muchos casos de violencia de mujeres a hombres o entre parejas homosexuales. “Y más a menudo de lo que cualquiera podría llegar a imaginar”.

https://hipertextual.com/juno/que-ocurre-cuando-un-acusado-por-violencia-de-genero-cambia-de-genero-durante-el-proceso-judicial

Las cifras son las que son y está claro que las mujeres son las grandes perjudicadas en estos casos, aunque también hay hombres que sufren y deben ser tenidos en cuenta. Pero la solución no está en discutir cuál es el nombre correcto o quién sufre más. Mientras discutimos, una mujer podría estar siendo asesinada por el padre de sus hijos, una chica podría estar siendo violada por algún cobarde escudado en que ella no trató de resistirse o incluso algún hombre podría estar siendo atacado por su pareja. La solución está en que todos los días del año sean días contra la violencia y que todos luchemos para que estas situaciones no se vuelvan a repetir. Y debemos hacerlo saliendo a las calles para gritar por las injusticias, educando a nuestros hijos en igualdad o simplemente abriendo bien los ojos en busca de alguien que necesite ayuda, pero no tenga las fuerzas suficientes para pedirla. Ojalá, de este modo, dentro de unos años el 25 de noviembre no sea más que un día cualquiera.